Revista Talentos
El efecto Paraty
Publicado el 11 agosto 2010 por McaellasNada le molesta más a Ramon que tener que justificar su modo de vida. A los habitantes de Paraty les cuesta aceptar que su conciudadano no sea ni un millonario ni un mafioso, sino apenas alguien que rechaza la maldición bíblica que reza "te ganarás el pan con el sudor de tu frente". Ramon alquila su apartamento en Barcelona y con esa renta de serie B vive feliz en el trópico. Tiene una mujer, un hijo y un pequeño barco en el que a veces, cuando le provoca, saca a pasear a algunos turistas despistados. Hace diez años que llegó a Brasil y pasó por un período de crisis durante el cuál regresó a Carcelona, consiguió un trabajo e intentó vivir como sus amigos de la infancia, al poco tiempo se dio cuenta de que su lugar, su alma y su piel estaban en otra parte, en este pueblo de mar donde los inviernos significan apenas un jersey para no resfriarse. Paraty es una de esas ciudades para soñar. La belleza de su centro histórico, sus calles empedradas -con piedras de verdad, como las pusieron hace 500 años, incómodas para caminar, donde los zapatos se rompen y los pies lloran- y un clima benigno la convierten en una suerte de lugar idílico para vivir. Al profundizar un poco, uno se da cuenta de que en las fantásticas casas del Centro no vive nadie, que los festivales terminan un día y que alrededor de este mini-escenario se ha desarrollado una ciudad con los mismos problemas y falta de servicios públicos de las grandes urbes. Pero claro, estas frases son apenas unas reflexiones superficiales de un turista accidental con pretensiones literarias. Durante los cuatro días que transcurre la Flip nada de esto importa y uno cena feliz en una de esas casas y duerme aún más contento en la posada de María Della Costa y se toma una caipirinha relajado frente al mar y está bien que así sea porque, como diría la folclórica, me lo merezco! En la Flip uno divide el tiempo entre risas con poetas locos, cervezas con periodistas ilustrados y bailes con escritoras sobrevaloradas.
En el bar del escritor, al lado de la playa, leo VIAJAR SIN VER, de Andrés Neuman, y me quedo embobado en el recuerdo.
"Tomo té en una mesa. La luz rueda por el pasillo. El líquido y la tarde me hacen feliz de pronto. Esta serenidad en mitad del vértigo, esta certeza que no tiene lugar, ni país, ni causa, que puede sorprendernos en cualquier parte como la caricia de un desconocido en la nuca, esta alegría provisional y a su modo ridícula, es el recuerdo más valioso que me llevaré del viaje."
"Cuando nos resulta imposible una mirada exhaustiva y documentada sobre un lugar, sólo nos queda el recurso poético de la inmediatez: mirarlo con el asombro radical de la primera vez. Con cierto grado de ignorancia y, por lo tanto, de avidez inaugural."