El término pachydermata significa “piel gruesa”, etimología de paquidermo, la antigua clasificación que agrupaba a los mamíferos placentarios cuyo antepasado común fue el mamut. Los elefantes, esos longevos cuadrúpedos asociados con la fortaleza y la buena memoria, parece que deben su denominación a Heródoto, quien utilizó el vocablo elephas en relación a estos animales dado que se traduce como “marfil”.
Entre los hindúes Ganesha, el dios elefante, es uno de los principales referentes del milenario panteón, hijo de Parvati y de Shiva, nacido mientras el último se encontraba en guerra con los asuras. La diosa fue a tomar un baño y le encomendó a su hijo que resguardara la puerta, Ganesha cumplió su cometido a punto tal que al no reconocer a su padre le impidió la entrada al lugar. Shiva enfureció y decapitó a su hijo pues ignoraba su condición, y ante el inconsolable dolor de Parvati prometió que le daría la testa del primer ser que cruzara a su paso. Así Ganesha recuperó la cabeza y el elefante se convirtió en dios de la sabiduría y la inteligencia para los hindúes.
En la simbología medieval el elefante denotaba fuerza y templanza a partir de Hieroglyphica, la obra de Horapolo, sacerdote egipcio pagano que fuera docente en Alejandría. El texto, descubierto en el siglo XV en la isla de Andros, gozaba de una inmensa reputación entre los intelectuales y el simbolismo arcano que atribuía a algunos animales dotó al elefante de cualidades intuitivas, ya que al decir de Horapolo, al olfatear con su trompa se apoderaba de aquello que le era conveniente.
Tal vez una de las referencias más desconcertantes respecto del significado de la figura del elefante como tótem se encuentre en el laberinto de Bomarzo, el jardín misterioso concebido por el duque Pier Francesco Orsini que inmortalizara mi querido Manucho en su obra homónima. El Sagrado Bosque, como lo llamaba el duque, integraba la residencia ducal y ha sido interpretado como un viaje iniciático, un camino alquímico delimitado por la pluralidad de estatuas ornamentales que se emplazan a lo largo del magnifico laberinto.
Pues una de las estatuas más misteriosas de Bomarzo representa un elefante que transporta en su lomo una pequeña torre en la que se encuentra un soldado cartaginés, mientras sostiene en su trompa a un legionario romano aparentemente desvanecido o muerto emulando a Aníbal venciendo a Roma. Entre las múltiples interpretaciones acerca de esta alegoría se alude a que el maestro de la sabiduría, ésto es, el elefante, sostiene con la trompa al iniciado que una vez despierto del sueño ilusorio podrá alcanzar su lugar en la torre, para acceder a las enseñanzas vedadas a quien aún se encuentra en estado de ensoñación.
Poderío, perseverancia, sabiduría, son algunas de las cualidades atribuídas a estos pacíficos animales que se han popularizado como símbolos de buena suerte debido a que se considera que pueden vencer cualquier obstáculo. Conviene contar con uno de ellos para proteger el hogar, el duque Orsini y Manucho, seguramente, sabían más de lo que develaron respecto del rol del elefante en nuestro laberinto.
Almuerzo bucólico
Ayelén es un nombre de origen araucano que significa alegría; Ayelén es la bella mujercita que desde hace un par de meses ha pintado una sonrisa permanente en el rostro de nuestro hijo. Oriunda de la Capital, se encuentra alojada en nuestro hogar durante dos semanas hasta que las obligaciones determinen el regreso a su casa familiar.
El domingo los cuatro enfilamos hacia Sierra de los Padres, ese pequeño enclave urbano favorito tanto de lugareños como de turistas, para realizar una pequeña excursión en honor de la huésped previo almuerzo en el mágico ambiente de almacén de campo de L´Erbe. Pese a que arribamos cerca de las 3 de la tarde el lugar se encontraba a pleno, pero su amable dueña, Ana, convenció a Juan de aguardar ya que algunas mesas se levantarían en breve. Así que mientras esperábamos Ayelén se deleitó admirando los detalles bucólicos del sitio.
L´Erbe no es un lugar que pueda compararse a ningún otro, no sólo por la calidad del servicio y por la amabilidad de su atención, sino porque cada detalle de la decoración con muebles reciclados, chimenea cálida, deck al aire libre alumbrado con farol nocturno y lavandas diseminadas en bolsas de arpillera, invita a relajarse y eternizar el tiempo mientras se contempla el campo desde sus ventanales luminosos.
La tarde nos encontró caminando por el pequeño centro comercial de Sierra atestado de gente, con una pausa para adquirir sahumerios y jabones artesanales en Panambí antes de retornar por el camino interno hacia la última parada de nuestro pequeño periplo, habida cuenta de la puesta de sol que se encontraba al caer.
Laguna de los Padres
Laguna de los Padres es un paraje ubicado a unos 20 kilómetros de la ciudad, originalmente llamado “Laguna de las Cabrillas”. Debe su denominación actual a los jesuitas que llegaron en el año 1746 y fundaron la Misión de Nuestra Señora del Pilar del Volcán, en la tierra habitada en aquellos tiempos por indígenas originarios.
Posteriormente tuvo su asiento en este lugar paradisíaco la estancia Laguna de los Padres donde habitara José Hernandez, el autor del Martín Fierro, libro emblemático sobre la tradición argentina concebido como una obra poética, que desarrolla ampliamente aspectos referentes a las duras condiciones de vida y al carácter indomable del gaucho.
Actualmente es un paraje recreativo donde se pueden avistar flora y fauna autóctonas y llevar a cabo actividades náuticas o dedicarse a la pesca. Durante las horas diurnas cuenta con el Museo José Hernández y la Reducción del Pilar para visitar y conocer aspectos de la vida rural de la zona, previo a disfrutar de una puesta de sol indescriptible como la que se desplegó esa tarde frente a nuestros ojos deslumbrados.
Todas las fotografías resultan mérito de Juan.