El “Erasmus” andaba aterido por la gélida calle del país escandinavo, con las manos metidas en los bolsillos del vaquero intentaba mantener el equilibrio sobre la acera escarchada. Tan sólo eran las cinco de la tarde y ya hacía rato que se habían encendido las farolas, andaba pensando, además de en no caerse, en su primera cita con una chica del país, por fin iba a practicar el idioma nativo aderezado con palabras de ese espanglish que tanto le gustaba a ellas. Desoyendo las recomendaciones paternas calzaba sus desgastadas zapatillas “olestar” que tanto molaban. Justo en la curva de la calle a pocos metros del pub donde había quedado, se le cruzó una dulce viejecilla que, sonriente, le miró a la cara, él le contestó el gesto sin percatarse de la correa que pendía de su mano y tras la cual asomaba uno de esos perritos que llevan las dulces viejecillas, éste se le atravesó enroscándose en la pierna derecha, para no aplastarlo con su pié libre retardó brevemente la pisada mientras la pierna atrapada se deslizaba por la acera helada desequilibrando todo su cuerpo. Antes de que pudiera sacar uno de sus miembros superiores para sujetarse a algo, el aterido “Erasmus” dio con su cuerpo cuan largo era sobre el encharcado-fangoso y frío suelo. Tardó unos valiosos segundos en lograr zafarse de la sonriente viejecilla y su perro, tras los cuales logró levantarse y partir raudo y empapado a su encuentro. Ya su walkiria de rubias trenzas se había apostado en la barra tras una impresionante cerveza helada, nuestro Erasmus la saludó y se disculpó por su húmedo aspecto, mientras observaba con pavor la impresionante jarra de medio litro que le acababan de servir.
Por fin un día salió el sol y nuestro héroe transeuropeo logró que se secaran sus “olestar” molonas y recuperar su “look” tan “cool“, sin el cual no se sentían nada seguro, aunque le costara algún que otro resfriado.