Revista Literatura

El Hamman

Publicado el 12 marzo 2011 por Beatrizf
El HammanEntro en aquella sala de cálida húmedad, me siento sobre el templado mármol y me relajo. De la nebulosa de mi memoria van saliendo imágenes sueltas de mi pasado inmediato.
 Un antro en Estambul, con luces rojas y mujeres exuberantes bailando al ritmo de una música
trepidante, la policía que entra. Una comisaría mugrienta y los bruscos policías turcos.
 Me extiendo sobre la losa tibia. Le entrego el negro jabón al masajista y comienza a restregarme con rudeza enjabonándome todo el cuerpo, a pesar del dolor sigo ensimismado en mis recuerdos.
 El juicio absurdo y la cárcel. Sobrevivir en aquellas condiciones me parecía imposible, pero lo logré. Mi compañero de celda sólo hablaba turco y me tenía miedo, miedo físico, eso fue lo que me salvó. Tras las primeras peleas, a pesar de salir mal parado, todos comenzaron a respetarme, me sobreponía y seguía enfrentándome a ellos. Al menos en la enfermería descansaba de la tensión y de sus puñetazos.
 Paso a otra sala con más calor, me quito el jabón a cubos con agua muy caliente. De nuevo me tiendo a sudar. Mi cuerpo está molido y con cicatrices aun visibles. Mi alma comienza a ver la luz.
 La segunda semana consigo que me visite mi abogado, me lo pinta feo, no tengo una buena coartada y ahora ya no es tan fácil sobornar a la autoridades.
Le cuento de nuevo lo ocurrido: yo estaba tranquilamente bebiendo un té en aquel tugurio, cuando aquel hombre se lió a puñetazos con la chica que bailaba, yo simplemente le sujeté el brazo y le dije que la dejara. Salimos a la calle y tras unas palabras se fue muy enfadado. Entré de nuevo al bar y, a la hora, vino la policía diciendo que me detenían por haber acuchillado a un tipo.
 En la misma sala me dan un masaje con aceites perfumados, ahora logro perderme y no pensar en nada. Bajo el agua fría vuelvo a recordar la cárcel. Allí el agua siempre era helada y no siempre la usaban para lavarnos.
Vuelvo a recostarme en la sala siguiente, hace mucho calor, noto como el sudor sale por mis poros, noto que con él voy purificándome y sintiéndome como el que se desprende de una pesada losa.

Me veo en el patio de la prisión bajo el ardiente sol, camino de un lado a otro para ejercitar mis músculos, el grupo del violento “zevir”, el jefe de los reos, me increpa sin entender lo que me dicen, no creo que sea nada agradable. La última vez que coincidimos me echaron del banco donde estaba sentado y al enfrentarme me agarraron entre varios dándome una buena paliza. Tres días en la enfermería. Les mantengo la mirada pero sigo a lo mío, quizás algún día se cansen. Aparece un nuevo preso en el patio, es rubio y muy delgado. Hablan entre ellos y le abordan, éste hace ademán de no entender, le dan un azote en el culo y se ríen. Creo que durante unos días tendrán juguete nuevo.
 El agua fría vuelve a caer por mi cuerpo, acaba de arrastrar todas mis inmundicias, me siento mejor. Con una toalla me restriega un fornido masajista, mi piel enrojece. Recibo un último masaje y pienso en aquella chica que bailaba voluptuosamente la última vez que la vi.
 Mi abogado me recoge en la puerta de la cárcel y me da la enhorabuena. Tras preguntarme dónde quiero ir me deja en mi hotel, al fin libre. 
Salgo del edificio de cúpulas de mosaicos, me siento agotado y relajado a la vez, dejo detrás la mochila del dolor, y un mes de infierno que no pienso volver a recordar, caro precio por la vida de aquel imbécil que se atrevió a retarme en una calle de Estambul.

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