Revista Diario
El iphone
Publicado el 02 noviembre 2014 por Mamenod
Esta semana, una de mis tías que vive en Madrid ha venido a pasar unos días a su tierra. Hablando con ella, retomando las conversaciones que aparcamos tantas veces por culpa de la distancia, he estado reflexionando en algo muy curioso que al menos a mí me ocurre. Estamos en el mundo de las tecnologías, de la comunicación fácil. Vivimos en un momento en el que puedes oír de forma inmediata la voz de un ser querido con sólo levantar un auricular. Y en cambio, cuánto trabajo nos cuesta. Yo soy mucho de whatsapp o incluso de mensaje privado en el facebook, le decía el otro día a mi tía. Me resulta mucho más fácil esa comunicación. Sólo tengo que dedicarle un minuto al mensaje que dice ¿cómo estáis? ¿qué tal va todo? Y sé, además, que el interlocutor al que va destinado no se va a sentir obligado a parar lo que está haciendo, a llegar tarde a las actividades diarias o a perder justo los diez minutos que dedica al día para su propio relax. Escribo y dejo la pregunta, sin pretensiones de que la respuesta sea inmediata, con la tranquilidad absoluta de que quien recoge el mensaje, en el fondo agradece tanto o más el cariño o la preocupación que va implícita en la pregunta como el hecho de poder contestarme, quizás a última hora de la noche, cuando los deberes están cumplidos y realmente apetece.Sé que con la gente más joven funciona. De hecho es la forma de relación más directa con mis primos, con mis amigos, con gente cercana que no ven frialdad en esa forma de entendernos porque la comparten. Pero oyendo a mi tía de ochenta años decir que ella eso de "la guasa o como se llame" no lo entiende, me di cuenta de que hay una generación que se ha quedado un poco fuera del mundo en el que nos movemos y a veces puede sentirse "abandonada" en el aspecto de la comunicación.Hablando con mi tía Ángeles, que fue durante muchos años emigrante en Holanda, recordé aquellas largas cartas que yo les escribía cuando no era más que una niña, aquellas cuartillas llenas de noticias familiares, de recuerdos por encargo y relatos de velas sopladas a las que yo dedicaba casi una tarde entera sin agobios, sin pensar en el tiempo perdido. Ahora vivimos de prisa, lo sé por mi propia experiencia y a veces duele aunque no lo pueda evitar. Cuando se es joven porque sientes la obligación de los estudios, y la abducción a la magia hipnótica de la amistad adolescente. Cuando los hijos son pequeños porque absorben tus días con fiereza, como los ciclones con nombre de mujer; si son mayores, porque retomas mil actividades que dejaste guardadas en la caja de cartón donde aprisionaste los proyectos. A veces pienso en qué nos deparará el futuro. Las tecnologías avanzan a una velocidad tan aterradora, que tal vez dentro de unos años sea yo misma la que no me sienta capaz de comunicar con mis nietos. Quién sabe, (permitidme el atrezo dramático que estamos en halloween), quizás vivan una realidad paralela desde sus cuartos y como en aquella famosa película sea un robot el que venga a decirme: abuela, que es que no te enteras. Yo no sé vosotros, pero por si acaso, he decidido estar "al loro". Ahí ando poniéndome al día de lo nuevo, de lo más moderno...vamos... ¡que tengo unas ganas de tener un iphone!...¿No cuela, no?