Revista Literatura

El Macondo de Gaby (la bobada del 2013)

Publicado el 02 enero 2014 por Kirdzhali @ovejabiennegra
Gaby sonríe tímidamente después de haber recibido la noticia de que García Márquez tuvo un derrame cerebral cuando escuchó la definición de Macondo improvisada por ella.

Gaby sonríe tímidamente después de haber recibido la noticia de que García Márquez tuvo un derrame cerebral cuando escuchó la definición de Macondo improvisada por ella.

Gaby salió de su casa para ir a la Asamblea, sin embargo al atravesar el umbral pudo ver que la calle pavimentada había desaparecido, siendo reemplazada repentinamente por un viejo empedrado, al tiempo que los modernos edificios daban lugar a viejas casitas blancas con techos anaranjados y patios internos.

“¡Uy, parece que estoy en Ibarra!”, pensó. De todas maneras pronto desechó la idea, al percatarse de la humedad y el calor tropical. “Pero ¿dónde estoy? ¿Será que anoche bebimos mucha guayusa con los camaradas de Arrasa País?”

— ¡No, lady Gaby! – dijo un hombre vestido con extraños ropajes que se había acercado a ella de repente –. Estáis en el Macondo de vuestros sueños, el de la utopía del que hablasteis hace casi un año.

— ¿Qué dice? ¿Está loco? Por su puta madre, ¿quién es usted?

— Oh, lamento informaros que cometisteis dos errores: ni estoy loco ni mi madre era una puta…

— Perdóneme, es que a veces tuiteo usando esas palabras y me olvido que suenan peor de lo que se ven; pero dígame de una vez: ¿quién es usted?

— Soy Tomás Moro, el hombre al que cortaron la cabeza no por oponerse a la reforma religiosa de Enrique VIII, sino por escribir Utopía y enfrentar a los poderes fácticos de la burguesía capitalista como vos tuvisteis la bondad de informar al mundo.

Gaby dudó por unos instantes.

— ¿Cómo llegué a este lugar? Ayer estaba pegándome los tragos en la Asamblea por Navidad y estoy segura de haber regresado a casa… De hecho, creo haber desayunado un encebollado allí…

— La forma cómo llegasteis tiene poca importancia, lo que quiero es que me acompañéis, pues dado que sois una defensora acérrima de la utopía del Macondo en la Mitad del Mundo, creo que tenéis el derecho de ser la primera extranjera en verla de cerca.

Tomás Moro se enfureció cuando le informaron que tenía que escuchar a Gaby; dijo, indignado, que prefería las

Tomás Moro se enfureció cuando le informaron que tenía que escuchar a Gaby; dijo, indignado, que prefería las “putadas de Ana Bolena”.

Tomás Moro, convertido en un Virgilio del Socialismo del Siglo XXI, tomó de la mano a Gaby y la condujo por las calles del pueblo de los cien años de soledad.

— Os llevaré primero a la casa de los coprófagos.

— ¡Qué lindo! ¿Una banda local de música protesta?

— No, un grupo de ricos que están condenados a comer estiércol.

— ¡“Bienhechito”!

Después de caminar diez minutos a través de una calle ancha, llegaron a una antigua mansión. Sin anunciarse, Tomás Moro abrió la puerta.

— Deben estar cenando – dijo al tiempo que la conducía al comedor.

Apenas entraron el olor a excrementos hizo que Gaby tuviera náuseas.

— Hola, Tomás – exclamó uno de los comensales – ¿quieres un poco de mierda?

El erudito, luego de rechazar el delicioso ofrecimiento, presentó a su acompañante, ordenando que le explicaran las razones que los llevaron a consumir a diario aquellas viandas.

El Macondo de Gaby (la bobada del 2013)

En el Macondo de Gaby nadie se convierte en cerdo por ser incestuoso, pero sí en “hijo de puta” por no ser correísta.

— Verá: antes éramos profesores, intelectualoides de segundo orden que no ganábamos más de quinientos dólares al mes, pero, un día, llegó al poder un jerarca caritativo que nos trata como nos lo merecemos y, de la noche a la mañana, pasamos a ganar tres mil dólares por hacer larguísimos informes con títulos rimbombantes y aplaudir al gobernante inefable aunque hable pendejadas o nos humille como a gusanos. Dado que la premisa básica del Macondo utópico es que los ricos deben comer caca, desde entonces nos vemos obligados a alimentarnos con ella…

Gaby no pudo comprender, naturalmente, y Tomás Moro prefirió sacarla de la casa pestilente, llevándola a la plaza principal donde había una tarima sobre la que un payaso se dedicaba a hacer bromas absurdas. Los espectadores con el rostro lleno de disgusto le gritaban toda clase de improperios, arrojándole al mismo tiempo fruta podrida.

— ¿Por qué me trajiste a ver esto?

— En el Macondo utópico los tiranos no asumen el poder por la fuerza, sino por voto popular, sin embargo deben pasar una prueba después de ganar las elecciones: vestirse con su verdadero traje, es decir, el de payasos.

— No entiendo.

Un político cualquiera - de preferencia joven - robando.

Un político cualquiera – de preferencia joven – robando.

— Es más sencillo de lo que pensáis: todo tirano se pone la máscara de sabiduría, decencia y dignidad, cuando en realidad es ridículo, vanidoso, ignorante y torpe; por lo mismo, el pueblo de Macondo ha instaurado la “ley de andar sin disfraz por un día” para todo aquel que quiere gobernar; durante este periodo la gente tiene derecho a golpearlo, insultarlo, humillarlo, pues esto es lo que él hará después con ellos mientras gobierne, es como un impuesto que tiene que pagar.

Gaby tampoco comprendió, naturalmente.

Tomás Moro le dijo a su acompañante que la llevaría a un último sitio y, de la mano, la condujo hacia una casa enorme donde, según decía el letrero de la entrada, funcionaba el Ministerio de Propaganda. Dentro, bajaron por una escalera casi interminable hasta una habitación helada en la que no había otra cosa aparte de un sofá y una televisión con estéreo.

Esta es la cara que puso Gaby cuando se entero de que tenía que escucharse a sí misma.

Esta es la cara que puso Gaby cuando se entero de que tenía que escucharse a sí misma.

— Tomad asiento, os lo ruego; esta es vuestra última parada.

Gaby hizo lo que le pedían y, en seguida, el erudito puso un DVD y encendió el televisor.

— Hay otra tradición entre la gente de Macondo: los políticos usualmente se aprovechan del desconocimiento del pueblo y hablan sandeces sin el menor pudor, por eso creamos un castigo que consiste en hacer que escuchen cada tontería dicha por ellos una y otra vez por espacio de cinco años, sin pausas y a todo volumen. En realidad nosotros lo vemos como una purificación más que como una tortura, incluso creemos que es el único método para que aprendan a hablar con prudencia.

Gaby enrojeció y, antes de que pudiera responder, Tomás Moro puso en acción el reproductor, marchándose sin decir una sola palabra más.

Al mirar la pantalla, la mujer horrorizada pudo verse a sí misma antes de empezar su discurso el día que asumió la presidencia de la Asamblea; la esperaban cinco años terribles…

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