Redes sociales; todas las que haya y más, blogs, SEO, página de autor, página web, newsletters para suscriptores, artículos por doquier, interactuar, buscar la foto perfecta para Instagram, encontrar la frase perfecta para Facebook, meter el dedo en la yaga en Twitter, hacer promoción, llevar nuestra vida paralela real... el
día tiene solo veinticuatro horas, ni un minuto más regalado, y gracias por ello, porque si no nuestro cuerpo no aguantaría todo lo que le cargamos a la espalda. Queremos hacer tantísimas cosas que después el estrés termina pasando factura; nos damos cuenta de que en realidad no podemos con todo, nos frustramos, nos sentimos culpables por ello y creemos que no valemos para esto. Yo me niego a pensar que sea así de «sencillo» y tan radical al mismo tiempo.
Buscamos ser más que los demás: más «visibles», más seguidos, más vendidos, y entramos en una espiral que irremediablemente nos termina consumiendo. Pero ¿qué es lo que queremos en realidad? ¿Tenerlo todo? Qué bonito sería eso, ¿verdad?, aunque lamentablemente debemos renunciar a algo o tal vez sea cuestión de replantearse las opciones y ajustar el tiempo a cada cosa, sí, tal vez sea lo mejor, porque no deseo renunciar a mis amigos, no deseo renunciar a mis momentos de redes, a hacer lo que me apetezca en cada momento, y a lo que no quiero renunciar por encima de todo es a escribir, de eso ni hablar. No seré la mejor, no serán grandes novelas que formen parte de la historia de la Literatura Universal, (o tal vez sí, quién sabe...) pero forman parte de una vida, parte de unos momentos de inspiración, y lo que sí está claro es que sobrevivirán a su autora y con eso me basta.
No voy a negar que todo autor, cuando termina de escribir una novela, lo que más desea es que se venda, que llegue a cualquier rincón del planeta y sea leída por el mayor número posible de lectores, lo que repercutirá en su bolsillo positivamente, lo más perseguido en realidad, pero a veces me planteo si eso no está reservado a unos pocos, si en el olimpo literario solo hay hueco para unos cuantos y que raramente se abre la puerta para el siguiente.
Librería Lello e Irmao. Oporto, Portugal. Apabullante y demoledor para un escritor desconocido, sin embargo, un magnífico templo para un lector empedernido.
Son cientos, miles los libros que se exponen todos los días en las librerías de todo el mundo. Pasear por los pasillos de una es una experiencia en toda su dimensión, tan apabullante y demoledora a la vez que sobrecoge la idea de querer que una novela propia esté en una de esas estanterías. En un artículo leí hace tiempo que cada año se publican más de 80.000 títulos, ¡¡¡80.000!!! Entonces, ¿cómo llegar al gran público? ¿Debo soñar con que quieran leerlo solo unos pocos? ¿Se trata de alguna ecuación de matemática que me da la fórmula exacta para el triunfo? ¿Hay alguna campaña publicitaria que realmente haga que el lector escoja mi libro en las librerías? Por desgracia, no tengo las respuestas a todos estos interrogantes, ojalá, pero lo que sí tengo claro y está a mi alcance es la forma en que decida llevar a cabo esta labor, no la de vender, si no la de escribir.Será como yo quiera que sea, sin presiones, sin comparaciones, aprendiendo cada día un poco más, dedicándole esfuerzo, ganas y constancia. Perseveraré para que mis novelas tengan la máxima calidad y no defrauden al lector. No moriré si no se venden, no me derrumbaré si no llegan a todo el mundo, pero sí haré lo que esté en mi mano por intentarlo y para que la historia que se lea en ellas consiga anidar en el corazón del lector por mucho tiempo. Creo que esa será la mejor promoción, la mejor presentación ante un desconocido. Será lento, irá despacio su marcha y no sé si será la decisión correcta, pero ahora mismo opino que es lo acertado.