—¡Míreme a la cara, soldado! —gritó furibundo el hombre, acercándose hasta la puerta por donde le dejaban la comida.—Sí, mi general —contestaron burlonamente desde el otro lado, al tiempo que cerraban la trampilla. El hombre cogió el plato de plástico con la escasa comida servida, y sentado en un rincón de su celda, devoró la misma. Acabada esta y con la mano sobre el pecho, comenzó a pasear por los escasos metros de aquella habitación. Sus ojos desprendían un brillo inusual.Las imágenes de una batalla, a la que él daba el nombre de Waterloo, pasaban por su mente una y otra vez, mientras, una pregunta surgía en su cerebro: ¿Cómo él, considerado el mejor general del momento, podía haber perdido aquella batalla?El Doctor Marcuse, director del psiquiátrico, no tenía una respuesta pero si la confirmación, de que “Napoleón” había vuelto.