Revista Literatura

el pintor

Publicado el 04 diciembre 2010 por Beatrizf
el pintorSi te toca trabajar un domingo, al menos hazlo con alegría. Eso fue lo que pensó Manolo cuando sonó el despertador a las seis de la mañana. Se vistió rápido y pilló algo de fruta para el camino, agarró el transistor que le había regalado el banco por abrir una cuenta y se subió al furgón. Le había salido un trabajito latoso pero bien pagado, pintar las verjas de los balcones de una casa de ricos. Tal cual estaba la cosa no era cuestión de hacerle ascos. A la una tenía la primera comunión de su ahijado y las verjas eran de esas de mucho caracolillo, así que empezó temprano. Aparcó por donde pudo, cargó la escalera y silbando se fue hacia la casa en cuestión. Le abrió la empleada y le dio los materiales. A las siete en punto Manolo ya estaba subido a la escalera con su musiquita y la brocha cargada de pintura antióxido. A las 10 de la mañana y con dolor de muñeca tan sólo había logrado pintar dos balcones, a ese ritmo no acabaría a buena hora para llegar a la iglesia, ni siquiera con el mono de pintor. Subió la música y aceleró el ritmo. Acabó el tercero y se bajó para cambiar la escalera, al moverla el transistor se soltó del gancho y calló con estrépito a la calle. Manolo lo miró, estaba echo añicos, las pilas por un lado, el altavoz por otro, las perillas rodando calle abajo. Miró a las verjas que faltaban, recogió los restos del aparato y tocó en la puerta.
La empleada le preguntó.
- ¿Ya acabaste?.
- Pues no, pero me tengo que ir. Le dices a los señores que el domingo que viene termino, que yo sin música no trabajo.
La empleada lo miró extrañada esperando una explicación. Con la misma, Manolo cogió la escalera y la bolsa con el cadáver del transistor y enfiló a la furgoneta.
Efectivamente, si te toca trabajar un domingo, al menos hazlo con alegría.

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