Revista Literatura

El relato de Mat y el otro lado

Publicado el 13 febrero 2015 por Cabaltc

El otro lado

Elías inspiró, llenando sus pulmones con aquel aire límpido y puro. Si hubiera querido, habría podido detectar la fragancia de las flores del valle, el frescor proveniente de la hierba húmeda todavía por el rocío de la mañana y la fragancia del enorme bosque que rodeaba la aldea. Siempre se sentía vivo cuando estaba allí. Los colores eran más vivos, las sensaciones más profundas y la belleza del mundo no tenía parangón.

Estaba absorto en sus pensamientos cuando escuchó aquel grito. Provenía del granero del viejo Bill, pero la voz era demasiado femenina para provenir de él. Aun estaba amaneciendo allí, por lo que no era probable que hubiera nadie cerca, así que salió disparado hacia allí.

La guardia estaría terminando la ronda por la parte sur de la muralla, la más cercana al Bosque de los Infectos, Samuel y los demás probablemente estarían volviendo ya al gremio para dormir la mona. No podía contar con nadie. Era su ocasión para ser un auténtico caballero andante. Sonrió enormemente al pensar en ello, hacía no tanto que se hubiera sentido como un loco por el mero hecho de aceptar esa existencia, y ahora sin embargo…

Llegó a punto de desfallecer a la cerca de los McCaughey y pudo verla por primera vez. Colgada de la soga que debería haber sostenido la plataforma de descarga del heno. Sin embargo, la plataforma de madera estaba en el suelo, cinco metros por debajo de sus bamboleantes piernas, destrozada y hecha astillas. ¿Qué narices andaría haciendo allí?

-¡No se preocupe milady! ¡Ahora mismo la ayudo a bajar! -Gritó a pleno pulmón.

-¡Rápido mi señor! -Respondió ella-. No creo que aguante mucho.

Vio que había paja y heno suficientes para formar algo parecido a una cama elástica, así que se dispuso a colocar las pacas debajo para que amortiguasen la caída. Sin embargo no pudo dar más de dos pasos antes de desaparecer.

Mat

-¡Joder! -Gritó Mat al despertarse-. ¡Mierda de despertador!

Se planteó volver a dormir, pero el corazón le latía a mil por hora y su mente estaba trabajando a pleno rendimiento. Sería imposible intentarlo.

-¡Mat! -Gritó su madre-. ¡Desayuno!

En casa

Mat bajó de manera mecánica las escaleras de su casa y se sentó en la cocina. Era extraño que su madre le hubiera preparado el desayuno, y que además hubiera hecho tortitas y chocolate caliente, pero no pudo fijarse en eso. Tenía su mente centrada en aquella pobre chica, colgada de aquella soga a tantos metros del suelo. Una caída de ese calibre bien podría partirle una pierna, o las dos, o el cuello incluso. Y el MALDITO despertador había tenido que sonar justo en ese instante, ya no podría volver hasta bien pasadas doce o catorce horas.

-«Mierda» -musitó.

-¿Qué te pasa hoy cielo? -Preguntó su madre-. Estás demasiado serio y más teniendo en cuenta que te he preparado tu desayuno favorito porque hoy es…

-¡El último día de clase! -Lo había olvidado por completo, era el primer día del verano, y ¡sólo tenían clase hasta las dos!

-Pero si tus amiguitos y tu lleváis dos semanas hablando de este día, ¿se puede saber qué te pasa? -Inquirió su madre sentándose con él en la mesa de la cocina-. ¿No estarás enfermo verdad?

-No madre, estoy bien.

-Entonces qué me estás ocultando, recuerda que todas las madres tenemos un sexto sentido con vosotros -dijo mientras le guiñaba un ojo.

-Ja, ja, ya no soy un niño, no puedes tratarme como a uno -dieciséis años, ya era casi un adulto. Según decía Will, había países en Europa donde ya podría beber alcohol y fumar si quisiera.

-Vale hombretón, entonces, ¿podrías iluminar a una anciana como yo sobre por qué estás tan raro? -Respondió visiblemente divertida.

-¡Mamá! -Bufó exasperado.

No tenía derecho a tratarle así, él no era un niño, era un caballero. Era todo tan injusto. En el otro lado la gente le trataba con mucho respeto, era un hombre y uno de los buenos además. ¡Claro! Su madre no sabía nada del otro lado, ¿sería porque nunca había viajado hasta allí?

-Mamá… tu… -aquella pregunta era condenadamente difícil, ¿cómo decirlo sin parecer majara?

-Dime Mathiew ¿qué pasa?

-¿Sueñas lo mismo todas las noches? -Menuda mierda de pregunta, pensó-. Quiero decir, el mismo lugar, la misma gente… pero situaciones distintas, no se si me entiendes.

-¿Lo mismo? -Aquella pregunta parecía haberla sorprendido-. Pues… déjame pensar. En general no me suelo acordar de mis sueños, pero ya sabes cómo son esas cosas. Un día vuelas, otro eres una ladrona, otro… bueno, ese tipo de cosas.

-¿Pero nunca en el mismo sitio? Como si soñases siempre con el pueblo de los abuelos -insistió.

-La verdad es que no, sueño que estamos en casa, en Hawai, en la ciudad,… ese tipo de cosas -hizo una pausa encarando la ceja-. Hijo, ¿a qué vienen estas preguntas tan raras?

-No sé, es que yo siempre sueño que estoy en el mismo sitio. Hago distintas cosas, conozco gente… y el lugar siempre está igual. Bueno, igual no, también pasa el tiempo allí ¿sabes?

-Supongo que será algo que puede pasar, pero al final cuando te despiertas estás aquí conmigo -dijo mientras le revolvía el pelo-. ¡Y de una pieza siempre!

Mat se quedó pensativo otra vez. En eso su madre tenía razón, nunca había probado algo para ver si el otro lado era real. ¡Qué buena idea! Esa misma noche probaría algo diferente. No, por la noche no, no podría aguantar hasta tan tarde. Hoy se iba a echar una larga siesta.

Y así, decidido y con una sonrisa en la cara, se despidió de su madre y fue al instituto.

En casa otra vez

Las horas se le habían hecho eternas, pero por fin estaba de vuelta en casa. Qué suerte que su madre tuviera turno doble en el hospital aquel día, tenía la casa para él solo hasta la noche.

Bajó las persianas, apagó el móvil, descolgó el teléfono de casa y se metió en la cama. Estaba muy nervioso por su experimento, pero la mañana había sido larga e intensa. «Diez minutos y si no puedo voy a buscar las pastillas de mamá» fue el último pensamiento consciente que tuvo antes de caer en un sueño ligero.

De vuelta al otro lado

Y allí estaba otra vez, en el prado. Delante de las puertas del pueblo, con el granero del viejo Will a su derecha y el Bosque de los Infectos a su izquierda. Inspiró, como hacía siempre que entraba en el otro lado. Y sonrió, allí era mucho más feliz. Elías era más feliz que Mat.

-Tengo que darme prisa, ¡que esto es sólo una siesta! -Aquel pensamiento le hizo reír a carcajadas, allí las cosas nunca eran sólo sueños.

Aunque visto de otra manera, ¿alguna vez había calculado el tiempo que podía estar allí? La verdad es que no, así que igual era cierto eso de que tenía que darse prisa.

Lo primero que hizo fue correr hacia el granero, para ver si la doncella seguía allí o había alguna prueba de lo que pudiera haberle ocurrido. Al llegar no vio nada raro. Tampoco tenía muy claro lo que esperaba encontrar, pero no había sangre ni nada por el estilo. Sólo el viejo Will arreglando la plataforma. Este le vio y le saludó efusivamente con la mano.

Como no quería pasar el resto de la tarde con él, y ya conocía las ganas de hablar que tenía aquel hombre, contestó a su saludo y salió corriendo en dirección contraria. Aun tenía una misión más que cumplir.

Buscó la tienda del cuchillero, en la calle de los artesanos. Aquello iba a ser difícil. Sin embargo, ¿era o no era esto un sueño?

Nervioso pero divertido ante aquel pensamiento, que ya empezaba a convertirse en una broma personal, se plantó delante del puesto de cuchillos que tenían en frente de la tienda. Hurgó en sus bolsillos en busca del dinero que sabía encontraría. Siempre tenía los bolsillos llenos de monedas cada vez que visitaba el otro lado.

Compró un pequeño estilete poco ornamentado y buscó un rincón tranquilo dónde poder sentarse.

-Bueno Elías, es hora de demostrar que eres un hombre -dijo mientras sacaba el estilete que acababa de comprar y volvía la palma de su mano izquierda del revés-. ¡Ahora o nunca!

Hundió la cuchilla ligeramente en la tierna carne de su palma y soltó un chillido que poco tenía que ver con el de un hombre.

Dolor

Mat despertó inmediatamente con un grito en su cuarto. No llevaba dormido ni siquiera diez minutos, pero ya estaba empapado de sudor. ¡Y dolorido! La mano izquierda le escocía. ¿Cómo podía ser?

Encendió la luz y con el corazón desbocado fue dando la vuelta lentamente a su mano izquierda.

-No hay nada, sólo era un sueño, es sólo el recuerdo de lo que he hecho -se dijo.

Sin embargo fue presa de un desagradable estupor al fijarse en la irregular línea de sangre que le recorría la mitad de su palma izquierda.


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