Con su lento transcurrir, la embarcación se deslizaba por las tranquilas aguas del río Chiang. Los viajeros fijábamos nuestra inquieta mirada, sobre sus oscuras aguas, mientras, observábamos el mundo de color, que nos llegaba desde las orillasLos vendedores desde sus barcas, publicitaban a gritos sus productos, al tiempo que los turistas, intentábamos absorber la variedad de los mismos. Lentamente, la embarcación fue deslizándose por todo su caudal.El trabajo del barquero consistía, en esquivar una a una las diferentes embarcaciones, que en su navegar van río abajo. En la nuestra, nosotros y los que nos acompañaban, estábamos dominados por el miedo a una posible colisión. A medida que el río se iba ensanchando, veíamos sus riberas con otra perspectiva. Sin embargo, las imágenes que nos mostraban aquella otra manera de vivir, seguían penetrando en nuestras pupilas. El olor a la cocción y fritura de pescado, así como de otros alimentos, invadía todo el ambiente.El cielo, azul hasta ese momento, se fue ennegreciendo, y pronto una lluvia torrencial cubrió nuestros cuerpos. El agua oscura del río, tomó el color marrón del barro de las orillas. Las embarcaciones, ante el peligro que suponía navegar con aquella tormenta, viraron y tomaron el camino hacia sus bases. Ahora, en su azaroso navegar, los barqueros debían durante aquel trasiego, evitar la colisión entre las numerosas embarcaciones, en su pugna por lograr un espacio libre en aquel turbulento río.Tanto es así, que aquel agua agreste y sus ondulaciones se habían convertido en las peligrosas olas de un embravecido. La barca a duras penas mantenía la estabilidad, produciéndonos la sensación de que en cualquier momento iríamos a parar a sus marrones aguas, cosa que no nos era nada agradable. Estábamos sobrecogidos por el miedo, así que respiramos tranquilos, cuando en el horizonte apareció el embarcadero de donde habíamos partido. Pasada la tempestad, el azul del cielo nos volvió a sonreír, invitándonos a proseguir nuestro viaje a lo desconocido.