A veces mucho saber estorba. Me dijo un día el señor Barrón, mientras
me observaba revisar la cámara fotográfica de otro cliente, refiriéndose al
hecho de que en muchas ocasiones la solución al problema es más sencilla de lo
que aparenta.
En tanto yo me devanaba los sesos, preguntándome la causa de que las fotos
salieran "Borrosas". El me mostro un botón un tanto escondido en el
lateral de la cámara, botón que controlaba el enfoque, ese botón se encontraba
en modo Closeup. Por lo que las fotografías a distancia mayor de 0.60 cm, forzosamente
se desenfocaban. El que la solución al problema fuera tan simple nos produjo
mucha gracia, pero tras las risas y bromas, mi mente reconoció la inteligencia
silenciosa que esa frase conllevaba. “A Veces Mucho Saber Estorba" Desde entonces,
esa frase me ha sacado varias veces de apuros en situaciones de trabajo que
parecen muy complicadas, simplemente meto freno y vuelvo al principio a las
soluciones básicas y muchas veces ahí encuentras la respuesta.
El señor Barrón tenía unos sesenta y tantos años, era carpintero casi
retirado (Cuando has vivido toda tu vida de un oficio, no te retiras nunca) De físico
menudo y aparentemente frágil, con maneras educadas y una voz tras la cual de
inmediato se adivinaba su carácter decidido. Pulcro en su persona y su vestir,
con un lenguaje de lo más correcto, sus anécdotas eran siempre bien recibidas.
Un día me llego a la tienda una atractiva mujer de unos treinta y tantos
años, me pidió un par de pilas Duracel doble "A" y mientras se las
entregaba, me pregunto por los álbumes fotográficos que tenía en el aparador,
en eso entro el señor Barrón y cortésmente nos saludo a ambos y se situó en una
esquina del mostrador esperando su turno, ofrecí mostrar los álbumes a la
mujer y ella acepto, apenas los estaba sacando de su empaque cuando irrumpió, quien
supongo seria su marido y muy molesto le espeto
- ¿Tanto tiempo pa' comprar un pinche par de pilas?- mientras me lanzaba una
mirada llena de coraje. La mujer solo atino a balbucear algo sobre lo bonitos
que estaban los álbumes y me estiro un billete para que me cobrara. El tipo salió
y se subió a su camioneta y la mujer lo siguió sin despedirse.
El señor Barrón exclamo- Hasta luego, señora. Que le vaya muy bien y tenga
un bonito día.
Ella volteo y apenada nos sonrió.
- Fíjate como hay maridos celosos y pendejos.- Comento El señor barron- Este
hombre acaba de volverse loco de celos por un minuto que ella tardo en ver un artículo
del aparador, te aseguro que si la hubiera atendido una mujer, el no se pone así.
No es prisa, son celos. Ahora, imagínatelos en una fiesta. no'mbre, que
infierno para la pobre mujer.
Guardo silencio unos momentos, mientras buscaba en su memoria y continuo.
- Cuando era joven, me gustaba el Basebol y lo practicaba, un día después
del juego, nos fuimos a un restaurante a comer algo y tomarnos un par de
cervezas. Eramos como seis y juntamos dos mesas. Cuando mejor estaba el
ambiente, entra un fulano de esos como norteños, con sombrero, botas y una
chamarra de piel de gamuza, acompañado de una dama con un vestido muy corto y
ajustado, con un escote muy pronunciado y un cuerpo lleno de curvas. Con
decirte, que todos en el restaurante nos quedamos en silencio mientras
los veíamos subir una escalera, que los llevaba a su mesa en el segundo piso.
El tipo muy caballeroso le retira la silla y se nos queda viendo muy
encabronado y ahí te viene de regreso para nuestra mesa, mientras baja la
escalera, saca de la cintura una escuadra (Tipo de pistola) y se nos para
enfrente. Yo no sé si por chaparro o porque me vio cara de pendejo, se dirigió
nomas conmigo.
- Óigame amigo, me quiere explicar que tanto le ve a la dama que viene
conmigo.- Mientras me apunta con la pistola a la cara - ¿Que no sabe que los
pinches mirones se mueren más pronto?
- Pues vera señor, yo a la dama, no le veo más que lo que usted la deja que
enseñe. Yo ni me estiro ni me agacho. Le veo lo mismito que usted le verá si
voltea pa' donde la dejo.
El tipo volteo y observo a su acompañante, con la falda del vestido casi
hasta los muslos, su mirada perdió agresividad y guardando la pistola, me
dijo- Señor , creo que tiene usted razón. Le pido una disculpa.
Subió apresuradamente por su mujer y cuando paso junto a la mesa se despidió.-
Hasta luego, señores. Que pasen buena tarde.
A la memoria de mi amigo el señor Alberto Barrón.
29 de septiembre del 2011