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El Telefunken de mi padre

Publicado el 15 julio 2019 por Kirdzhali @ovejabiennegra
El Telefunken de mi padreLogo de Telefunken

Cuando en 1903 se creó la compañía alemana Telefunken, Georg Graf von Arco y Adolf Slaby, cabezas de las empresas cuya fusión la dio a luz, no se imaginaron que las torres gigantescas que edificaron en Estados Unidos y Europa retransmitirían las derrotas de Alemania en la Primera y la Segunda Guerra Mundial.

Empero, Telefunken no solo producía radios, sino también micrófonos y equipos de telecomunicación de uso militar. La marca llegó a ser tan confiable que, en los sesenta, los Beatles grabaron sus canciones usando el amplificador modelo V - 72S que había en la consola de los "Abbey Road Studios".

Antes, entre 1942 y 1944, lejos de la londinense área de Westminster donde funcionaban dichos estudios, en la ciudad de Quito, Ecuador, un muchacho de nueve años se apresuraba a llenar sus cuadernos escolares.

Como si la vida se le fuera en ello, apuñalaba la hoja con el lápiz y de la herida brotaban letras y números como sangre. El niño, Pepe, hacía sus tareas deprisa, esperando terminarlas antes del boletín que emitiría la BBC a las siete de la tarde.

Su tío abuelo le dijo la noche anterior que le confiscaría las revistas de la Embajada de los Estados Unidos a las que lo suscribió para que estuviese al tanto de los avances de las tropas aliadas en el norte de África y en las islas del Océano Pacífico, si no era capaz de mejorar su desempeño en la escuela.

Audio original de la primera transmisión regular de entretenimiento en radio. Argentina, año 1920. Los responsables fueron "los locos de la azotea", averigüe quiénes eran.

Tampoco podría encender el viejo y gigantesco Telefunken que, paradoja de la guerra, arribó al sur de América proveniente de Alemania solo para transmitir la voz de un locutor inglés, quien mal disimulaba la alegría tras cada derrota alemana.

El muchacho era un experto en maniobras envolventes, tanques y batallas aéreas. Sin embargo, en la escuela, cuando su maestro le pedía resolver ejercicios de aritmética o le sometían a una lección sobre el pretérito perfecto del subjuntivo, su silencio era infranqueable.

Hijo único, había convertido a las escobas en ametralladoras y al patio de la casa antigua donde vivía en un descampado de Francia. Con una pistola de madera acometía las misiones más peligrosas, cambiando su cariñoso "Pepe" ( Pater Putativus) por el implacable "Patton".

Primera parte de una serie de audios que contienen los boletines de radio durante la Segunda Guerra Mundial (en el listado se puede encontrar el resto de la serie). Compilación de la KCRW de Santa Mónica, California.

En el Telefunken, la voz del locutor truena narrando victorias y derrotas aliadas, mientras el muchacho de nueve años dispara con su palo de escoba a enemigos invisibles que tienen cabezas de florero y se esconden bajo los bancones de la sala.

"¡Ta - ta - ta - ta - ta!", dispara su ametralladora imaginaria, al tiempo que los gatos (hay siete en la casa) huyen despavoridos del victorioso soldado enemigo de los nazis.

El asalto a la fortaleza o a la colina que imagina en medio de la sala termina cuando el locutor de la BBC hace silencio, pero solo para reiniciar al día siguiente junto con un nuevo boletín.

El fin de la guerra llegó al Telefunken a lomos de un "flash" informativo. El periodista apenas podía disimular su satisfacción mientras narraba. Por otro lado, de la Embajada estadounidense llegaron unos cuantos folletos y revistas antes de esfumarse a finales de 1945.

Sin embargo, el ocaso del gigantesco radio alemán solo se produjo en los tiempos de la crisis del canal de Suez.

El Telefunken de mi padreRadio Telefunken de válvulas modelo Operette 6

Era uno de esos días frecuentes en Quito: en la mañana sol irreductible y en la tarde, diluvio. Había pasado el mediodía cuando recibió un sablazo desde el cielo.

El rayó se cebó en cables y antenas, siendo su última víctima el Telefunken que luego de lanzar un quejido de estática se apagó para siempre. Tenía más de veinte años y moría en América, a cientos de kilómetros de una Alemania que se había desmenuzado en varios pedazos rojos azules y blancos.


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