Revista Literatura

El tren

Publicado el 07 julio 2015 por Alejandrajaal @jandranara5

                                   EL TREN

     Hay un pasajero en el tren que se ha quedado dormido, 

silencioso compañero de viaje, que dormita mientras el tren nos

 trasporta hacia otro lugar. Al lugar elegido. 

     Yo observo el paisaje por la ventanilla, todo parece nuevo,

 inmaculado y veloz para mis ojos, apenas puedo retenerlo. Cuando

 miro a través de la diminuta ventana, no veo… sólo son ráfagas de

 paisaje que apenas se muestran, poco pueden apreciar mis pupilas.

     El tren me da una imagen equivocada de las cosas. La vida no 

es así, son inventos del viajero, mentiras que su mente dibuja,

 ensoñaciones vaporosas de cuentos inacabados, de vidas hechas de

 retazos de espuma, de prisas sin sentido, de huellas en la memoria,

 de besos rotos y traicioneros.

     El pensamiento viaja rápido, voy de una cosa a otra, de la 

tristeza a la alegría, de la noche al día, de la verdad a la mentira, de 

la muerte a la vida.

     ¡Ay! Cruel letanía del paisaje que el viaje no acalla.

      Emerge la vida en el reverdecer de las aulagas, en la brizna

 fresca, en la tierra labrada, en los cascotes de una vasija vieja, en

 una pintada que los amantes han hecho en la estación abandonada.

 Entretanto yo sigo en silencio. Silencio hecho de tormentas, soy 

trotamundo equivocado en la estación del tiempo.  Sendero

 estrecho, camino pisoteado y…amante abandonado. ¡Cómo duele recordarlo!

     He visto a unos enamorados de la mano, los he mirado furtivo. 

¿Quién, dime quién, se llevo tu amor y el mío? ¡Dímelo! ¡Qué alguien me lo diga!

     Viajo tratando de olvidar lo vivido, pero en  cada imagen nace,

 reverdece, renace del  pasado, el eco de una vida de luz y verdad,

 de entrega, con  aureolas de amor y luz encendida en las travesías

 profundas, donde los peces nacarados brillaban, corrían y se

 ausentaban, tímidos, como impresionados crepúsculos hechos de 

deseos y miedos. Así fue lo vivido.

     El tambor ronco de la esperanza golpea mis sienes, mi pobre 

alma mordida, de dolor se estremece.

     El paisaje florece, miro una gran alameda de orgullosos y 

elevados chopos hacia la luz. Ellos, en su reino sagrado, ofrecen la

 sinfonía perfecta, el rumor de sus hojas con las suaves caricias de la brisa.

     Voy absorto en el paisaje…No quiero perderme nada de este

 éxodo…Algún rayo de luz iluminará mi camino. La más humilde

 hierba me mostrará su misterio.

     Mi compañero de viaje se despereza muy serio, me observa,

parece extrañado de que yo no haya dormido. “Hay que descansar amigo”

 me dice muy serio. Se lo agradezco con gesto tímido.

 Se baja en la próxima estación, yo… Sigo mi camino.    

   



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