El ritmo vertiginoso de estos tiempos se potencia para que la misión que venimos a desempeñar, sea la que sea, pueda llevarse a cabo en plenitud. En mi caso al arribar a mi hogar casi no llegué a desempacar, ya que dos días después por motivos laborales abordé primero un autobus nocturno a la capital para alcanzar el avión de la mañana hacia Bariloche, casi el otro extremo del continente americano respecto de la caleidoscópica Nueva York.
San Carlos de Bariloche es una localidad turística situada en la provincia de Río Negro, en la Patagonia argentina. Destino tradicional de locales y foráneos por su belleza natural, el esquí es el deporte característico de Bariloche en razón de una geografía que incluye la calma azul turquesa del lago Nahuel Huapi y los picos nevados de la cordillera que se avistan desde la ciudad. En vacaciones de invierno los egresados celebran el fin del ciclo escolar con un viaje, en el que resulta destino favorito desde siempre.
Aborígenes puelches, mapuches y araucanos habitaban estas tierras heladas y bellísimas que renacen al calor del sol del verano. Algunos misioneros chilenos se animaban a cruzar la cortina maciza de los Andes y luego comenzaron a llegar los primeros colonos, entre ellos Carlos Wiederhold Piwonka, a quien debe la ciudad su nombre de pila. Pero la arquitectura citadina, construcciones de madera tipo alpino, obedece a la influencia de los inmigrantes de origen germano que arribaron desde fines del siglo XIX hasta mediados del siglo XX.
Desde cualquier punto de la ciudad se disfruta de la vista majestuosa del lago con las montañas como marco que invitan a perder la mirada en el paisaje, aún si la visita a Bariloche no obedece a motivos turísticos y en consecuencia el tiempo de disfrute debe ser medido en pos de las obligaciones. Afortunadamente durante los tres días que pasé en este pequeño paraíso simplemente me bastaba con abrir los ojos por la mañana: la fotografía tomada desde la ventana de mi cuarto de hotel refleja el Nahuel Huapi en todo su esplendor.
El Centro Cívico
El Centro Cívico de Bariloche se distingue por un estilo arquitectónico propio y está compuesto por un conjunto de edificios proyectados por el arquitecto Ernesto de Estrada, que tuvo en mira conectar las construcciones con el lago a fin de potenciar la belleza natural de la ciudad.
Declarado Monumento Histórico Nacional en 1987, las dos arcadas sitas frente a la plaza en el edificio donde tiene su sede el Museo de la Patagonia Francisco P. Moreno desembocan en la calle Bartolomé Mitre, arteria comercial que nuclea la vida política y comercial. Frente al Nahuel Huapi, la Municipalidad ostenta el enorme reloj que marca las 12 y las 18 horas con el indio, el misionero, el conquistador y el colono, los antepasados de los actuales habitantes de la ciudad.
La tradición gastronómica de Bariloche incluye a familias especialistas en la elaboración del chocolate en todas sus versiones: blanco, negro, con pasas, con dulce de leche, con nueces, en rama…En Rapa Nui los descendientes de Aldo Fenoglio continúan la tradición de aquel hombre al que la guerra expulsó de su Italia natal junto con su esposa Inés, con quien se radicó en la Patagonia munido de las recetas familiares. Su hijo Diego no sólo continuó con el legado paterno sino que expandió la empresa hoy a cargo de los nietos de don Aldo con un local donde las tortas, los alfajores y los helados hacen las delicias de todos los comensales.
El bosque de Moma
Pese a los compromisos laborales es bueno hacerse un tiempo para disfrutar con los afectos: un par de horas son suficientes para compartir vivencias con aquellas personas que forman por historia parte de nuestra vida.
Moma sabía de mi llegada a la ciudad y el último día nos encontramos en Rapa Nui para tomar un café y hablar de nuestros últimos meses, nuestros hijos y nuestras existencias; en su caso se encontraba con la expectación previa a una nueva exposición. A media tarde nos trasladamos a su hogar, un cálido rincón en el que las manos de José dieron forma a varios muebles en tanto que el amor de Moma por la naturaleza se refleja en el espacio exterior.
El terreno en el que se encuentra la casa se pierde hacia la montaña en un despliegue de colores verdes y tierra que serena el alma, donde Moma encuentra la calma que precisa para desplegar su potencial artístico. Las especies arbóreas y las plantas que se elevan hacia el cielo fueron plantadas con sus propias manos y devuelven los cuidados recibidos con creces, conformando un pequeño bosque en el que perderse, un lugar fuera del tiempo para escuchar el silencio y respirar paz.