La capital de México se torna visible desde el aire como un enjambre de luces interminables que se expanden de forma casi infinita. La primera impresión se corresponde con la realidad porque el Distrito Federal, ubicado a 2300 metros sobre el nivel del mar, es una megalópolis que impacta de lleno en los sentidos: colores, sabores, sonidos y olores se multiplican en las calles que giran alrededor del Zócalo, hoy Plaza de la Constitución, la segunda del mundo en extensión por sus cuatro hectáreas que se levantan sobre las ruinas de Tenochtitlán.
La cortesía es una cualidad que sobra en esta ciudad, tanto en los operadores de los servicios como en los ciudadanos de a pie que se desplazan por las peatonales del Zócalo. Es sábado y el centro estalla de gente: en los comercios, en los bares, en los espacios públicos, en los museos. Nos hospedamos en el hotel Zócalo Central, un magnífico edificio antiguo en el que el desayuno se disfruta desde la terraza ubicada en el piso sexto, con vista a la Catedral Metropolitana y a la Feria de las Culturas Amigas, instalada desde el 14 de mayo hasta fin de este mes en la plaza central.
La Catedral Metropolitana es imponente, su construcción culminó en el año 1813 y sustituyó a la iglesia erigida por orden de Hernán Cortés. El Altar de los Reyes demandó veinte años para ser concluido y domina el espacio central del edificio, que cuenta con un campanario al que se puede acceder con guía todos los días en diversos horarios, siempre que los cinco pisos de altura adicional no influyan negativamente en el cuerpo físico del viajero.
La Iglesia de la Profesa, el templo de San Francisco, la Casa de los Azulejos, la Torre Latinoamericana, el Palacio de Bellas Artes se suceden en la peatonal Madero, camino al Parque de la Alameda. En cada esquina se multiplican los vendedores, organilleros y estatuas vivientes, mientras por momentos la multitud resulta agobiante y sobrecogedora. Arribar al espacio verde de la Alameda resulta un alivio y el Museo Mural Diego Rivera nos aguarda al cruzar el parque.
El museo alberga en estos días una exposición que gira alrededor de los juegos con canicas y trompos como disparadores de reflexión sobre la infancia y las infancias, en una muestra interactiva y original en cuanto a los materiales empleados llamada Piedra, Papel o Tijera. Luego de recorrer la exposición nos sentamos frente al descomunal mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, en el que Diego Rivera plasmó la historia de México y de su vida. Una sucesión de personajes que abarca desde Cortés hasta Sor Juana Inés de la Cruz, desde el emperador Maximiliano hasta Benito Juarez, desde Frida Kahlo hasta Emiliano Zapata, presididos por la figura central de La Catrina, dan cuenta tanto del talento de Rivera como de su compromiso social en todo su esplendor.
Con éxito nulo procuramos encontrar un lugar donde sentarnos a tomar un café luego de varias horas de recorrido; la Feria de las Culturas Amigas ejerce un enorme atractivo pero resulta difícil desplazarse por la inmensa cantidad de personas que la transitan, así que finalmente optamos por regresar al hotel y dejarnos caer en los confortables sillones del bar. El amable mozo sonríe cuando le preguntamos acerca de la cantidad de gente que circula, nos dice que así es la ciudad y no le falta razón: intensa, bulliciosa, colorida y hospitalaria, México D.F. ha comenzado a desplegarse ante nosotros.
Cuernavaca
Cuernavaca es la capital del estado de Morelos, verde y florida debido a su buen clima permanente, de ahí que la llamen la ciudad de la eterna primavera. A Cuernavaca arribamos para visitar la Catedral de San Francisco, erigida por la orden religiosa en el centro del poblado que habitaban los pueblos originarios del lugar.
La nave central se sitúa en el predio en el que los franciscanos se abocaron a la tarea de evangelizar, así que mientras la construcción avanzaba se levantó una galería cubierta con potente resonancia, en la que la voz de los frailes se expandía ante el poblado convocado en el patio. Finalmente se concluyó la iglesia, en la que los murales pintados en su interior dan cuenta de la historia del primer mártir mexicano, el joven franciscano Felipe de Jesús.
Parece que la fe lo llevó junto con otros religiosos a intentar evangelizar Japón, a fin de convencer a los budistas que en realidad estaban errados en sus convicciones al seguir devotamente a Siddharta Gautama. No terminó bien la aventura, por cuanto el emperador sintió la afrenta en carne propia y tanto Felipe como los religiosos que lo acompañaban fueron crucificados en Nagasaki, y en consecuencia declarados mártires al haber dado sus vidas por la fe.
En Cuernavaca se advierte la influencia del presbítero Manuel de la Borda, hijo de José de la Borda, inmigrante español que amasó una considerable fortuna de la mano de la explotación de las minas de plata de Taxco. Su hijo fue además de hombre de la iglesia un avezado empresario, que multiplicó por cinco la fortuna paterna mientras se dedicaba a procrear prolífica descendencia. Como todos sabemos el dinero es poderoso y todos sus hijos fueron legitimados por el Papa, pese a la condición sacerdotal del progenitor.
Manuel de la Borda construyó en Cuernavaca una espectacular mansión rodeada de altos muros, cuyos jardines con frescos manantiales alojaron visitantes nobles e ilustres de la época. Actualmente es una casa museo y se puede visitar así como la iglesia que integra la propiedad; si de mansiones se trata, en Cuernavaca se encuentra una de las fincas de Hernán Cortés, otra enorme construcción que da cuenta de la pluralidad histórica que compone el bagaje cultural de México.
Taxco
Tierra de plateros y orfebres que transmiten sus conocimientos de generación en generación, Taxco fue creciendo al ritmo de las minas de plata y su geografía se adaptó al área montañosa sobre la que se erige. Taxco integra la ruta de los Pueblos Mágicos, por la preservación de su cultura y del encanto colonial debido a la simetría que resulta de las casas de paredes blancas, balcones y rejas negros y techos de tejas color tierra o rojo. Hasta los carteles de publicidad deben adaptarse a los tres colores clásicos, para no turbar el paisaje de Taxco.
El apellido la Borda se encuentra unida a la historia de Taxco porque fue Francisco de la Borda, tío del particular hombre de iglesia Manuel, quien comenzó la fortuna familiar que devolvió con creces a la ciudad en obras públicas y filantrópicas. Parece que ocultaba un oscuro secreto de su pasado en tierras españolas de donde era oriundo, entonces cuando llegó la hora de rendir cuentas ante la proximidad de la muerte le rogó a su hermano menor, José de la Borda, que levantara una iglesia para lograr el perdón divino. José cumplió a rajatabla y es así como Taxco cuenta con la espectacular Santa Prisca.
Priscila o Prisca fue una santa adolescente que sufrió martirio por sostener su fe en los primeros tiempos del cristianismo. La leyenda cuenta que los artesanos y albañiles que estaban abocados a la construcción del templo por orden de José de la Borda fueron salvados por la santa de una tormenta, quien evitó desde el cielo que los relámpagos cayeran sobre ellos y sobre la obra. José de la Borda decidió entonces dedicar la iglesia a Santa Prisca, cuya imagen se encuentra en el altar mayor del lado izquierdo mientras que un torturado San Sebastián preside el lado derecho.
La iglesia cuenta con siete retablos de estilo ultrabarroco y resulta un edificio imponente que desafía el terreno escalonado de la montaña; a su alrededor se desarrolla la vida de Taxco, colorida y multitudinaria, con talleres de platería, artesanías y comidas típicas. Nosotros hacemos un alto para reponer fuerzas en el restaurante Taxco de Mis Amores y luego recorremos despacio la plaza principal y las tiendas; el punto de reencuentro con nuestro guía es la estatua que rinde homenaje al ciudadano José de la Borda.