No hay abrazos ni besos en la cama moribunda,
sólo lágrimas y fríos que recorren todo el cuerpo.
No más suspiros ni risas entre los insomnes lienzos.
Hoy la noche despertó cuando me llegaba el sueño
y decidió, ella sola, rasgarme de dolor el pecho.
Hoy mis ojos se cerraron buscando el descanso cierto
y fue la humedad del llanto quien los mantuvo despiertos.
Acariciaron mi espalda los dedos del desaliento
entreabriendo mi boca labios de incomprensión y de miedo.
Miedo a tenerme a mí misma, sola, sin otro reflejo
que el del espejo vacío, repleto de espaciosos huecos.
Hoy la noche susurró versos de soledad, a destiempo
en mi oído ensordecido por el trueno del silencio.
Hoy mi alma se perdió al buscar con gran anhelo
el recuerdo de un instante: precioso, único, eterno.
Y vagué entre las sombras, cayendo de trecho en trecho
con la mirada borrosa, rebosando amor y tiempo.
Y entre las sábanas manaba, resbalaba sin concierto,
un océano de gotas que parían mis adentros.
Hay noches de sueños radiantes, de risas y de reencuentros.
Noches de mares de algas que cimbrean por mi cuerpo.
Pero también hay noches de oscuridad y lamentos.
Noches de ahogados gemidos que no desvelen a muertos.
No más suspiros ni risas entre los insomnes lienzos.
En la cama, moribunda, no hay ya abrazos ni besos,
sólo lágrimas y fríos que me recorren el cuerpo.