El tren desde Sorrento demora algo menos de una hora para llegar a Pompeya. Confieso que no deja de sorprenderme que una zona turística de esta magnitud, que además resulta el punto de partida hacia la belleza glamorosa de la Costa Amalfitana, cuente con un servicio tan venido a menos en este sentido, pero supongo que todo sitio tiene sus peculiaridades y de este modo hay que considerarlas.
El Vesubio es un volcán cuyo solo nombre remite al destino trágico de la antigua ciudad romana, pero en el año 79 hacía más de un milenio que no entraba en erupción. Los habitantes de la pétrea urbe se levantaron una vez más en una mañana de sol radiante y en algún momento el gris del cielo y el estruendo presagiaron la muerte: una explosión de lava hirviente y piedras al rojo vivo sepultó casi instantáneamente a 20.000 personas, devotas de divinidades que olvidaron ese fatídico día el contenido de una de las inscripciones que fue hallada en la ciudad: “Vivimos aquí, que los dioses nos hagan felices”.
En el año 1550 el arquitecto Fontana había programado excavaciones en la zona para desviar el curso del río: ante sus ojos asombrados aparecieron los primeros edificios, pero recién hacia 1700 se emprendió la ardua tarea de recuperar las ciudades de Pompeya y Herculano que continúa hasta nuestros días. El acceso por la Puerta Marina nos introdujo en una fotografía perfecta de la vida pompeyana, con el tiempo suficiente para detenernos en sus diversas facetas: fincas de ciudadanos pudientes, hogares visiblemente reducidos de los menos afortunados, termas donde se cuidaba la salud y se cerraban tratos comerciales, espacios de entrenamiento de gladiadores y de venta de esclavos, el mercado, los templos… toda una semblanza organizada y palpitante que permite imaginar el ritmo cotidiano de sus habitantes.
Fieles a su lema de ser felices con la ayuda de los dioses, los pompeyanos tributaban a los placeres terrenales: así se constata la existencia de bares, de tiendas en la Calle de la Abundancia, de comercio de perfumes y de comida al paso. Y, sobre todo, sin ningún subterfugio se advierten falos tallados en piedra que señalan el camino hacia el lupanar, donde los frescos eróticos pintados sobre cada una de las habitaciones dan cuenta de los servicios que allí se prestaban.
La gran cantidad de objetos, tallas y mosaicos de contenido sexual que fueron desenterrados con el curso de las excavaciones confirmaron la condición de ciudad de recreo de Pompeya, pero la rígida moralina de tiempos pasados enclaustró esta colección en el llamado Gabinete Secreto, que sólo podía ser abierto a los hombres y bajo estricto permiso oficial. Fue Giuseppe Garibaldi, hastiado de suscribir estos documentos, quien ordenó su apertura al público en principio, aunque recién en el año 2000 se autorizó sin límites su exposición, que a la fecha se encuentra en el Museo Arqueológico de Nápoles.
En el año 186 a.C. los senadores romanos aprobaron una ordenanza que prohibía la realización de reuniones conocidas como bacanales, en las que el culto al dios del vino y el desenfreno adquiría ribetes orgiásticos e iniciáticos cuyo complejo significado aún resulta motivo de discusión. La gran obra de recuperación de Pompeya permitió descubrir en el año 1909 la extraordinaria Villa de los Misterios, una extensa finca suburbana en cuyas paredes luce un ciclo pictórico directamente vinculado a este culto, restaurado en todo su esplendor.
Se puede acceder desde el exterior por la Puerta de Herculano o bien caminando por el interior de las ruinas siguiendo los carteles de señalización, imaginando la travesía que emprendían los habitantes hace casi 2000 años. La finca data del año II a.C. y fue edificada en una pendiente con salida al mar y ampliada alrededor de un siglo después; sus habitantes eran notoriamente prósperos y además de constituir una residencia familiar estaba equipada como establecimiento agrícola, encontrándose los dormitorios principales orientados hacia la zona marítima.
La gran estancia o triclinio exhibe en sus tres paredes un rito de iniciación mistérica dionisíaca, de ahí el nombre de la finca. En la pared del centro se puede ver a la pareja divina compuesta por Dionisio y Afrodita o Ariadna (no hay consenso aún al respecto), mientras que las paredes laterales reproducen el mundo de Dionisio y la preparación para el ingreso al camino de los misterios. En la pared restante una joven se prepara para contraer matrimonio; todo el conjunto se encuentra vinculado a estos ritos en los que el vino, la danza, los sátiros y las bacantes constituyen elementos esenciales.
Lo cierto es que sólo podemos imaginar el motivo que indujo a los propietarios de esta residencia señorial a incluir en su decoración un homenaje al dios del éxtasis, patrón de la agricultura y mediador entre los vivos y los muertos: la atmósfera de la villa contribuye a aumentar un enigma impregnado de una belleza artística casi irreal, como corresponde a los misterios que reproduce.
Tesoros bajo la lava
Entre la Puerta Marina y la Puerta de Herculano transcurria la Insula Occidentalis, donde las mansiones se caracterizaban por su amplitud y comodidad, ya que el declive de la colina les permitía disfrutar de jardines orientados al mar, vistas panorámicas y brisa refrescante. Una de estas fincas se identifica actualmente como “Casa del brazalete de oro” y no se encuentra abierta al público, pero es posible contemplar en el Antiquarium, expuesta hasta el próximo 31 de mayo de 2018, la muestra Tesori sotto i lapilli, en la que se exhiben frescos y joyas provenientes de estas residencias emblemáticas de Pompeya.
Precisamente en la Casa del brazalete de oro se encontró un medallón de cuatro áureos de tiempos de Augusto, que constituye una pieza única e implica el alto poder adquisitivo de su propietario, debido a que eran acuñados como piezas ornamentales para significar el rol social del poseedor. También en esta finca fue habida la joya a la que alude su identificación: una pulsera de 610 gramos de oro reproduce a dos serpientes enfrentadas que sostienen en sus bocas a la diosa Selene, y era portada por una mujer acompañada de un hombre y un niño que fallecieron al derrumbarse parte de la construcción producto de la erupción.
La desgracia de esta familia y el cataclismo producido por el Vesubio no habría disuadido a los amigos de lo ajeno y cuatro fugitivos ingresaron en la residencia, pero la nube ardiente los abatió mientras procuraban huir llevando consigo un arcón que contenía 170 denarios y 40 áureos. Fue precisamente el hallazgo de uno de estos denarios lo que permitió establecer el error en la fecha de la catástrofe que había consignado Plinio el Joven como ocurrida el 24 de agosto dada su acuñación en Roma en septiembre del mismo año, estableciéndose en consecuencia que la erupción del Vesubio y su funesta consecuencia sobre Pompeya podría haber tenido lugar en el mes de octubre del año 79.