Revista Diario

Envuelta en el otoño (II)

Publicado el 23 octubre 2011 por Mariaelenatijeras @ElenaTijeras

Envuelta en el otoño (II)Después de varios de intentos  fallidos para alcanzar el deseado estado de inconsciencia, decidió abandonar la cama.  En la casa reinaba el más absoluto y apabullante de los silencios. Salomé dormía sosegadamente en su habitación. A pesar de su corta edad, sabía que al día siguiente habría una fiesta que a su madre le hacía muy feliz.  Los últimos días habían sido muy ajetreados y en los que la pequeña había sido también el centro de atención. Camila había disfrutado mucho ultimando los pocos detalles que Marcos le había dejado preparar para la boda. Le pidió que confiara en él para organizarlo todo, quería darle una sorpresa muy especial. La luna llena iluminaba el negro cielo impregnado de relucientes estrellas, mientras acompañaba  a Camila  inmersa  en sus pensamientos.  Todo estaba preparado, el día siguiente  sería, por fin, el nuevo comienzo que tanto había necesitado desde hacía mucho tiempo. Su vida cambiaría y soñaba con que fuera para siempre.  Pero no todo era perfecto. La serenidad que reinaba aquella noche no consiguió transmitirle la paz que necesitaba.  Muy atrás quedaba ese sentimiento capaz de doblegar su espíritu. Creía que ya estaban superados sus miedos, no entendía porqué cuando ya todo estaba bien  en su vida y su corazón no podía latir con más fuerza, volvía esa sensación de inquietud. ¿Acaso había algo que se le escapa de las manos? Apenas faltaban unas pocas horas para que amaneciera, Camila  encontró la forma de poder descansar y alejar las turbulencias que amedrentaban su espíritu esa noche.  Se acercó lentamente a la cama de Salomé y con cuidado se tumbó junto a ella, abrazándola con todo el amor que sentía por su hija. Al igual que el sonido del corazón de una madre calma el llanto de un bebé, sentir el latido del de su hija, consiguió lo que la extenuación del cansancio no pudo.
– ¡Salomé! –llamó Camila– Ven. Tenemos que echarnos unas fotos las dos juntas para el álbum. –Por el pasillo se oían los pasos al trote hacia la voz de su madre. La mañana había pasado muy deprisa.  Madre e hija estaban listas sólo quedaba esperar que el coche las recogiera. Hasta en el mismo día de su boda, Camila desconocía como se desarrollaría. Marcos había guardado el más hermético de los secretos. La melodía del móvil interrumpió las últimas fotos familiares que compondrían el álbum. Contestó a la llamada: –¿Sí? Dígame.–Soy Bruno, vengo a recogerte para la boda, Camila. –Enseguida bajamos. –la emoción comenzaba a embargarla. El pulso empezó a latirle en las sienes. –Muy bien. Hasta ahora. –Ciao. –colgó Camila.
Ahora sí estaba nerviosa.  Salieron todos de la casa. El padre y la madre  junto a su hija desfilaron hacia el portal. Una impecable limusina blanca, adornada para la ocasión con preciosos ramilletes de lirios blancos,  los esperaba. Del rostro  de Camila se desprendió una  sorprendida y atónita sonrisa.  Bruno la recibió  cortésmente y con galantería le besó los nudillos. –Buenas tardes, estas preciosa. – le dijo dirigiéndose a la novia– No he visto nunca una novia tan bonita. –Gracias, Bruno. ¿A cuántas has tenido el placer  de llevar? –respondió coqueta.–La verdad, a muy pocas. Una contándote a ti. –los dos rieron, pero los nervios de Camila no cesaban. –Estos son mis padres; Alfredo y Luisa. –señaló uno por uno mientras pronunciaba sus nombres. De su mano iba Salomé. –Esta es mi preciosa muñeca. Dile cómo te llamas. –le dijo a la niña–Salomé. –algo tímida respondió escondiéndose detrás de su madre. –Bonito nombre, pero no tanto como tú –se arrodilló mientras le hablaba a la pequeña. – ¿me das un besito?Salomé, aún con timidez, se acercó lentamente  y estampó un tierno, casi inapreciable, beso en el rostro de aquél desconocido que tenía delante.–Camila, tú y la niña iréis en la limusina. –Señalaba el coche blanco que había a su derecha.– Tus padres irán en ese de atrás. –Un elegante coche negro los esperaba detrás del blanco.
El trémulo bouquet de tulipanes rosas y blancos, que portaba entre sus dedos acomodada en el vehículo, aseguraba el estado de nervios de la novia. Intentó calmarse mirando por la ventanilla. Pero eso la desconcertó aún más. Había perdido de vista el coche de sus padres y  algo la sorprendió. –Éste no es el camino al juzgado –al oírla Bruno giró la cabeza para responderle. –No te preocupes, sé perfectamente dónde tenemos que ir. –Tranquilizó–  Marcos quería sorprenderte. –Ah! entonces ¿no vamos al juzgado? –preguntó extrañada.–No, te avisaré en cuanto lleguemos. Te aseguro que te gustará mucho más que ese frío lugar.  Sorprendida ante la nueva noticia Camila observaba, por la ventanilla, como salían de la ciudad y tomaba la dirección  por la que tantas veces había ido para disfrutar de un día playero. – ¿Falta mucho para llegar, mamá? –Salomé empezaba a inquietarse. El camino era demasiado largo para su aguante. –No, bonita –contestó el conductor– apenas unos diez minutitos, ¿crees que puedes esperar?–Sí –afirmó mientras asentía también con  la cabeza. –Estupendo, verás que sitio más bonito.  –comentó mientras las observaba por el retrovisor.
El camino, cada vez más corto, le resultaba familiar. Conocía perfectamente esa carretera, que conducía al lugar donde había compartido un  momento mágico de su vida con Marcos. –Pero, si esta es la playa… –dijo al fin, dirigiéndose a Bruno –Exacto, esa misma. –respondió el conductor con una sonrisa en los labios. –Dios mío, no me lo puedo creer. –Aún sorprendida preguntó– ¿de verdad va a ser aquí? –dijo al observar las carpas preparadas allí. Pudo comprobar entonces, que el vehículo negro  que llevaba a sus padres, entraba al recinto a pocos metros del suyo. Se acercaban paulatinamente a una carpa  gigante desde dónde la novia saldría para reunirse con el novio. A lo lejos, Camila observó algo que la dejó perpleja. Nuevamente, la figura de aquella persona de la gorra negra acechaba, pero en esta ocasión no se marchó, en la distancia,  permanecía inmóvil contemplando como la limusina seguía su camino.  El sosiego que le proporcionó dormir la noche anterior junto a  su hija, se quebró en más de mil pedazos. –Bruno, ¿Quién es la persona que hay allí? ¿Algún invitado? –le preguntó señalándolo con el dedo, mientras descendía del coche. –No lo sé, Camila. Quizás sea algunos de los técnicos o repartidores de la boda. –No puede ser. Llevo viéndolo varios días y en unas situaciones muy extrañas. –comenzaba a preocuparse. No encontraba explicación a coincidir con la misma persona en distintas  ocasiones y tan especiales para ella.  –No te preocupes. Seguramente serán imaginaciones mías. –esas palabras fueron para calmarse ella, vano intento. Empezaba a aflorar la misma mala sensación que, la noche anterior, la tuvo tan azorada.
Una agradable música amenizaba los últimos momentos previos al enlace. Los invitados comenzaban a colocarse en sus asientos. Delante de las primeras filas y junto a los de los novios, una hilera de bonitas flores daba un ambiente romántico al espacio.   El novio esperaba junto al juez de paz la llegada de ella bajo un gran arco de flores de todos los colores, que empezaba su camino hacia ellos sobre una alfombra color burdeos, precedida por su hija que le iba esparciendo pétalos de rosa por la moqueta. Llegó hasta él, y cogiéndose de su brazo se disponía para empezar la ceremonia. – ¡Camila! –una voz fuerte desde el principio del camino, gritó su nombre. Todo el mundo se giró hacia donde provenía el grito.  Otra vez la misma persona, la misma indumentaria. Cuando todos los presentes, estaban observándolo,  se despojó de la gorra que le otorgaba el anonimato. – ¡Servando! – dijo extrañada al descubrir la identidad del desconocido. –No puedes casarte con él. –siguió gritando desde su posición, asegurándose de que todo el mundo lo pudiera oír. –Ah! ¿no? y eso lo dices tú. –sus ojos se teñían de rabia contenida. La furia iba inundando su cuerpo. Se disponía a andar cuando Marcos la sujetó. – ¿Dónde vas? ¿No irás a darle crédito a ese impresentable? –le preguntó tajante. Conocía con todos los detalles la historia del padre de Salomé. Camila se la contó  cuando sintió que podía confiar en él. –Perdóname un instante, Marcos, vuelvo en seguida. –continuaba su camino y volvió a ser retenida. –Marcos –mirándole a los ojos, comenzó a hablar– te quiero muchísimo y lo último que deseo es que nuestra boda se paralice por este imbécil, pero esto es algo que tengo que hacer yo. Es mi guerra y tengo que ganarla  yo. ¿Confías en mí? –le preguntó con sus ojos clavados en los de él. Tras unos instantes en los que el tiempo pareció disiparse, le respondió:–Por supuesto, que confío en ti, Camila. Lo que no sé es si puedo confiar en él. –señaló hacia Servando. –Él no te tiene que preocupar. En unos instantes estará fuera para siempre. –le decía mientras enfilaba sus pasos hacia el final de la hilera de sillas, no sin antes dejarle el ramo de flores a Salomé. – ¿Quieres cuidármelo? –le dijo con toda la dulzura que siempre tenía para ella. La niña, sonriente, asentía mientras alargaba sus brazos para cogerlo. Cuando llegó a su altura, sus ojos le obsequiaron con el peor de los venenos.  No se detuvo hasta llegar a la carpa dónde ella salió para reunirse con Marcos.   Una vez dentro, Servando empezó a hablar. – Estas preciosa. –dijo mientras la observaba detenidamente de pies a cabeza. – Lo sé. ¿Qué demonios haces aquí? –increpó a sus palabras. – ¿Cómo te has atrevido a seguirme y vigilarme?–Camila, no puedes casarte con él. Nosotros tenemos una familia que debemos…–No tenemos nada –cortó sus palabras antes de seguir escuchando barbaridades – Hace mucho  tiempo tú y yo dejamos de ser eso. Como has visto, estoy aquí para formar mi familia –a cada palabra su tono era más colérico, mientras con la mano señalaba hacia ella misma. –Recapacita un poco… –suplicó esperando  que cambiara de opinión– Tenemos una hija…–Cierto, tenemos una hija y eso nunca podré cambiarlo por mucho que me duela. No sabes cómo me arrepiento de haberle dado a mi hija un padre como tú. Ruin y miserable, que le da la espalda. Siento vergüenza por ello. Y te juro, que haré lo imposible para que tenga un padre de verdad, que no le niegue el derecho más fundamental  que pueda tener como es el cariño y  el respeto. –No me la vas a quitar, –espetó como única salida– eso no lo…–Eso ¿qué? –Volvió a cortarle – tú has sido el que decidió no estar con ella. ¿Dónde estabas cuando su cuerpo ardía de fiebre? Cuando lloraba por hacerse daño al caer mientras aprendía a andar, ¿Dónde? –ante tales palabras, cada una más hiriente que la anterior, Servando agachó la cabeza –Entiende una cosa de una vez –prosiguió sin darle tregua– Ya no necesitamos nada de ti. Aprendí a superarte. No volverás a hundirme como lo hiciste antes. Ahora  ya estás fuera.  Desaparece de una vez. –le dio la espalda y desapareció por la puerta de la carpa dispuesta a terminar lo que minutos antes empezó. Bajo la atenta y curiosa mirada de los presentes, Camila volvió a andar el pasillo enmoquetado. Al verla de nuevo, firme y decidida con una amplia sonrisa en sus labios, Marcos se  tranquilizó al fin. Volvía su amor para casarse con él. La música sonaba apenas audible, su ramo de flores corría hacia ella de la mano de su muñeca y juntas de la mano, llegaron hasta el novio. Las huellas, profundamente hundidas en la arena, denotaban el paso rápido y tosco que Servando dejaba al marcharse. A lo lejos, la ceremonia continuaba. La suave brisa que refrescaba la temperatura aún veraniega, siendo otoño,  no vaciló en llevarle hasta sus oídos las palabras que nunca quiso oír para otro hombre. La música volvió a erizarle la piel. Miró una última vez hacia atrás, para contemplar el júbilo y felicidad propios de esa celebración. De sus ojos cayó una lágrima perdiéndose en la arena. Mientras tanto, a bastantes metros de él. Apartados  de todo el bullicio del festejo, Camila y Marcos caminaban cogidos de la mano hacia la orilla. –Muchas gracias por todo esto, Marcos. Has escogido un lugar maravilloso para casarnos. –Gracias a ti, por dejarme estar en tu vida. No, en vuestra vida. –corrigió feliz. –A ti, por quererme tanto. –abrazada a él,  se sintió reconfortada. 
Salomé corrió hacia ellos,  y de un salto todos cayeron a la orilla.Una instantánea que, un fotógrafo avispado, pudo recoger y plasmar para la posteridad. 
***FIN***

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