Revista Talentos
Escapar
Publicado el 02 agosto 2010 por McaellasEl periódico The Economist dice que Catalunya se ha convertido en la tierra de la prohibición. No estamos hablando de un panfleto revolucionario ni de una banda de libertarios. Es The Economist, una publicación que lee la gente ilustrada y poderosa. Se prohíbe el burka, se prohíben los toros, prohibido beber en la calle, prohibida la happy hour, prohibido vender comida preparada a medianoche. La lista aumenta cada semana. Lo peor es que muchos las defienden con argumentos animalistas, vegetarianos o reumáticos. Afortunadamente, algunos responden con humor y montan saraos en lugares impensables, como una oficina del INEM. Son los conocidos como Flashmob, un nuevo método artístico de protesta. Eso sí, con humor. Si vamos a protestar, por lo menos nos lo pasamos bien.
Mientras tanto, leo y me río con la noticia de que algo está pasando en las universidades norteamericanas. Un manual anarquista, escrito en Francia y publicado en España por Melusina, LA INSURRECCIÓN QUE VIENE, es un best seller en Amazon. Quizás lo que sucede es que estamos ya muy cansados de esta idea del "orden" que poco a poco nos han ido imponiendo. Lo explica muy bien Martín Caparrós en un libro fantástico que publicará Anagrama en septiembre, CONTRA EL CAMBIO, y que he devorado estos días previos a mi viaje. Escapo al Sur. Hasta Septiembre pues.
Quisiera entender cómo se impone una idea del “orden”. Orden en el sentido más inmediato: que un fulano que camina por una calle cualquiera piense ah, se ve que acá hay un orden. Porque se me ocurre que la cultura que impone su forma del orden es la cultura dominante de una época: las demás son errores, variaciones más o menos pronunciadas que deberían corregirse.
O, incluso, que para dominar una época una cultura tiene que imponer su sentido del orden, huevos y gallinas.
Ahora la idea hegemónica del orden es noreuropea: un orden, para empezar, que llegó del frío, de la vida intramuros, calles sin más función que el desplazamiento de un lugar a otro. Entonces no hay lugares de cruce –mercado, plaza, esquina–, no hay gritos, no hay basura, no hay olores.
Un orden de individuos.
Un orden de murmullos.
Un orden de colores suaves.
Un orden de silencios respetuosos.
Un orden de movimientos controlados, módicos.
Un orden donde el trabajo es tanto más que el ocio.
Un orden donde las reglas parecen claras, hecho de respetarlas.
Un orden donde la honestidad debería mandar sin que nadie lo mande, por pura convicción de cada uno.
Un orden protestante, pudoroso, que no quiere mostrar pero detesta la idea de esconder.
Un orden que tolera dos o tres excesos –amores, borracheras– siempre que sucedan en el lugar y el tiempo tolerados.
Un orden que cree sobre todo en ese orden.
¿Cómo será, cuando llegue, el orden chino, de gritos y empujones, de multitud, de disimulos y trampitas, de dorados y rojos?
El orden es sobre todo frío. Caliente es un enemigo que hay que combatir: con refrigeración si es la temperatura, con calma si es el temperamento, con razón si es la obnubilación. La razón es fría donde la pasión es caliente, la planificación donde lo improvisado, el trabajo intelectual donde el manual. Y ahora el enemigo del mundo es el calor, lo propio de los países pobres y atrasados. El frío es cool, bien entendu, porque cool es fresco. Caliente es cutre, infeccioso, peligroso: la amenaza del gran calentamiento.
Pero la muerte es fría y la vida es caliente. Es un problema.