Revista Literatura

Este jueves... Máquina del tiempo

Publicado el 14 febrero 2015 por Crataegus
Este jueves... Máquina del tiempo
PRESIONE EL BOTÓN AZUL 
Por fin he experimentado mi primer viaje en el tiempo. No ha sido lo que yo esperaba pero ha sido bueno, y breve. Dos veces bueno, como se suele decir. 
La compré en las rebajas. Estas navidades se han vendido como churros. Conocer a Cervantes era demasiado tentador. Me trajeron la máquina a casa y se llevaron los embalajes. Todo un detalle por su parte. Al principio me sentí un poco ignorante con tantos botones, colores y pantallitas. Al final me armé de valor y me metí en la máquina. Escribí su nombre completo: 
M I G U E L D E C E R V A N T E S S A A V E D R A
, y presioné el botón rojo central. 
La máquina comenzó a girar por dentro como si fuera una turbina. Con tantas vueltas a mi alrededor empecé a marearme. Una voz robótica me ordenó que cerrase los ojos durante unos segundos. Un pitido, como el de un microondas, me avisó que el proceso ya había terminado. 
Abrí los ojos y allí estaba, ¡el mismísimo Miguel de Cervantes! El habitáculo era pequeño y allí estábamos los dos frente a frente. Él, con barba refinada y pomposa gorguera blanca en el cuello. El resto de su vestimenta era negra y, por pantalón, llevaba unas polainas que le daban cierto aspecto de ave zancuda. Yo, en pijama. 
Su mirada era inquisidora, mortecina y sobria. No decía nada, tan solo me observaba como preparándose para espetarme una especie de reprimenda. De repente, para mi sorpresa, rompió su silencio: 
“Qué cansinos que son ustedes, déjenme en paz, por favor. ¿Sabe con cuántas personas me he encontrado esta semana? Con dos al día, y, en ocasiones ¡hasta con cuatro! Se lo suplico, presione el botón azul, ése de ahí arriba, y devuélvame a mi casa. Ya no puedo más”.
Un sentimiento humanitario y su mirada triste me animaron a obedecerle. Presioné el azul, me dijo “adiós”, le dije “un placer”, y desapareció. 
Lo tuve claro: no hacer a los demás lo que no me gustaría que me hiciesen a mí. Por eso, llamé al centro comercial y les pedí que volvieran a por la máquina. Tenía un defecto de fábrica: que en lugar de transportar del presente al pasado, transportaba del pasado al presente. 
Cuando entró el comercial en casa para llevarse aquel trasto, me dijo, algo desafiante, que la culpa era de nosotros los compradores. Que en la letra pequeña de las instrucciones lo dice bien claro: la máquina no te lleva al pasado sino que te lo trae a tu casa. Pensé en el pobre Cervantes y en el resto de personas que ya no estuvieran en este mundo. Le dije al comercial que, si el mercado queda en manos de la oferta y de la demanda, sin ninguna regulación, acabaremos por destruir todo nuestro pasado. El comercial, con cierto aire de indiferencia, me dijo: psssss, y qué quiere que yo le haga. Bueno, me llevo la máquina, y que sepa que sólo le devolveremos el cincuenta por ciento del importe: por haberla usado. 
Alberto Villares
Tenéis más viajes en máquinas del tiempo en la entrada de más abajo de este mismo blog.

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