Un joven cantante callejero tocaba la guitarra en la oscura calle, cosa rara no lo hacía mal, me acerqué sin saber por qué, eché mano al bolsillo para arrojarle algunas monedas y me quedé mirando la funda de la guitarra, allí entre varias monedas puestas de muestra, un cartel con una estrella de David y un nombre grabado alrededor: Sheol. Curioso, -Me dije, la morada de los muertos, no cuadra a quien canta canciones alegres, pero me llamaba la atención por algo, pero no sabía el qué.
Hacía poco de mi trasnochada aventura en el cementerio, pero imaginaba que no tenía que ver nada con eso, recuerdo confusamente un golpe en la cabeza, de eso no tengo duda, sólo hace falta rozarme el chichón para comprobar que no lo soñé, recuerdo algo sobre un autobús y a partir de ahí, la obscuridad se apodera de mis recuerdos.
Me hallo en un barrio de mi ciudad, donde los edificios impersonales no me dicen nada, no debiera estar aquí, ni por asomo tengo cerca mi morada y la comisaría a la que estoy adscrito, está en la parte sur, a varios kilómetros de aquí.
Bajo una farola, al intentar componer mi maltrecho atuendo, percibo un pinchazo en mi brazo, por mi enfermedad, no puedo ser donante de sangre, por lo que me preocupa el motivo de su existencia, empiezo a divagar y mis elucubraciones me llevan a pensar que la torpeza de mi mente y la falta de recuerdos, debe estar provocada por algún suero tipo Pentotal que me hayan podido inyectar.
Me da por palparme los bolsillos y contemplo azarado que me han despojado de todas mis pertenencias, mi pistola, la placa, el móvil y la cartera han desaparecido, lo que me va a procurar no pocos quebraderos de cabeza en los próximos días, un mar de papeleo me va a ahogar en sus turbulencias.
Me subo el cuello de la chaqueta y me meto las manos en los bolsillos, así arrebujado para evitar el relente de la madrugada abrileña, principio a andar en dirección al centro, apenas salen a mi paso algunos barrenderos con sus trajes reflectantes y algunos quiosqueros colocando su mercancía.
Como no se habían molestado en quitarme las monedas que tenía en los bolsillos, entré en la primera cafetería que encontré abierta, pedí un cacao con leche en un febril intento por templar el cuerpo, a pesar de los torpes intentos del camarero, desprecié el comer esta vez una ración de churros, mi estómago no estaba para muchas alegrías.
Eso lo pude comprobar al poco de salir de la cafetería, el calorcillo del cacao en el cuerpo, hizo que se me nublara la vista y el estómago protestó violentamente, no pude sujetar las arcadas y vomité agarrado a una farola.
- Si es que no hay más que borrachos y gentuza en el barrio
- Señora, le juro que no he bebido, es que estoy enfermo.
- Eso es lo que dicen todos, ¡Sinvergüenza!
No hay manera, en el momento más inoportuno encuentro siempre a esta mujer, la misma que me vilipendió cuando detuve al enano del botón rojo, ahora me la acababa de encontrar de bruces en mi peor hora.
Afortunadamente mi camino hacia la comisaría llegó a su final, no tuve que subir a mi despacho, en la puerta se hallaba mi mano derecha a mi pesar, el subinspector Bernal.
- ¡Jefe!
- ¡Ni una palabra! Llévame volando a mi casa y guárdate de abrir la boca, no tengo el ánimo para explicaciones.
Más que sentarme, me abalancé sobre el asiento del coche patrulla, cerré los ojos e intenté pasar revista a los últimos acontecimientos que habían acaecido en esta maldita noche, pero no lo logré, por lo menos pude evitar el mareo que me acompañaba, apenas Bernal detuvo el coche en la puerta de mi domicilio, le espeté:
- Bernal, prepara la documentación necesaria para dar parte del robo de mi pistola, mi placa y mi documentación, autores desconocidos y airea los expedientes que estén pendientes, hoy no me busques ni me molestes, no estoy para nadie, ni para le ministro del interior. ¿Me has entendido?
- Si jefe, no se preocupe, déjelo todo de mis manos, en mi parte no va a faltar nada.
- Bernal, hijo, no sabes ni hablar, todavía no me has contado quien te enchufó en el cuerpo.
- Pues jefe, ya le dije…
- ¡Chitón! Que no estoy para tus explicaciones ahora, mañana ya hablaremos.
No tuve problema para acceder a mi casa, a pesar de haber perdido las llaves en la aventura, en la maceta de la entreplanta, aparté las hojas del ficus y enterrada, hallé la llave de respeto, que previsor enterré hace tiempo.
Después de pasarme una eternidad en la ducha, sin apenas secarme, caí de bruces en la cama y allí en el acto quedé dormido.
Varios siglos después, me dí cuenta que no había tenido el acierto de bajar la persiana, por lo que una luz más potente que la que usaba para hacerles el tercer grado a los delincuentes, me hería los ojos invitándome a despertar de mi letargo, también sirvió para darme cuenta que no me hallaba solo.
- ¡Enhorabuena! Ya se despertó el lirón careto.
- ¿Y tú quien eres?
- Montse
- Montse… ¿Y qué más?
- Montse… rat.
- ¡Hay que joderse con los gallegos!
- Que te he oído.
- ¿Qué es ese olor?
- ¿A que huele bien?
- No es eso lo que te he preguntado, no me respondas con más preguntas si quieres que nos llevemos bien.
- No puedo evitarlo, es algo genético.
- Responde a lo del olor.
- Pues con lo poco que tienes en casa, es decir, leche, huevos y azúcar, he preparado un flan express ya que deduzco que necesitas una comida suave o un desayuno fuerte, además ¡Qué carallo! Me sale de rechupete.
- A todo esto ¿Tú qué haces en mi casa? ¿Cómo has entrado?
- Con la llave.
- No empecemos.
- Está bien, aquellos tipos, después de dejarte sin sentido, a lo que tu no opusiste mucha resistencia, dicho sea de paso, después de registrarte, tiraron a un lado tus llaves y la cartera, encima de la mesa tienes todo y no te falta un euro ¿eh?
- No estaba yo para oponer mucha resistencia –Mascullé.
- Pues la podrías haber puesto, porque luego se llevaron el autobús y si no aparece pronto, mi jefe me va a poner de patitas en la calle.
El teléfono se puso a sonar interrumpiendo nuestra conversación, lo que agradecí, pues no soy de mucho hablar cuando estoy sobrio.
- ¿Dígame?
- Inspector, soy Margarita Ricchi, le llamo para advertirle que detenga sus movimientos, hay gente muy poderosa a la que no le gusta el rumbo que va tomando su investigación.
- ¿Y tú cómo te has enterado?
- Inspector, no me tome por tonta, lo se porque antes era mi oficio y ahora es mi devoción.
- ¿Pero en el fondo, quienes son ellos?
- Mejor que no lo sepa, le va en ello la vida.
- Margarita, hija, ¿Cuándo me vas a tutear?
- Sólo le digo una cosa, inspector, en la cuarta de las trece rosas encontrará una ayuda. – Y diciendo esto, colgó.
- Maldita sea, jueguecitos de espía no, por favor.- Pero ya era tarde, para que me escuchara.
Me quedé mirando absorto el auricular un rato, enseguida marqué el teléfono de comisaría.
- Bernal, en quince minutos te quiero aquí. – Y colgué antes de esperar su respuesta.
Ese tiempo lo consumí en darme una ducha y procurarme un terno nuevo y en devorar de forma express el flan express para regocijo de su creadora.
- No te olvides de mi autobús- Me dijo a volapié Montse…rat.
- No te olvides de cerrar por fuera – Le contesté.
En la puerta, diligente, me esperaba mi subordinado.
- ¿Para donde, jefe?
- A la Almudena.
- ¿Otra vez? ¿Qué ocurre, vuelve Apu a las andadas?
- Tu tira y calla
Me quedé pensando en el críptico mensaje que me había dicho Margarita, no parecía difícil encontrar la solución, en el cementerio de la Almudena, se encuentra la placa en el lugar donde fusilaron en el año treinta y nueve, a trece muchachas de las juventudes socialistas. Nos introdujimos con el vehículo hasta el mismo lugar de la pared donde se hallaba la placa, nos apeamos y observé conturbado cómo en pleno mes de Abril, el rosal a los pies del monumento, apenas había entallecido, apenas seis tistes capullos brotaban en el conjunto, de todas formas observé detenidamente todos los tallos e incluso las guirnaldas que había colgando alrededor, allí consumimos una hora tratando de desvelar el misterio sin lograrlo, abatido, le dije a Bernal que saliésemos del lugar.
No podía ser, me dije, Margarita no podía haberme dado una pista falsa, conocía lo suficiente de ella para darme cuenta que era yo el culpable de haber interpretado mal su palabra… de repente lo entendí.
- ¡Frena!
Me apeé recién sobrepasamos la puerta de salida del cementerio, allí mismo lo vi, una placa en la que indicaba el nombre de la vía: calle de las trece rosas, ¿Qué podía ser? ¿La cuarta alcantarilla, la cuarta baldosa o la cuarta farola?
Una alcantarilla… cuatro baldosas, nada, más adelante segunda farola, tercera y por fin la cuarta, al lado, el muro de ladrillos, desgastado por los años y las inclemencias mostraba un hueco donde algunos ladrillos faltaban y otros bailaban sueltos en su interior, los levanté y allí quedó un blanco papel doblado, lo recogí lo extendí y leí:
De las cuatro estaciones, en la pileta de la primavera, navega la solución.
Continuará...