Revista Diario

Estudio en rojo (¿final?)

Publicado el 25 abril 2011 por Chirri

De las cuatro estaciones, en la pileta de la primavera, navega la solución.
Nos miramos embobados, sin saber que decirnos, Bernal sugirió:
- Las cuatro estaciones de Vivaldi, allí está la solución.
- No lo veo. –Musité. – Indica más bien una fuente, ¡Claro! Vamos al paseo del Prado.
Una de las pocas virtudes que atesora Bernal es su habilidad con el volante, una vez en una de nuestras interminables vigilancias, me confesó que su padre le había pagado unas clases de conducción con el mismísimo “el Pera”. Así que en un periquete nos encontramos en el paseo del Prado y en el carril bus, detuvo el coche.
Estudio en rojo (¿final?)
Esta vez tuve suerte, en la primera de las cuatro fuentes que miré, flotaba un barquichuelo de papel, me empiné en el puteal de la fuente, y a pesar de mancharme la camisa y la americana, conseguí extraer el papel, dentro ponía:
Cerca de la bella fuente, la mano al cielo sabrá donde guiarte.
- Ahora si que la hemos pringado, jefe.
- Que no, hombre, piensa por una sola vez, seguro que es fácil, a ver ¿Cuáles son las bellas fuentes de Madrid?
- La Alcachofa, Apolo, Neptuno, Cibeles, Colón mmm… si y arriba, la fuente de Buhigas.
- ¡Ahí está! –Exclamé –Junto a la fuente de Buhigas está la mano de Botero, vámonos volando.
Apenas tardamos en llegar, paseo del Prado, Recoletos y Castellana arriba, frente al museo de ciencias allí nos esperaba la fuente en su esplendor y al lado, una gordezuela mano de bronce apuntaba al cielo y a la vez nos decía: ven.
Estudio en rojo (¿final?)
Y allí estábamos, primero desde la acera y al no observar nada especial, nos introdujimos en el césped, ni un milímetro de la mano dejamos sin explorar, pero no obtuvimos resultado alguno.
- Ya está, no creo que sea tan iconoclasta para deteriorar la escultura, hay que mirar en el pedestal de la estatua.
Así lo hicimos y rápidamente llegamos a la tercera pista, escrito con carmín en la peana.
No mires al torero, pues el ángel te dará por fin la solución.
- Esta está fácil, jefe, seguro que está en las Ventas.
- O en Carabanchel también puede ser, pero vamos primero a las Ventas, me da que tiene que ser allí.
- Caramba jefe, en vez del patrulla, podíamos haber ido hoy en un bus turístico.
- Pues si, ahí has estado brillante Bernal, pero que no te sirva de acicate para que te molestes en pensar.
Calles de Joaquín Costa, Francisco Silvela y por fin, Alcalá, como no era día de circo ni de toros, pudimos aparcar encima de la acera frente al coso, allí nos quedamos mirando el imponente edificio.
- ¿Tú has entrado alguna vez?
- No
- Pues yo tampoco, a mí el sufrimiento de los animales me echa para atrás. – Le contesté.- Allí hay un empleado.
Más adelante junto a una enorme reja que daba acceso al interior, se encontraba un operario de la plaza con gorra de plato, como no podía ser de otra manera.
- Buenas tardes. Perdone, somos policías – Le hice a Bernal mostrar su placa. – Mire usted ¿Dónde podría encontrar a un torero o un ángel?
- ¿Dentro de la plaza?
- Si, supongo que si.
- No se… bueno, dentro de la plaza, no, pero allí a la derecha en el monumento al Yiyo hay un ángel.
- Fenomenal, muchas gracias.
Estudio en rojo (¿final?)
Corrimos más que andamos hacia la escultura que nos señaló y si, detrás se hallaba un ángel, nos pusimos como locos a buscar la pista que nos faltaba, pero esta vez no lo conseguimos, nada, ni un papel en alguna rendija, ni mensajes escritos en la peana o en la escultura, creo que podemos cerrar los ojos y describir perfectamente la dichosa escultura, al fin cansados, recapitulamos.
- Pues jefe, aquí se acaba el misterio, esto es el triangulo de los bikinis.
- Bermudas, Bernal, Bermudas.
Había algo que se nos escapaba, la pista tenía que esta aquí, no había duda, tiene que ser algo evidente, algo que… ¡Un momento! Esto no cuadra aquí, en la entrepierna del ángel, alguien pudorosamente había puesto una pegatina, la despegué y vi que era algo irreal, algo fuera de lugar, una pegatina de UCD con el lema:
En el centro está la solución
El centro, el centro ¿Qué diablos querría decir el acertijo? El centro, ¿La puerta del sol? ¿El cerro de los ángeles? Se me ocurren muchos centros, el centro financiero de Madrid, Azca, la Bolsa, el Banco de España.
- Desde luego jefe, casi cerramos el círculo, mire el ángel de la Almudena.
- ¡Ahí está! ¿Qué haría yo sin ti, Bernal? Rápido, trae el callejero.
Del coche patrulla sacó un plano de Madrid, marqué en él los cuatro lugares donde estuvimos y tracé en él dos diagonales, estas se cruzaron en… ¡No puede ser! Jamás lo hubiera imaginado, pero claro ¿Quién mejor que el?
Estudio en rojo (¿final?)
- Vámonos de aquí.
- ¿A dónde vamos, Jefe?
- Calle Ibiza 62
- ¿Pero ahí no vive…?
- Efectivamente.
Recorrimos sin dirigirnos la palabra el trayecto hacia esa dirección, un cosquilleo me recorría el cuerpo, sabía que estaba ante uno de los hechos más determinantes de mi vida, algo que iba a marcarme para siempre.
En la misma puerta, Bernal detuvo el vehículo, hizo amago de apearse, pero yo le detuve anteponiendo mi brazo en su pecho.
- Tu te quedas aquí, dame media hora, si para entonces no he bajado, subes con toda la caballería ¿Entiendes?
- De acuerdo, pero yo…
- Ni una palabra.
Descendí a la vez que me abrochaba la americana, incluso cuando uno tiene cita con la muerte, hay que estar lo más presentable posible, saludé al portero al entrar, ya me conocía de otras visitas, y tomé el ascensor de puertas abiertas, parecía engullirme con sus fauces para llevarme al averno, ¿O sería al Sheol? Igual da, el peso de mis pecados es tan grande que no espero sino una terrible condena cuando tenga que llegar al día del juicio, ese día no me valdrán de nada los tejemanejes con la justicia, como he acostumbrado siempre.
Tercera planta, al final del pasillo sabía lo que me aguardaba, una placa plateada donde figuraba: Dtr. I. Mero, ¡Menudo juego de palabras! Sabía perfectamente lo que ocultaba ese nombre, tan falso como todo, como sus enseñanzas, como su doctrina, como sus pretendidas virtudes. Nunca lo hubiera imaginado.
Avisado por el portero, había dejado la puerta entornada, entré y avancé por el pasillo mal iluminado, al fondo, en el salón, sentado en su butaca frente al ordenador, se encontraba él.
- Creí que no serías capaz de llegar hasta aquí.-Me saludó.
- Tuve buen maestro.
- ¿Y ahora, que piensas hacer?
- No lo se, todavía no salgo de mi asombro. ¿Por qué tú? Jamás pensé que tuvieras esta ambición tan desmedida. ¿Qué te hizo llegar a esto, tal vez la logia masónica? Siempre pensé que estabas por encima de ellos.
- Y con grado treinta y tres, que no es moco de pavo, pero no, ellos sólo son un instrumento del que me he valido, ellos no imaginaran nunca que son una frágil marioneta en mis manos.
- ¿Pero por qué crear el caos más absoluto? No te imaginas los millones de personas que morirían si tus planes se llegaran a realizar.
- El caos es hermoso, es algo que se puede moldear, sólo se puede crear una obra maestra desde la nada, un bloque de mármol, en las manos apropiadas, se convierte en una obra de arte, imagina La piedad, el Moisés, la victoria de Samotracia, ¿Qué eran antes? Nada, sólo caos. En mis manos el mundo se convertirá no en un paraíso, pero casi algo parecido, todo lo malo y todo lo enfermo, lo extirparé de un plumazo.
- ¡Que decepción! Mírame, fui tu más distinguido alumno, seguidor fiel de tus enseñanzas y ahora descubro con horror que eres un enfermo, lo siento pero no voy a consentir que cumplas tus planes.
- ¿Y qué vas a hacer para impedirlo?
- De momento esto. – Y sacando de improviso mi pistola, disparé contra el ordenador.
No pensaba que mi acto iba a desembocar en esa catástrofe, de repente, me vi envuelto entre explosiones y humo negro, un fuego voraz envolvía todos los muebles y paredes, hasta que de repente…
Estudio en rojo (¿final?)
Una playa caribeña, sol, buen clima, una tumbona y yo allí disfrutando de la vida, creo que me lo merezco, esta vez lo jugué todo al rojo… ¡y gané!
A mi lado una diosa encarnada, atenta a mis más íntimos deseos, una hurí en el paraíso no me hubiera causado mejor impresión. A pesar de sus cuarenta años no confirmados, aun conservaba una figura espléndida, algunas muchachitas al verla en bañador y comparar sus cuerpos, se arrebolaban de envidia.
- Margarita, cielo, hoy estás divina.
- Amore, todo es poco para ti.
- Pues tienes razón, tráeme un daikiri, por favor.
- Subito.
No sólo se había rendido a mis pies, había dejado atrás a ese engreído de Jota, la victoria había sido completa, pero… ¿Quién me está robando el sol?
- ¡Qué alegría, jefe! Ya ha salido usted del coma.
- ¿Qué dices chalado? ¿Y tú qué haces aquí?
- Pues de visita, llevo cinco días sin moverme de la cabecera de su cama, si alguna enfermera se ponía borde, la enseñaba la placa y la amenazaba con una inspección fiscal.
- Pero entonces ¿Qué ha pasado?
- Ya me advirtieron los médicos que seguramente no recordaría nada, le encontramos a usted en medio de los escombros, ¡menuda zapatiesta se formó! Todo el tercer piso quedó destrozado, afortunadamente le sacamos a usted enseguida.
- Y de mi adversario ¿Qué me cuentas?
- Nada, allí no encontramos a nadie más que a usted.
- No puede ser. ¡Maldita sea!
- Por cierto esta mañana vino la conductora del autobús una tal señorita Montse... Rat a traerle una tarta de Santiago y a reclamarle la localización de su autobús.
Estudio en rojo (¿final?)
- Vaya tela, no me la quito de encima.
- Pues más nos vale no perderla mucho de vista, he hecho averiguaciones y la matricula del autobús no existe, aquí hay gato encerrado.
- Eso será otro día y ahora desaparece, que quiero dormir, volver al sueño tan maravilloso que tenía ¿Por qué habrás tenido que despertarme?

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