El pibe no tenía idea todo lo que había significado su movimiento. Cuando quiso acariciar el aire con su cuerpo, elevándose hacia un sol imaginario con su mano extendida hacia lo alto en conjunción con su cuerpo, no se dio cuenta que había originado la pena máxima.
Penal! se escuchó en el 90% del estadio. Éramos visitantes y cada centímetro del estadio sudaba esa sensación. Incluso para los pocos seguidores que hacíamos de la fidelidad un culto.
De nada sirve mantener un resultado 89 minutos. La crueldad tiene formas muy extrañas y los últimos minutos de un cotejo entre dos rivales no tan clásicos, es una de ellas.
¿Por qué no tan clásicos? Porque ellos eran el equipo más poderoso de una liga barrial que desconoce justicias; y nosotros, hacemos de la humildad un capítulo aparte. Por ejemplo, jugamos con camisetas de diferentes tonalidades, o sea mismo color, pero diferentes. Son todas verdes, pero de diferentes tonalidades. No se llegó con el presupuesto a que sean todas del mismo modelo y no importó demasiado, total ¿quién va a preocuparse por un equipo que nunca pasó de los últimos cinco puestos?
Habíamos elegido usar la camiseta de Ferro Carril Oeste, pero no eran todas oficiales o del mismo modelo. Incluso me atrevo a decir que algunas sólo parecían de Ferro. Pero la valentía del hambre, el orgullo lastimado y la ausencia de héroes, hizo de este compilado de hombres, algo muy parecido a una jauría de perros hambrientos. Ellos estaban todos iguales; camiseta, pantalón, números en la espalda de la casaca y en el pantaloncito. Envidia provocaban. Al verlos uno no podía evitar subestimar tamaña elegancia. Pero claro, ante tanto fútbol bonito, pared, taco, y goleadas, uno se redime. Y ellos eran gloriosos.
Penal! gritó el estadio y el pibe, el back central derecho se quería morir.
Cuando escuchó en el vestuario ante de comenzar el sexto partido del campeonato por boca del entrenador "Fandiño. Titular", se le erizaron los pelos y recordó la cantidad de partidos mirados desde el banco ante la espera de una lesión que le permita ocupar ese puesto que tan bien ocupaba Guraieb, el Turco Guraieb.
Porque es mentira que uno lamenta la lesión de un compañero de equipo. Sí, si es de otro puesto y uno es amigo, pero si no, no. Eso es para los diarios y acá no hay medios gráficos que cubran este partido, ni nunca los va a haber.
Guraieb era un 2 elegante, muy elegante. Saltaba y uno se distraía con la armonía de su espalda arqueándose para cabecear. Para un cuadrito.
Se puede decir que el Turco o "Cotur" casi no tenía defectos. Y digo casi porque su pedantería tampoco era algo que afectara a su juego. Sucede que tenía el agrande de aquél que se ganaba a la chica que quería, cuando quería y delante de sus amigos. Un premio que la vida da a pocos. Pero hablando de fútbol, del Turco incluso se escucharon comentarios de gente muy pegada al alambrado, de que cada vez que sus pies tocaban el piso luego de un salto, miraba a sus costados y preguntaba retóricamente ¿lindo no?, a la vez que guiñaba su ojo izquierdo.
También se lo ha escuchado gritar en el aire, ¡"gerónimooo"! como hacen los paracaidistas al tirarse en caída libre desde un avión de la segunda guerra, por la altura que ganaba en los corners o pelotas cruzadas.
Pero lo peor para aquellos que en esto del fútbol jugamos de hinchada, era que no nos dedicaba ni una mirada. Ni una sola. Nada. Como que jugaba para él. Ni siquiera cuando hacía un gol, y mirá que hizo varios por ser back central, nos miraba o los gritaba mirándonos. No señor, nada de nada. Apretaba el puño a la altura de su pecho, miraba para abajo y puteaba bajito para él, alentándose.
Y la verdad es que daba un poco de bronca. Uno pensaba: dale viejo miranos. No sé...besate la camiseta, corré hasta el corner y levantá la banderita, algo. Pero no, nada. Entonces claro, no había felling entre Guraieb y nosotros la hinchada.
Cuando se lesionó y entró el atorrante Fandiño, estábamos entre tristes y esperanzados de que la rompa y nos regale una idolatría que no teníamos y que todo back central debe emanar. Porque el dos es el que se banca los rivales más duros, el que cabecea, el que prepotea al 9, el más alto de cualquier equipo, el emblema bah. La figurita que todos queríamos pegar en el álbum luego del diez y el nueve. Pero nunca tuvimos un diez descollante, un Massaccesi por ejemplo el que jugaba en Independiente; ni tampoco un nueve, entonces toda nuestra idolatría se centraba en el Turco Guraieb. Pero éste ni se enteraba y nosotros ni se lo hacíamos notar. Nunca coreamos su nombre, ni lo alentábamos luego de una barrida. Jamás se escuchó un "Bieeeeeen turco bieeeen" y creo que eso en el fondo le molestaba.
Con el empate éramos campeones. Cam-pe-o-nes. Yo me sentía a minutos, segundos del mejor lunes de mi vida. Cuando Fandiño comenzó a elevarse, sentí una mezcla de alivio y esperanza, porque pocas cosas son tan temibles como una pelota llovida a minutos del final.
Cuando escuché el grito de los contrarios botoneando la mano de Fandiño, lo primero que pensé es en mentirle a mis oídos y decirles que no estaban escuchando bien. Pero era imposible.
La carrera del árbitro hacia el punto blanco y solitario del área, me hizo entender que el fútbol es como una mina, indescifrable. Estás por salir campeón y no. De un segundo para otro te quedás con nada. ¿Acaso no hemos sufrido por una chica que nos juraba amor eterno un martes, y al otro martes nos pedía un tiempo diciéndonos que nosotros no habíamos entendido sus señales?
Pero ¿de qué señales me hablás? ¿Qué somos indios?
Pero está claro que nunca va a ser así. Y está bien, que se yo.
Penal!
El cinco ubicó la pelota, le dedicó la espalda y comenzó a caminar hacia una distancia que desconoce exactitudes o reglas.
Se detuvo, giró y miró al arquero.
Fandiño estaba en cuclillas. No le interesaba el rebote, sólo convertirse en una ameba y dejar de existir ante los ojos de todos.
Lloraba. Eso llegué a verlo. Lloraba pero escondía sus lágrimas.
Había hecho las inferiores en el club de sus amores; Ferro Carril Oeste y de hecho él propuso usar esa casaca hermosa y esperanzadora y como no existe quien odie a Ferro, todos aceptaron. No llegó a primera porque era un atorrante, un atorrante romántico. Le gustaban mucho las minas y ellas gustaban mucho de él. Y eso no sólo es una combinación letal sino que a veces es una desventaja.
Era un romántico y los románticos se dedican a otra cosa. Dicen que ahora es un gran escritor que viaja por el mundo presentando sus fantasías bien escritas.
Otra leyenda cuenta que fue el back central más habilidoso de todo la historia del club del oeste. Que muchos entrenadores lo incitaban a jugar de ocho o de cinco por sus huevos, elegancia y ductilidad, pero a él le gustaba tener la cancha de frente, como a todo ser noble. Esa misma leyenda nació de un enfrentamiento entre el combinado verdolaga y la reserva de Argentinos Jrs. Dicen que Fandiño salió jugando del fondo, la tocó larga y fuerte al cinco que estaba parado a la altura de la media luna, la pelota pasó entre los delanteros que apretaban la salida. Fandiño en lugar de quedarse, fue a buscar la pared. el medio campista se la devolvió y éste al recibirla encaró al cinco de ellos, amagó ir a la izquierda con su torso, cuando el rival se movió, encaró por el otro lado. Continuó la carrera y encaró a otro volante que estaba parado, estratégicamente, delante de la última línea contraria. Fandiño a esta altura de su carrera estaba a 25 metros del arco. Encaró a este jugador escuchando los gritos del nueve que se la pedía desesperado. Enfrentó a este jugador y lo único que hizo fue pasarle por al lado como si un repelente lo cubriera entero, originando con esto que la barrida que estaba por arrastrar sus piernas fuera inerte.
De pronto se encontraba a medio metro del back central de ellos, bien de frente. Y aquí es donde nace la leyenda. Amagó para la izquierda, el dos ni se inmutó. Amagó para la derecha y tampoco. De pronto apoyó su pie diestro sobre la pelota, pisándola y el dos al ver esta provocación le fue de frente expresando cierta fragilidad con su movimiento. Dejó su postura que lo ponía casi de perfil a Fandiño. La típica posición corporal de quien sabe que el rival puede encarar para cualquiera de los costados, la postura que le permite girar rápidamente. Pero claro, el back central rival se molestó con la actitud de Fandiño y perdió la compostura y lo encaró de frente, Fandiño con la verdolaga en el pecho, acarició la pelota con su suela muy levemente hacia adelante y esta pasó por entre las piernas del contrario con la sedosidad de una pluma, desairándolo.
El aire se cortaba. Le salió el arquero que a esta altura era el último bastión de guerreros muy lastimados y enojados. Fandiño lo eludió como si nada, encaró el arco y a un metro del mismo, frenó y la tiró afuera hacia un costado, pero no sin querer. La tiró afuera queriendo.
La leyenda cuenta que cuando le preguntaron la causa, dijo que no hacía falta hacer sentir tamaña vergüenza al rival y menos en un amistoso.
Un romántico.
Un romántico que por algo se dedicó a otra cosa.
El cinco comenzó su carrera y Fandiño soñaba y deseaba despierto. Pero sus lágrimas eran de bronca. No sabía que instinto animal le había hecho tocar la pelota con la mano. Mientras, en la tribuna nuestra, el Turco Guraieb se levantaba de su platea y se retiraba antes de que el penal sea pateado.
Yo no quería mirar.
El cinco empezó su carrera hacia una pelota que desconocía su destino, que no tenía idea cual era su lugar en el mundo, en el arco.
Gol.
Y lo que no fue leyenda, es que Fandiño luego de este partido, se retiró y se dedicó a escribir fantasías. Convirtiendo eso en su profesión.
La hinchada siempre quedó dividida. Algunos recuerdan la mano en la final.
Otros como yo, lo recordamos noble, romántico. Fue nuestro único ídolo durante 25 fechas. El dos que sí se peleaba con el nueve, el que saltaba, el que gritaba los goles y miraba a la tribuna dedicándoselos.
El que saltaba con poca elegancia pero con la fuerza de un roble.
Nadie llevó la verdolaga con el escudo en el pecho como él.
Y las fantasías que provocaba en nuestros deseos futboleros, él, que siempre fue un romántico, prefirió llevarlas a un papel.
Y está bien.