Revista Diario

Ferrucci. Su historia. O algo así.

Publicado el 09 febrero 2011 por Menagerieintime
Leo (del que os hablé en mi anterior post) era un tontón. Un pamplinas. Como diría mi amigo Dani, era un mamblás. Si le preguntabas si era de Roma, el te respondía que no, que era de Campo de Fiori (una plaza en el centro histórico de Roma). Orgulloso que estaba de sus orígenes… Tenía alrededor de 40 años y una cara de inocente que no podía con ella.
Se le fue la mano y mató a una chica de la que estaba enamorado porque esta le dijo qu eno quería nada con él. O eso es lo que decían los periódicos. Debido al tipo de delitoque había cometido, lo tenían totalmente aislado para que ningún preso le hiciera nada, por si acaso se le reconocía. El día que su aislamiento acabó, un guardia se aseguró que, en el suelo del patio, varios presos encontraran un artículo de periódico con su foto y con la explicación (supuesta) de lo que había hecho. Eso le hizo la vida imposible. Tan imposible que lo cambiaron de sección. Se lo trajeron a la Tercera. Y eso, que para él podría ser una alegría no lo era. Más que nada porque calló en la celda de Albano. Justo el día en que Dennis salió.
Lo primero que nos dijo es que era inocente. Que él no había matado a nadie. Si no llega a ser por su lenguaje no verbal, podría haberle creído. No tenía pinta ni de asesino ni de desequilibrado. Pero sí lo era. Un poco. Albano, Rami y alguno que otro más (entre los que no me incluyo) decidieron echarse unas risas a su salud. Decidieron jugar con él, con su futuro, con su caso.
Sabiendo, como yo sabía, que él sí había matado a Ana María Tarantino. Está claro que una persona que se juega la cadena perpetua (en Italia sí se aplica, íntegra. Se llama “ergastolo”) hace lo que sea por salir. Le propusieron que pagara 10000 euros a fin de proporcionarle un testigo falso en el juicio. Vaya cabrones. Leo, que además de tontón era inocente, estaba dispuesto a darlos. Cuando le pregunté a Rami si iban en serio me dijo que sí. Que buscarían a alguien que recogiera el dinero, pero que no se presentaría el día del juicio. Entonces, le pedirían otros 10000 euros par ir a buscarlo y ajustar cuentas. Vaya mamones. Le querían sisar 20000 euros por nada. Aunque, claro, viéndolo desde un punto de vista frío… para nada le iba a servir ese dinero si iba a pasar toda la vida en la cárcel…
Tras los llantos de Leo y verse con la sábana al cuello (literal) por tanto lagrimeo, pidió cambio de celda. No podía estar con Albano porque le hacía la vida imposible. Os prometo que llegué a pensar que cualquier mañana me lo encontraba muerto. Se cambió de celda. Y cuando pensaba que todo le iba a ir mejor, empezó su calvario. Calvario que duró, exactamente, tres días. Los mismos que tardé en saber qué pasaba.
Sus nuevos compañeros de celda, los de la 24, le daban palizas a diario. No dejaban de atizarle. Por tonto, por inocente y por no defenderse. Cosas que pasan.
El día que vino a mi celda a pedir algo de tabaco y le vi la cara marcada, no pudo callar más. No pudo dejar de contarme cómo le pegaban, cómo le tenían amenazado, cómo le hacían limpiar toda la celda de rodillas. El miedo es una sensación tremenda. Te hace estar más jodido, si cabe, de lo que lo estás ya.
En la cárcel, como fuera de ella, todo se puede comprar. Todo solo hace falta que conozcas a quién te lo puede vender y que puedas pagar el precio que te piden. Se compran las televisiones, se compran las camas, las plazas en una litera alta o baja, se compran los colchones. Se compran, también, las personas. Y la única forma de salvar a Ferrucci era comprándomelo.
Con Albano, Rami e Iván como acompañantes, fue fácil llegar a un acuerdo con los compañeros de celda de Leo. 4 cajas de helado. Ese fue el precio por el que ellos se comprometieron conmigo a no ponerle una mano encima. A no putearlo. De eso nos encargaríamos nosotros. Porque los acuerdos de compra-venta están para cumplirlos.
Leo dejó de tener problemas en su celda. Le respetabany le trataban como uno más. Y empezó a tenerlos con Rami y Albano. Una vez a la semana, tocaba jugar a los golpes. Y Leo, sabedor de su situación, no se quejaba. Bajaba los brazos y se dirigía, por su propio pie, a la celda acordada para recibir su paliza semanal. Eran los miércoles.
A base de golpes supimos que sí, que se le había ido la mano con la Tarantino. Que ambos estaban metidos en un asunto de cocaína con unos napolitanos que les amenazaron. Que se puso nervioso y que la golpeó, primero sin intención de matarla, luego con deseos encendidos de que eso sucediera. Y él hablaba, y Rami le golpeaba con el palo de la escoba y yo tomaba notas. Impertérrito. Como si ya nada fuera conmigo. Tomaba notas. Porque su declaración me interesaba. Porque no sabía cuándo me iba a volver a ver en esa situación: un psicólogo sentado enfrente de un asesino (por error, pero asesino a fin de cuentas), obligándole a decir la verdad a golpes. Tomando nota de sus sensaciones, de cómo se fue encendiendo hasta que empezó a golpear a su víctima. De cómo disfrutó viéndose con el poder suficiente como para matar o perdonar la vida a alguien. Y tengo mis notas bien guardadas. Y las leo de vez en cuando. Para no olvidar. Las tengo tan bien guardadas porque si salieran a la luz en el lugar menos idóneo, podría complicarse su defensa. Su vida. Él sigue manteniendo ante el Juez que es inocente. Y lo hace a instancias de su abogado.
Ahora que lo pienso… es posible que este sea el lugar menos idóneo al que me refería antes…

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