Del latín flexibilitas, el vocablo flexibilidad implica la disposición de un individuo para adaptarse a los cambios y se vincula a la capacidad para no apegarse a una dogmática estricta. Límite, del genitivo limitis, se traduce como borde o frontera, también puede interpretarse como delimitación o acotamiento en lo que respecta a las relaciones humanas.
En su Teoría de los Sistemas, Gregory Bateson los define como variables interconectadas y a los seres humanos como sistemas en sí mismos con capacidad de autocorregirse. En su concepción los sistemas se clasifican de acuerdo a su grado de tolerancia o rigidez, categorías que se relacionan directamente con la predisposición para flexibilizar o poner límites en las relaciones.
Bateson nos confronta con nuestra flexibilidad en relación a los sistemas que integramos y con la premisa previa de rigidez que se encuentra intrínsecamente relacionada. Así, podemos considerarnos capaces de ser flexibles o podemos jactarnos de nuestra facilidad para poner límites, pero si no tenemos en cuenta que dichas conductas deben ser factibles de alternarse para mantener el equilibrio del sistema, nos encontraremos encerrados en nuestra propia rigidez dogmática.
La propuesta de Bateson implica aceptar que estamos compuestos por una pluralidad de variables, que una visión integradora necesita tanto de la flexibilidad en las posiciones como de la capacidad para poner límites, y que rigidizarse en posturas fijas conspira contra la facultad autocorrectora del sistema constituído por nosotros mismos.
Gaia Madre Primordial
En la ladera de la montaña del monte Parnaso, en Delfos, los griegos erigieron un templo a Gaia, la Madre Primordial surgida del Caos, el principio originario de la naturaleza cuyo símbolo son las cuevas sitas en las profundidades de las montañas.
Ella es la madre cósmica, la abuela de Démeter, Hestia y Vesta, ancestra de Artemisa, Atenea y Afrodita, pero se diferencia de las diosas posteriores porque existe desde antes del principio de los tiempos. De hecho, precede a Cronos, y un reconocimiento explícito al respecto fue expresado por Hesíodo en la Teogonía.
Gaia representa lo divino trascendente, a diferencia de los dioses olímpicos concebidos como proyecciones de lo humano. De ahí que a semejanza de la Pachamama de los Andes profundos es la tierra madre en sentido concreto y nos conecta con el origen, con el retorno al hogar simbolizado en la cueva, imagen del útero.
La conexión con Gaia potencia el impulso generativo en su doble aspecto espiritual y material, el despertar de las potencialidades gestadas en lo más profundo del ser humano para que emerjan de manera creativa. Y nos recuerda la consecuente necesidad de reencontrar esa energía interna latente y poderosa, simbolizada por las profundidades de la naturaleza misma.
Ajorcas y brazaletes
Los árabes nos han legado la palabra ajorca a partir del vocablo clásico sûruk, que derivó en el árabe hispánico aljorca como tantas otras voces que comienzan con el prefijo al. Una ajorca es un brazalete realizado en metales nobles como oro y plata, para adornar las muñecas y brazos de las mujeres.
Para los hebreos ékjes o ajorca proviene de ´a-kjás y significa sonido al andar, ya que en el antiguo Oriente eran comunes los brazaletes para los tobillos realizados no sólo en metales nobles sino también en hierro, bronce y marfil; al sumar varios emitían un sonido peculiar con cada paso y algunos se unían con pequeñas cadenas que tintineaban para potenciar la atención sobre quien los empleaba.
Tal vez la leyenda más famosa acerca de la joya sea la imaginada por Gustavo Adolfo Bécquer en La ajorca de oro, no obstante, estas piezas destinadas al ornamento han tenido también sus composiciones poéticas más explícitas. Vaya como ejemplo el poema hispanoárabe andalusí o jarcha, tan sensual como sugerente respecto de las cualidades amatorias que espera la amante de su amado: “Tanto te amaré sólo con que/juntes/mi ajorca del tobillo/con mis pendientes”.