Revista Diario

Flores de noviembre

Publicado el 16 noviembre 2010 por Anabel
FLORES DE NOVIEMBRE
Lucas hace su agosto a finales de octubre, principios de noviembre y catorce de febrero. Es florista y aunque los chinos y sus imitaciones de tela barata hacen pupa, la mayor parte de la gente aún prefiere llevar flores frescas a sus difuntos. Hoy ha vendido muchísimo: medio barrio se ha llevado sus ramos de margaritas, gladiolos, claveles de toda clase y condición. Son casi las ocho, cuando un niño entra en la tienda. Tendrá unos doce años. Lucas lo conoce bien, es Daniel el hijo de Beatriz. Lo saluda animoso, tratando de contagiar algo de alegría, aunque sea fingida a esa mirada profunda y seria, impropia de la edad.
—¿Qué se te ofrece, Dani?
—Quiero flores. Dos ramos de flores. Tengo dinero —dice mostrándole la un billete de cincuenta euros arrugado.
—Lo sé. Siempre manejas pasta. ¿Cómo los quieres?
—Quiero uno de rosas rojas preciosas, las más bonitas que tengas y que huelan mucho a rosa ¿eh?.
Lucas sabe para quién son las flores, prefiere seguir bromeando con el niño.
—¿Te has echado novia?
—No —contesta azorado Daniel— son para mi madre. Mañana sale del hospital y quiero recibirla con un ramo. El más bonito que tengas.
Lucas asiente y traga saliva. Ha ido todos los días a visitar a Beatriz: cinco puñaladas han estado a punto de llevársela al otro barrio. Se siente culpable, culpable por no estar con ella, por ocultar su relación, por fingir que no había nada cuando no era cierto. Beatriz con su sabor a chicle de hierbabuena, sus curvas redondas, su bondad a flor de piel. No debería haberse fiado de su ex. Y mira que se lo dijo, le advirtió: no quiere nada bueno, sólo te hará daño. Pero los hijos tiran mucho y ella estaba tan ilusionada creyendo que iba a hacerse cargo de Daniel. No pasa un momento sin que Lucas se repita que debió estar allí, impedir que le hiciera daño, que Daniel viera todo. Cada vez que cierra los ojos, la ve casi muerta, desangrándose entre sus brazos, con el niño paralizado a su lado.
—Fui a verla esta tarde. Estaba mucho mejor, ¿qué te parece si se lo regalamos entre los dos? Yo te lo hago y tú se lo das mañana nada más verla.
—No lo sé. A ella le gustas mucho, pero yo creo que casi mejor que le regalases algo por tu cuenta.
Lucas alza una ceja. ¿Sabe el niño algo de lo suyo? ¿Desde cuándo? Tal vez se le note una barbaridad y él sea como los cornudos, que siempre son los últimos en enterarse. Tira de los últimos cartuchos de disimulo para añadir.
—Me parece bien. Tú has tenido la idea. Tendrás el mejor ramo de esta tienda. Y yo me buscaré las habichuelas —afirmó.
Con su enorme mano, despeinó al chaval que por fin sonrió. Ya iba pensando en las flores que enviaría a Beatriz, cuando el chaval lo interrumpió.
—Te olvidas del otro ramo.
—Es verdad, me lo has dicho. ¿Qué flores quieres que le pongamos a mamá en el otro?
—No es para mamá. Pronto es el día de difuntos, ¿verdad?
—Sí —respondió Lucas intrigado.
—Pues estas flores son para una dirección que voy a darte. ¿Puedes llevarlas? —preguntó Daniel.
—Claro.
—¿Tú sabes que flores se mandan a los muertos? —insiste el chico.
—Que sí hombre, arranca de una vez.
El niño le pasa un papel arrugado con una dirección escrita en mayúsculas. Carretera de X, Centro Penitenciario, Módulo 2. No necesita saber más. Son para el hijo de puta que casi mata a Beatriz.
—¿Qué pretendes con esto, Daniel?
—Quiero mandarle flores. Añádele esta nota, por favor. Puedes leerla si quieres.
Lucas abre la nota y descifra la letra irregular del niño en el pequeño papel: “Te mando estas flores por el día de Todos los Santos. Mi abuela me ha explicado que es el día de difuntos, y que hay que honrarlos. No quiero honrarte, sólo enviarte un mensaje: para mí estás muerto. Lo estás desde que quisiste quitarme a mi madre. Ni lo olvido, ni te perdono. Ahora formas parte de las sombras y permanecerás en ellas. No quiero verte nunca más.” Lucas dobla la nota de nuevo, la mete en un sobre blanco y mira al niño que le ofrece el billete de cincuenta euros.
—Guárdatelo. Estos ramos van por mi cuenta. Gástate ese dinero otra cosa: ve al cine, compra un juego de la Play, o lo te que dé la gana. Sólo hazme un favor: dile a tu madre que la quiero y que mañana voy a recogerla al Hospital. Espera, te acompaño a casa.
—¿Quieres tomarte una pizza conmigo? Invito —pregunta Daniel.
—No se me ocurre otro plan mejor.
Texto Mio, mio, mio.
Fotografía del Blog Mexico es Mágico

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