Bastet
Estaba sola, pero estaba tranquila, a pesar del nacimiento inminente de su hijo, sabía que todo iba a salir bien, la diosa Bastet la había visitado, sí, era ella, no cabía ninguna duda, una gata de color negro se coló por la ventana de su alcoba, se encaramó encima de la cómoda y se le quedó mirando fijamente con aquellos enormes ojos negros, le pareció una eternidad, el tiempo se detuvo mientras tanto a su alrededor, no oía siquiera el monótono tictac de su viejo despertador de grandes manecillas, se sujetó el voluminoso vientre, lo notaba cada vez más lleno de vida, una vida que ansiaba por comenzar a tener, un caliente fluido se le escapaba piernas abajo y comenzó a tener consciencia de lo que estaba comenzando a surgir, no sintió dolor alguno, abrió las piernas, arqueó el vientre y sujetándose a los barrotes de la cama, comenzó a ejercer una leve presión con el diafragma, poco a poco, notó como aquel pedazo de vida que había gestado durante tanto tiempo, se separaba de ella , para comenzar su andadura por separado, entonces se relajó por completo y pudo observar cómo la gata, una vez satisfecha por su éxito, salía sigilosamente por la ventana.
Sinverguenza
Nunca lo había visto, debe ser el gato de algún nuevo veraneante, desde luego lo que tiene es una desvergüenza muy gatuna, ha saltado la valla y se ha enseñoreado de la terraza, espero que no pase de ser una mera visita de cortesía, el canario de mi hermano está piando con un soniquete desconfiado, seguro que el corazón le debe palpitar con mayor velocidad, desde luego el visitante, también se ha dado cuenta de la presencia de “canuto”, se ha regodeado en su contemplación y aun cuando sigue caminando, observo que le mira de reojo, situándole en todo momento su posición entre él, mi persona y la salida, al cabo de un rato se sienta ceremoniosamente, y se pone a lamerse las patas con todo el ceremonial que sólo es capaz de crear un felino descarado como aquel, desde luego se tomó su tiempo y al final con toda parsimonia, me lanzó una mirada cargada de desprecio y airosamente, volvió a saltar la valla.
Pirracas
Nunca conocí a otro gato como aquel, la última visión que tengo grabada en mi memoria, era la de un gato enorme, tranquilo, regodeándose en la superioridad que le daba el haber sido victorioso en mil batallas y haber esparcido sus genes por toda la población.
Era mi héroe, alguien capaz de poner en su sitio a “Rafa” un pastor alemán, barriobajero y duelista, capaz de intentar morderme en varias ocasiones, de las que sólo me libré porque su amo “el Marqués” atinaba a pasar por el lugar, un leve erizamiento de su pelambrera y “Rafa” ponía pies en polvorosa con el rabo entre las piernas, huyendo vergonzosamente sin importarle la dignidad perdida que iba dejándose por el camino.
Sólo Matilde era capaz de domeñarlo, si había sido lechuzo y robó algún filete, ella con un tirón de bigotes, le recordaba su sumisión a ella, si él era un gato, Matilde sencillamente era “la loba” y ante eso nada ni nadie osaba indisponerse con ella.
Al igual que sus nietos, Pirracas, pues así le habían bautizado años atrás, sentía verdadera adoración por el abuelo Eladio, si nos poníamos pesados alrededor del abuelo, allá iba a poner orden a base de zarpazos, disolviendo cualquier aglomeración de nietos, era el árbitro del lugar y le molestaba que no pudiera restregarse con fruición en las perneras desgastadas del pantalón de pana de Eladio. A pesar de ser muy “García”, Eladio, agradecía siempre con muestras de afecto, esa dedicación tan zalamera.
Supongo que todavía seguirá vivo, aunque hayan pasado cuarenta años desde entonces, seguirá cazando ratones en los pajares y los huertos de alrededor de aquella casa, pues todavía vive en mi recuerdo y cuando veo en Alameda un gato negro como el carbón imagino a Pirracas redivivo, transmutado en un tataranieto, acechando por si se acerca “Rafa” dentro de sus dominios.