Volvió a casa llorando, las lágrimas brotaban de sus ojos, recorrían sus mejillas y caían. La tristeza más honda, más pesada, más gris, inundó su cuerpo. No tenía fuerzas. Sólo quería que el mundo apagara las luces. Pero sobre todo quería no sentirse colgada de aquel chico que no la deseaba. Que no se fijaba en ella.
Y pasaron las novias, ella aprendió a mirar y callar, a escuchar las historias de él, a darle consejo incluso, mientras el corazón se le encogía. Le seguía preparando la copia de los apuntes, nada podía hacer. Su amor era mucho más grande que su dolor y resentimiento. Él nunca le prometió nada, nunca le mintió, ¿por qué debería odiarlo? No podía odiarlo. Sólo tenía un sentimiento de querer cuidarle, quería que él fuera feliz. Lo demás le importaba poco. Ella le seguía teniendo presente en cada uno de sus actos. Sin poderlo evitar él ocupaba todos sus pensamientos, sus intenciones. Se sentía vencida y dependiente. Pero ya no luchaba contra ello.
Y llegó la fiesta de final de curso. De COU.
Después de bailar, beber, reír y hacer el burro, juntos. Él no se separó de ella en toda la noche, estuvo pendiente y la miraba cuando reía, embelesado. Ella iba muy guapa, con aquel vestido, con el pelo suelto y un no sabía qué que le tenía flipado, no podía dejar de mirarla, aquella risa le hacía sentir bien.
Ella pensó que si la felicidad existía era lo más parecido a esa sensación.
Y una esquina antes de cerrar la fiesta, encender las luces, irse todos a desayunar... él la miró a los ojos y después detuvo su mirada en aquellos labios, que se le antojaron sexys. Deseó besarla. Y la volvió a mirar a los ojos. Ella lo miraba expectante, con los ojos abiertos como platos, las mejillas hirviendo y las pupilas dilatadas. El corazón sintió que se le iba a salir del pecho. Se quedó quieta y le vio lentamente acercarse a sus labios. Él se detuvo un centímetro antes de tocarla. Con sus dos manos la cogió tiernamente del cuello, levantó su barbilla hacia él. Y acto seguido la besó. Tan delicada y suavemente. Con tal elegancia. Que ella supo que no besaría a nadie más en su vida. La certeza se convirtió en mayúsculas, cerró los ojos y se dejó llevar.
Sus lenguas se conocieron, al principio lentamente, después la premura, el deseo, las hormonas y el descubrirse hicieron el resto.
El la cogió de la mano y se la llevó de la fiesta, se la llevó para quedársela, para nunca más separarse de ella, para seguir mirándola y mimándola toda su vida. Para conseguir su felicidad. Y ella con su risa hacía el resto.
Empezaron a caminar juntos en aquella fiesta de COU. Y nunca más se soltaron de la mano.
No comieron perdices, pero tuvieron dos hijos. Hoy los puedes ver serenos y tranquilos, con el sosiego que te da haber encontrado el amor de tu vida, haberlo reconocido y poderlo abrazar hasta que la vida se reescriba.
Ella siempre podrá decir que se dejó besar por la felicidad. Que su niña saboreó el cielo. Y allí se quedó.
Con cariño.
La suelta.