Hace dos horas, mientras conducía, a sólo unos kilómetros ya de nuestro Refugio Verde, vi que llamaban de la clínica veterinaria y que habían dejado un mensaje de voz. Paré en el arcén y al escuchar la triste voz de Patricia, otra de las veterinarias, indicándome que les llamase cuando pudiese, lo supe. Telefoneé a casa para que llamase mi amor de vidas mientras yo continuaba conduciendo. Al parar el coche en la puerta de mi hogar, leí el mensaje de texto que mi compañero me había mandado confirmándome la peor y más inesperada de las noticias.
Vuela alto, feliz y pleno, Floren. Liberado ya de las ataduras carnales, haz que tu energía sea la más bella del universo.
Te queremos y lo sabes. Lo intentamos todo, mi noble guerrero, pero no pudo ser. Sé que ya estás cantando, alegre, sobre una de las ramas de "Sabius", el anciano y amoroso roble que preside mi propio cielo.
Sé que junto a ti se hallan todos los que te precedieron en el viaje.
Sé también que me esperáis, atentos al extremo del puente invisible para mí y tan presente para los que os situáis de ese lado.
Disfruta, mi bello periquito. Disfruta todo lo que no pudiste hacer mientras estuviste por aquí abajo. Disfruta hasta que volvamos a reunirnos y, de nuevo, te coja entre mis manos, te apoye sobre mi pecho y te acaricie, serena y pausadamente.
Gracias por todo lo que nos diste durante estos meses juntos.
Gracias por tu lucha diaria contra la enfermedad.
Gracias por tus gorjeos y trinos.
Gracias por ese amor que derramabas cuando Mou enfermó y dormías pegadito a él, para darle calor.
Gracias, sobre todo, por ayudarme a ser mejor por el mero hecho de convivir contigo.
Y perdónanos si te molestamos y herimos sin querer, al alargar tu marcha buscando una solución que te devolviese la salud perdida.
Sabes que lo hicimos porque te amamos.
Igual que sabes que cada una de las lágrimas que ahora mismo inundan mi rostro y mi alma son besos que te lanzo y crean eternos lazos de AMOR entre los dos.
Te queremos, Floren. Sé feliz, mi amado periquito.