Eran alrededor de las 15 horas del 25 de Julio del 2011. Triste y huraña, escribía al ordenador. La ausencia de mi adorada abuela, la que me crió y educó entre sus faldas y de su mano, pesaba como una losa en el día del que sería su 84 cumpleaños. La voz apremiante de mi amor de vidas desde el dormitorio reclamó mi atención: ¡ven, asómate, que uno de los novios de la Cascabelera está en la terraza!...Fui a ver a ese galán y me topé con el pequeño gatito blanco y negro que desde hacía 2 o 3 semanas se me cruzaba delante de mi furgoneta calle arriba, se me quedaba mirando y salía corriendo. Silente y con mucho cuidado fui a por el móvil. Le llamé a través de la puerta-cristalera y ésta fue la primera foto que le saqué.
Con sumo cuidado abrí la puerta de la terraza. El minino se había situado entre la malla de gallinero con que cubrimos el arenero-piscina de las tortugas, por mera seguridad tortuguera y uno de los extremos de la balconada. Parecía bastante tranquilo, pese a que seguía mis movimientos con absoluta atención. Me acerqué hasta una prudencial distancia, dejando el enorme arenero-piscina entre él y yo. Debió subir por la tapia del jardín y recorrerla, teja a teja, en dirección a la casa. Fue precisamente el escándalo que tenían los perros, ladra que te ladra, lo que llamó la atención de mi amor de vidas. Asustado por los tres canes que le "esperaban" abajo, más los del vecino, un tanto alejados, pero igual de escandalosos, parecía haber encontrado un refugio seguro en aquella soleada esquina.
Le pedí a mi amor de vidas que me trajera unos granos de pienso de Hada e Isis. Ya con el puñado de granos en mi mano me acuclillé a un metro del gato y muy lentamente, le tiré algunos granitos a través de la malla de gallinero. Se asustó levemente. Me miró, olisqueó al aire y se merendó 3 con un hambre voraz. Me fui a por un par de recipientes, agua y muuuucho más pienso. Al poco estaba jalando como un poseso al tiempo que le hablaba dulcemente y le acariciaba desde la cabeza hasta el rabo. Emitió un maullido agradecido y, entonces, aproveché para cogerle. Se dejaba hacer, aunque sus uñas se agarraron a mi carne a través de la ropa. Agarré sus pezuñas y me liberé de sus garras, con ternura y tranquilidad. Entonces, se lo di a mi amor de vidas. Le levanté el rabo para mirarle el sexo y vi que era una hembra. Lo que confirmó lo que ya me "temía" al tenerla en brazos y acariciarla: casi esquelética, con vértebras y caderas marcadísimas, lucía una oronda tripa, con grandes y gordos pezones sonrosados. Sin duda, preñada.
Ya podía ponerme frente a la tele, irme a hacer cosas por casa o sentarme al PC, que cada 10 minutos iba a verla. Allí proseguía: en su esquina, asustada por los ladridos continuos. Me dije que si volvía a agarrarla me la subiría a la azotea, a la enorme conejera de unos 4 metros cúbicos y dos plantas. No podía dejarla a su suerte estando casi segura de su embarazo. Tampoco debía mezclarla con Hada e Isis porque desconocía su estado de salud, si se hallaba incubando algo, si tenía pulgas o. como mucho me temía, no había sido vacunada jamás.
Fui a por un paté y al abrir la puerta de la terraza se asustó y se bajó de nuevo a la tapia. Blondie, Rocky y Chispa le ladraban como locos, unos 3 metros más abajo. Se fue alejando de la casa, muerta de miedo, pese a que no paraba de llamarla con el paté en la mano, dulcemente. Se paró sobre unas tejas, calientes al sol, protegida por las hojas de hiedra, palmera y dragos. Me miraba al llamarla y hacía ademán de volver, pero el terror a esos ladridos la mantenía allí. Me rendí durante cerca de 3 horas. Las mismas que estuvo en aquel lugar. Una de las veces nos comunicamos de esa forma especial y mágica que mantengo con los gatos, llegando ella a maullar varias veces, contestándome. Pero los perros continuaban en guardia. Sobre las seis de la tarde volví a asomarme. De nuevo me maulló dulcemente y se acercó hasta metro y medio. Pero los ladridos la hicieron recular hasta su antigua posición. Me fui a por mi amor de vidas. Le dije que bajase al jardín y que se encerrase con los tres puertos en el estudio-dormitorio de ellos porque en cuanto desapareciesen, vendría conmigo. Y así fue. No pasaron ni cinco minutos desde que todos los perros estaban a buen recaudo hasta que vino, se encaramó y empezó a devorar el paté. Ni corta ni perezosa la agarré por la nuca, adoptando el papel de gata dominante y materna, la rodeé entre mis brazos y me la subí a la azotea, previa parada en mi cocina donde le abrí una lata de atún en aceite que empezó a merendarse.
Nada más llegar a la azotea saltó desde mis brazos y salió como alma que lleva el diablo. Aterrorizada, se subió a uno de los aleros salientes de tejas. Entonces la aterrorizada fui yo: la caída si pisaba mal era de unos 8 metros. Templando mis nervios me acerqué muy despacito, hablándole con dulzura y cuando menos lo esperaba, de nuevo la pillé por la nuca y la abracé amorosa pero fuertemente. La llevé hasta la gran conejera y la metí en la parte del nidal. Una especie de madriguera que sabía que le encantaría, a donde se accede a través de un agujero en la madera y que se halla aislada del frío y de cualquier peligro (en la foto anterior, en el segundo piso, la puerta cerrada de la derecha, justo sobre el bebedero azul marino). Un lugar perfecto para parir si. La acaricié, le hablé, le conté que éste sería su refugio y hogar donde poder engordar, estar relajada y segura y esperar al gran día con reposo, calor y salud. Ronroneó, maulló varias veces dando las gracias por las caricias y le cerré la puerta para ir yendo a buscar todo lo necesario e imprescindible como arenero, comida, bebida, etc, etc. Poco a poco le coloqué un pesado tronco que mantuviese abierta la portezuela desde la que parte la rampa que baja al piso inferior. En él le coloqué el arenero y un enorme bebedero por si se le cerraba la trampilla y se quedaba sin poder subir durante unas cuantas horas.
En el segundo piso, junto al tronco, otro bebedero, un paté que se zampó en minutos, el resto de la lata de atún en aceite, que se tragó casi sin respirar y un gran comedero con bastante pienso. En el nidal (puerta cerrada superior derecha) su caja-cama de cartón con una toallita. Y para terminar su primer día en su nuevo hogar, ración extra de mimos, mientras ronroneaba en dolby sound round como poco, jejejeje. Era puro mimo y dulzura. Y hoy, un año después, lo sigue siendo.
Decidí llamarla Valentina en honor a mi adorada abuela materna, que nació tal día como hoy, hace 85 años. Sé que desde su propio cielo, mi abuela me envió a Valentina hace un año. Y lo hizo para que yo no estuviese triste por su marcha. De ahí que bautizase a esta gatita, con el segundo nombre de mi yaya.
Hoy, un año después, vuelvo a tener un 25 de Julio absolutamente atareado. Las circunstancias son muy distintas, pero es como si mi abuela continuese diciéndome: nada de tristezas, mi reina.
Te quiero mucho, abuela mía. Sabes que siempre te llevo conmigo, porque vives en mí. Gracias por todos tus cuidados, por tu infinito amor y por tu absoluta entrega. Te echo mucho de menos, pero que esa necesidad de ti no te ancle a este plano. Porque te quiero plena, libre y feliz.
Muy feliz cumpleaños, abuela.
TE AMO.
(Continuará...)