Iván de la Nuez
Los kioscos de periódicos, las cabinas telefónicas, los walkman, los sellos y las cartas en sus sobres, el correo mismo, las agendas de papel, los soldaditos de plomo, la escritura manual, los rompecabezas, las papas fritas caseras…
He aquí –he allí- los iconos del pasado reciente: objetos caducados, dispuestos para engrosar la arqueología o la nostalgia. Arrasados por las nuevas tecnologías –más bien por la nueva economía-, ilustran el paso de la industria a las finanzas, de la producción a la especulación, de la vida táctil a la realidad virtual, del mundo físico al digital.
Viejos tótems que no sólo hablan de nuestro declive material; además refieren la incertidumbre cultural y moral de nuestra época. Vestigios arcaicos de eso que Alexander Kluge llamó “nuestra antigüedad ideológica”; aquel tiempo remoto en que los ideales marcaban las agendas políticas y no, como ahora, cuando los pactos por el poder definen a priori la pertinencia de la no-ideología.
Son –serán- el Partenón de nuestra última vida material, el Campo de Marte de las últimas batallas en las que aún se suponía que elegíamos entre el bien y el mal.
Marcador