Revista Ilustración

II.ELLOS. Ana llevaba a Javi en su corazón.

Publicado el 09 octubre 2015 por Lasuelta

Ana siempre vio venir a Javi, le miraba de soslayo, desde el rincón de su perspicacia, su agudeza. Le veía venir y le encantaba. Le dejaba cuidarla haciéndose la despistada. Le quería con el corazón, le adoraba con la cabeza y a ratitos con el estómago, ése que despierta el deseo. Observaba su torpe manera de preguntarle si estaba ocupada la silla de al lado en clase. O si le importaba dejarle una goma, cuando podía ver cómo le salía la suya del estuche.

Pero cuando la desarmaba era cuando con cara gris de apatía en medio de la noche se tropezaba con ella al fondo del bar y le iluminaba la cara una ancha sonrisa, de felicidad, de puro gozo de encontrarla.

Le tenía. Lo sabía.

Y le hacía trastadas, una tras otra, para medir hasta qué punto la cuidaba, se hacia la borracha, conducía mal, le daba sustos sobre su integridad. Él siempre estuvo allí.

Nunca le falló.

Ella rogaba al cielo de él enamorarse, pedía sentir, quería desear; aquel chico estaba dispuesto a bajarle la luna, a dejársela a los pies de la cama y no despertarla en mitad de la noche. El podría cuidar de ella, ahuyentaría los demonios y calmaría a sus diablos. Mirar esos ojos intensos, alegres de mirarla, le transmitía paz.

Pero los sentimientos no se encargan, no se piden a la carta, no se programan. No puedes pedirlos por catálogo, ni se hacen a medida.

Los sentimientos te invaden o no.

Te visten a no.

Te llevan o no.

Son.

Lo triste es que ella no quería estar con quien le bajara la luna. Ella quería matar por quien ella estuviera dispuesta a bajarle la luna. Diferente. Masoca. Rebelde.

Y a todo esto Javi siempre estaba allí.

Hasta que le perdió la pista.

Siempre le acompañaba en su corazón en su cachito dulce de memoria que guardaba para él, el único caballero que siempre la respetó, el único hombre que había dormido con ella sin tocarla más allá de la palabra respeto.

Guardándose el deseo para él si ella no daba pie. Y nunca le dio.

Recordaba aquel día al borde de la madrugada, cuando borracha pero no tanto, loquita pero con vista, le pidió que durmiera con ella, el aceptó, se le abrió el cielo.

A él la imaginación le escribió un cuento.

Y en la cama yacieron abrazados esperando el alba. Ella no paro de acariciarlo, tocarlo en el borde del cariño. Para provocarlo. Allí donde la lujuria se asoma al respeto y le pide paso.

Pero el respeto no le deja. Y se marcha llorona.

Javi aguantó porque la creía indefensa y borracha, gamberra pero suya. En ese alba: el más dulce de sus madrugadas. Se durmieron abrazados.

Él le besó la frente y le olió la piel. Esa piel tan peculiar. Con ese olor personal.

De ella. Ahora suya.

Javi solía ser el último pensamiento al encender la luz y el primero al encenderla, aunque hubiera quedado en el espejo retrovisor de su vida.

Cerraba los ojos y allí estaba él descubriéndola al fondo del bar.

Alegrándose. Alborotándose, de ver a su niña, bruja y especial.

Y ese simple gesto de su memoria le reconfortaba.

Y ahora años después volvía a necesitar de él.

Le necesitaba más de lo que nunca hubiera imaginado.

Llegó al punto de encuentro y ahí lo vio esperando, frotándose las manos, inquieto. Mirando el reloj. Se giró, miró por la calle equivocada. Ella sin pensarlo se le echó a la espalda, le tapó los ojos. Se ríe.

¿Quién soy?

Él adivina: "¡mi trasto!" Nadie más la había llamado así.

Era una sensación como de volver a casa.

Se giró él, con ansia.

Le buscó la mirada ella, con miedo.

A él el rostro se le iluminó de pura dicha.

A ella La Paz le rellenó el alma como a un chucho de crema. ¡Qué alegría la desborda!

Podrían apagar el mundo mañana y ella dormiría en paz de saber que él seguía mirándola como cuando tenía pelo...

¡Qué ternura de mirada!

Se quedaron mirando un segundo.

Sus labios se elevaron y una gran sonrisa de dicha les iluminó el rostro.

Un abrazo intenso y suyo rubricó la bienvenida. Intenso largo. Hasta donde los pies de ella dejaban de tocar el suelo y la balanceaba a lado y lado. "¡mi niña!". Suspiró...

  • ¿Hace mucho que esperas?
  • Una eternidad.

Ellos.

Y a la cuenta. Al pago.

Ella le dijo:

  • ¿Te puedo pedir un favor?
  • Por supuesto.
  • Es un favor muy peculiar.
  • Dime.
  • Estoy embarazada.

ELLOS. VOSOTROS. NOSOTROS.

La Suelta.


Volver a la Portada de Logo Paperblog

Sobre el autor


Lasuelta 1881 veces
compartido
ver su blog

El autor no ha compartido todavía su cuenta El autor no ha compartido todavía su cuenta