Revista Diario
Impunidad
Publicado el 25 agosto 2011 por ChirriSangre, sangre en las manos, en la cara, en la ropa,por donde mirase solo encontraba el color rojo, el color del sufrimiento,propio y ajeno, algo se había roto y había formado un punto de inflexión en mivida.De pronto me di cuenta, había cometido el hecho másabyecto que un ser humano puede cometer, el asesinato de un similar, de un serhumano, de un hermano de género, alguien con pensamientos, ideas, sueños ynecesidades, lo mismo que me pasaba a mí, pero mi víctima ya no tendría más, con el último estertor, nosolo acabó su respiración, acabaron también sus ambiciones, sus pensamientos,sus deseos y sus palabras, terminó, fin.Salí entre arcadas de aquel lugar, donde todo habíasucedido, tan pequeño y tan grande a la vez, en el patio el perro del muerto megruñó nerviosamente, pero no se atrevióa acercarse, un sexto sentido le avisaba y le contenía en sus acciones, sevolvió a tumbar ansioso, frente a la casa, esperando que saliera su amo. En la cercanafuente me lavé las manos, frotaba nervioso una contra la otra, pero la sangrees difícil de despegar, casi como la culpa, del suelo tomé un puñado de tierray con eso conseguí despegar los cuajarones pegados en los brazos ¡Maldita seami estampa! También lavé el arma del crimen, aquella navaja que compré albuhonero que mercaba sus productos siempre en la plaza, no faltaba ningúndomingo con su jumento lleno de cacharros de metal.¡Ya está! Las vecinas han acudido al final alarmadaspor la algarabía de la pelea, me miran y se tapan la boca al verme con esteterrible aspecto, alguna se santigua, todas cuchichean, los maridos tambiénacudirán pronto, a esta hora se encuentran todos en la única taberna delpueblo, un oscuro figón donde los campesinos ahogamos nuestras penas con unvinazo agrio y peleón. Detrás vendrían las fuerzas del orden, aun teníaalgo de tiempo para emprender la huída, son cuatro los kilómetros que nos separan del cuartel de los quiñones, en elpueblo principal del valle, seguro que vendrán a caballo, por lo que mi únicaescapatoria es cruzar por la montaña,alejado de los caminos y trochas más habituales.Me entretuve en mi casa lo justo para preparar unhatillo con una muda, algo de tocino y una hogaza de pan y emprendí raudo elcamino del monte, en un principio, por la ruta hacia el puerto de montaña quedaba en la otra vertiente, con la capital, allí podría esconderme un tiempoconfundido con la multitud, hasta ver que iba a hacer con el resto de mi vida.La noche se iba acercando, lo que venía bien a misplanes de huída, lo peor era estar a merced de las fieras que acechaban en lanoche, los lobos no eran infrecuentes por esos andurriales y un hombre armadosolamente con una navaja y sin perros pastores que le protejan es un bocadofácil para ellos.Así anduve caminando, dando tumbos, perdido entremontes cada vez más desconocidos para mí, evitando caminos y caminantes,bebiendo en manantiales y comiendo bayas y algún animal que era capaz deatrapar.Llevaba muchas, demasiadas horas caminando a buenritmo monte arriba, las zarzas que se arracimaban al borde de la delgadatrocha, me laceraban cara y brazos sin piedad, quizás era parte de mi castigo ymi condena fuera ir siempre ensangrentado, esta vez era la mía la que ibasurgiendo por innumerables heridas, pero me detuve de repente, el olfato no mepodía engañar, un leve olor a humo me llegaba, es posible que fuera algúnpastor en alguna majada próxima.Siguiendo los efluvios llegué a un raso en el monteentre los robles, allí encontré un chamizo de madera, supuse que de algúnpastor o carbonero de la zona, pensé que no me vendría mal cobijarme dentropara pasar la noche, las nuevas de mi crimen aun no habrían llegado allí, porlo que me podía sentir allí con total impunidad, golpeé la puerta y una cascadavoz de mujer me mandó pasar.Al entrar, el humo del fuego que ardía en lachimenea me hizo toser y un fuerte picor en los ojos, me hizo rascarme con losnudillos en un vano intento por no lagrimear, con la vista nublada, aprecié uninterior lleno de hierbas y tiras de carne puestas a secar en el techo de lamorada, el mobiliario se componía de una mesa con un par de sillas y un granarcón junto al la pared, en el lado contrario, una chimenea con un tiro quedejaba más humo dentro que el que sacaba al exterior, junto al hogar, una viejavestida de negro daba vueltas al contenido de un puchero.- - Buenas noches, voy de camino a la capital a servir al rey y creo queme he perdido ¿Podría cobijarme por esta noche?- - Como no, hijo, toma asiento, enseguida te pongo un plato, tengo unpoco de estofado y lo podemos compartir.- - ¿Vive usted aquí sola todo el año?- - Si, hijo, en el pueblo no me tienen mucho aprecio, creen que soy unaespecie de bruja o hechicera, si no fuera porque me temen tanto, hace años queme habrían denunciado a la santa hermandad. El caso es que solo soy alguien queha estudiado el poder de las hierbas del campo.- Pues a mí me vendría muy bien una poción que me hiciera crecer alas enel cuerpo, lo digo por llegar antes a mi destino.- - El camino está mejor andado que volado, deja el aire para los pájaros,toma, siéntate y come.Así lo hice con buen apetito, después de tantashoras caminando, el estómago reclamaba su llenado, por lo que acogió de buengrado la pitanza.- - Puedes tumbarte aquí junto al fuego, estarás más caliente, las nochesen estos montes siempre son frías.Así lo hice, me acurruqué junto al fuego y en mimente fueron formándose extrañas ideas, todo me daba vueltas, sentía un vacíoen el estomago que no presagiaba nada bueno; de pronto me levanté, saqué lanavaja y me fui al jergón donde dormitaba la anciana, la atenacé por el cuelloy amenazándola con la navaja la susurré:- - Necesito que me entregue todo el oro y cosas de valor que posea, estoydesesperado, por lo que no le aconsejo que me engañe.- ¡Ay hijo! Poco de valor te podrás llevar de esta mísera cabaña, haceaños que no veo una triste moneda y aunque me dieras todos los tormentos delinfierno, no conseguirías nada de mi persona, aquí estoy solamente yo y mishierbas, condimentos y saberes.- - ¡Maldita bruja! Arderás con tu cabaña si es cierto eso.- - ¡Espera! Creo que puedo ayudarte, tengo una poción que te servirá, esuno de mis saberes más arcanos, te permitirá huir de tus enemigos, sea lo quehayas hecho no podrán atraparte.- - ¡Sea! Dame esa poción.De un pequeño arcón semienterrado en un ángulo de lacabaña, sacó un pomo de color ambarino y me lo ofreció con estas palabras:- - Toma, bebe, pero has de saber que aunque la justicia de los hombres nopueda cumplir con su cometido, siempre hay una justicia divina de la que no sepuede escapar.- - Ya, vieja, pero eso, será en la otra vida, hasta entonces no tengoprisa.De un trago bebí todo el contenido, no sé qué noté,pero los ojos se me cerraron irremediablemente.
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¡Maldita vieja! Debí matarla en cuanto la vi,lástima que cuando desperté de los efectos del bebedizo, no la encontré por másque busqué, rabioso prendí fuego a la cabaña y me alejé de allí lloroso.Desde luego tuvo razón, quedé impune, lasautoridades no me pueden castigar, nada, ni cárcel, ni picota, ni garrote, soyy seré libre para siempre, pero mi desgracia va conmigo y siempre meacompañará, así como mi cayado y mi campanilla, los mismos que van anunciando alos demás que no se acerquen a mí, que soy portador de una terrible enfermedad,la lepra.