Revista Diario

Infierno azul iii (final)

Publicado el 14 marzo 2012 por Mariaelenatijeras @ElenaTijeras
(Empieza a leer esta historia en Infierno Azul )(Segunda parte aquí)
INFIERNO AZUL III  (FINAL) Abandonó lahabitación donde estaba recluida Lucía, completamente derrumbado. Hubierapreferido que ella no lo hubiera reconocido. Durante dosaños trabajó  como becario en loslaboratorios SISCOM. Tenía buena relación con toda la familia Siscar, enespecial con Rafael, quien lo acogió como a un hijo, más  que como a un trabajador.  Pero no todofue tan fácil para él.  Su hermana enfermó  del riñón necesitando un trasplante urgente. Deello dependería su vida.  En loslaboratorios investigaban un medicamento capaz de paliar la enfermedad perosabía de sobra que ella no podría esperar tanto tiempo.  Una mañana recibió una llamada de LuisColmenar, un viejo empresario que prefirió el dinero fácil, aunque no  fuera legal, a vivir del esfuerzo duro de todauna vida.  Éste le prometió a aquel quesi le ayudaba en su proyecto, él le ayudaría  a salvar la vida de su hermana.  Para ello, sólo tendría que analizar yencontrar compatibilidades entre órganos, como si de una donación setratara.  Lo que no le explicó, en unprincipio, fue que dichas donaciones no se harían desde el marco de lalegalidad  si no de una manera totalmenteilícita.  Lo importante, según decía sunuevo jefe, era que las personas enfermas recibieran lo que necesitaran paraseguir viviendo. Y eso tenía un precio muy elevado que pagar que le ayudaría aengrosar más su abultado bolsillo.  Se dirigióhacia su laboratorio a pocos metros de allí. La historia desu vida de los últimos meses martilleaba constantemente su maltrechaconciencia, sabía que no estaba haciendo lo correcto, pero haría lo que fuerapor salvar a su hermana. Abrió la pesada puerta de metal y frente a él se topó conquien menos se lo esperaba, Colmenar. – ¿Por quéestabas hablando con la chica?  –preguntóamenazante.– Sólo queríasaber su estado… –No memientas, –interrumpió duramente–  Sé delo que estabais hablando. –Sólo queríatranquilizarla –respondió suave–.  Su ánimoinfluirá en su estado general de salud. –intentó  llevar el asunto a su terreno. Pero aquelhombre no estaba dispuesto a que lo engañara tan fácilmente. –Bernardo.Hicimos un trato. Tú me ayudas y yo ayudo a tu hermana. ¿Lo recuerdas? –susojos caían pesadamente sobre los del joven científico, empezaba a dudar de quecumpliera su parte del pacto. –No lo heolvidado –su respuesta fue corta–.  Lo tengo muy presente. –Quería que eseindeseable se marchara ya. –Me alegrasaberlo –no le quitaba los ojos de encima, analizaba cada expresión delmuchacho–.  Ha habido un cambio de planescon la nueva chica. Mataremos dos pájaros de un tiro. No sé si me entiendes.–la expresión del rostro  del jovencientífico cambió. Ahora lo entendió perfectamente. –Como ustedmande. Ya sabe que yo cumplo órdenes. –aunque complaciente en su respuesta, surenuencia hacia su nueva labor iba en aumento. Abandonó ellaboratorio dejando allí al jefe observando cómo se marchaba. Subió unasescaleras y abriendo la puerta que había al final de ellas se encontró, comotestigo de sus acciones a aquel inmenso mar que, ahora tan negro como la noche,se tornaba agorero en  su futuro. Sabíaque todo terminaría tarde o temprano y no le resultó difícil entender que nosería de la forma que él deseaba.  Aquel barco enel que  desde hacía varios meses moraba,ya no le resultaba tan atrayente. Le producía nauseas estar allí y no eraprecisamente por el vaivén de las olas.  Incapaz dequitarse a Lucía y el futuro que le esperaba de la cabeza, deseaba hallar lafórmula para que todo sucediera sin el menor daño para ella.  No sólo le había prometido que saldrían deallí, si no que lo harían con vida. Cada día que pasaba se daba cuenta que susexpectativas de lograr ayudar a su hermana en su recuperación se esfumabanlenta y agónicamente, ¿cómo, entonces, podía prometerle a Lucía que la ayudaría?  La  ligera brisa nocturna golpeó su rostro. Teníaque hacer algo, no podía quedarse de brazos cruzados.  Anduvodespacio por el pasillo hasta llegar a sus dependencias; completamentediferentes a las de la joven hija del empresario farmacéutico.  Y frente a su portátil tomo una decisión:ayudaría a Lucía aunque pagara un alto precio por ello; no podría vivir con elremordimiento de no haber hecho lo correcto.
***El crepúsculode aquel día que, empezaba a morir, le volvió a tomar la delantera a la hora determinar el trabajo diario. Mientras elsol colgaba su uniforme,  Alcorta,  seguía atadoa las patas de su mesa estudiando a fondo las fotos que tenía de Lucía. Enellas,  solo podía apreciar la bellaimagen que la joven plasmaba, pero nada más. Pasaba de una a otra foto tratandode encontrar algo en ellas. Pero aquella labor fue totalmente infructuosa.  Su móvil empezó a sonar. Lo ignoró. Tampocomiró quien era.  A la derecha de su pantalla del ordenador, recibióel aviso de un nuevo correo electrónico  en su bandeja de entrada.  Durante el tiempo que permaneció delante delordenador de Siscar, en su despacho, reenvió el recibido por este,  a un técnico informático para que rastreara elemail que advertía de la desaparición de Lucía. Ahora recibía la respuesta a ese. Al leerlo,negó con la cabeza.
"No he encontrado nada. Es como si la señal se perdiera maradentro”.
Escueto yclaro. Sin  más rastros que seguir.  –A veces,resultas de lo más inútil. –Le habló a la pantalla, sabía que no le escucharíadesde el otro lado de la red– Tal vez esa falta de rastros, sea una pista másque fiable –seguía pensando en voz alta tratando de atar cabos–  Tiene que haber algo que se me escapa,pero…¿qué es?Su móvil,rompió  de nuevo el silencio y  provocó que despegara sus ojos del ordenadorpara saber quien insistía de aquella manera tan irritante. Miró la pantallailuminada: Rafael Siscar, parpadeaba insistente haciéndole resoplar.–Dígame –respondiósolo para que no volviera a sonar después de dos minutos. –Acabo derecibir un email; misma dirección que el anterior, se lo reenvío. –el talantetranquilo del que  gozaba la última vez  que  lo vio  se estaba agotando. Ahora era más áspero. –Sí, aquíestá. –confirmó al verlo en su bandeja. –Déjeme que lo abra.  Su contenidofue desconcertante.
“405848 19937”
El silenciodominó los instantes siguientes.–Alcorta.–Rafael, desde el otro lado de la línea, reclamó la atención del investigador. –Sigo aquí.–No encontraba significado para aquellos números que, de tanto mirarlos,empezaban a bailarle–.  He rastreado elanterior email que recibió –comenzó a decir de nuevo–  y no hay forma de dar con el lugar desdedonde se envió. En cuanto tenga algo le llamaré.–Esto empiezaa sonarme a la jerga de un grupo de polis incompetente –recriminó al escucharlelo que él creía que eran  largas.–Este caso,para mí, es prioritario –arguyó Gorka–. Pero las cosas llevan su tiempo, y si me hubiera comunicado esto muchoantes, lo habríamos impedido –volvió a recriminarle, acusándolo de insensato. –Su respuestadice poco de usted…–Señor Siscar,–le interrumpió bruscamente– estoy trabajando duro para poder encontrar a suhija cuanto antes. Si se empeña en darme cháchara, no podré hacerlo como es micostumbre –volvió a arremeter contra él– ¿Me permite que siga con mi labor?–preguntó mordaz. La calmalidiaba contra la furia que pugnaba por salir pisoteando la sensatez que, hastaahora, había permanecido intacta en la conducta del empresario.–No quieroimportunar –dijo a modo de disculpa–. Sólo quería hacerle llegar este correo. –Sin duda, lapersona que lo ha enviado nos quiere hacer llegar algo importante, aunqueresulta bastante impreciso –volvió a hablar Gorka, con su tono normal deconversación–. Trabajaré en ello. Gracias por enviármelo. Buenas noches. – Buenasnoches. El tono frío ydistante de ambos puso fin a la conversación entre, un padre desesperado que sesentía culpable por la desaparición de su hija, y el investigador que llevaba acabo la búsqueda de la joven.
***
Nervioso, sinpoder conciliar el sueño, salió al exterior. La, tan codiciada, somnolencia lohabía  abandonado sumiéndolo en un manojode nervios que no podía controlar. Lucía, sin saberlo, compartía conBernardo  la vigilia nocturna. Escuchabasus pasos que, azorados, recorrían el lugar. Hasta ella llegaban sonidostotalmente distintos a la realidad de lo que eran.  Sus oídos los interpretaban como aterradoresmovimientos que le hacían buscar dónde esconderse, aunque en aquella estancialos escondrijos escaseaban. – ¿El sueño noacude, señor Sánchez? –la ironía que desprendía aquella pregunta le produjo unaterrible inquietud más por la persona que lo hacía que por la cuestión en sí. –Quería relajarmeun poco antes de dormir, señor Colmenar. –respondió lo más inexpresivo quepudo. El jefe loescrutaba con verdadera atención. Aquel científico estropearía su proyecto; elque le haría rico para siempre, y no podía permitirlo. Tenía que hacer algopara impedirlo.  –El airefresco nos vendrá bien a todos. –cambió la ironía anterior por fingidacordialidad.–Creo que porhoy será suficiente –acabó con aquella absurda conversación–. Me marcho adormir.  Buenas noches. –se despidió sinmirarle. –Buenas noches–musitó despacio. Un ratodespués de que el joven científico se retirara a descansar, el viejo empresariopasó junto a su puerta prestando atención al sonido que provenía del interiorde su camarote esperando escuchar el silencio. En lugar de eso, pudo apreciarcómo Bernardo  seguía trabajando en suordenador.  El sonido de las teclas lotraicionó.  “Trabajas demasiado, muchacho. Habrá quedarte un descanso” pensó Colmenar alejándose  de allí. ***
La húmedaarena de la orilla de la playa se hundía bajo los  lentos pasos que daba el matrimonio por lazona. Con sus ojos clavados en el mar, Virginia quería creer que su hijavolvería por sí misma en el mismo barco que zarpó días atrás, saliendo de lanada azul que bañaba el horizonte Almeriense. –Volveremos averla, ¿verdad, Rafael? –preguntó esperanzada agarrada del brazo de su marido. –Claro que sí.No podemos perder la esperanza. –Aliviaba la tensión que acumulaba mientrastrataba de convencer a su mujer y a sí mismo– Verás como Gorka da con ella. – ¿Confías enél? –no conocía al investigador hasta que lo vio aparecer por la puerta deldespacho aquel día. –No nos quedaotra, cariño. –Su resignación daba pie a la esperanza–. Tenemos que confiar enque lo hará. –Algo me diceque sigue viva –su fuero interno alimentaba el optimismo entre tanta desazón. –Séque aparecerá –se estrechaba con más ímpetu al fuerte brazo de su marido que larecibía con la misma intensidad. –Mantengamosla fe en ello –rogó alzando la vista al cielo.
Unos cuantosmetros más allá, un grupo de personas se conglomeraba formando un círculocerrado. Desde donde estaba la pareja no se podía discernir lo que había en elcentro del mismo.  Unas sirenas depolicía y guardia civil se acercaban  atoda velocidad  por la arena. – ¿Qué eseso?  –Virginia, lanzó la pregunta alaire– Dios mío, Rafael. ¿Será…? –no llegó a terminar su pregunta, se soltó delbrazo  y corriendo llegó hasta la genteallí apiñada. Rafael saliódetrás de ella, tan veloz como sus piernas se lo permitieron.  ¿Sería su hija que había aparecido?  “No, ahogadano, por favor” imploraba una madre desesperada.  A empujones se abrió paso hasta encontrarsedelante del cuerpo. Suspiró aliviada.  Eran los restos de un hombre. No era su Lucía.A su lado,unos instantes después, apareció Rafael que, agarrándola con firmeza, ladesplazó hacia un lado para ver quién era. –No es ella,cariño, no es. –farfullaba  entreconsternación y alegría. –Ella sigue viva, lo sé. –las lágrimas brotaron de susojos como torrentes de agua.Rafael laabrazó con fuerza. Él también confiaba en esa premisa y quería confiar en queantes o después la podrían abrazar. Minutosdespués de que llegara la policía, hizo acto de presencia el forense quedespués de observar el cadáver le dio la vuelta para tratar de identificarlo. –Virginia, esBernardo Sánchez. ¿Te acuerdas de él? –Siscar lo reconoció enseguida.– ¿Bernardo? –sorprendidano conseguía recordar la cara del muchacho de quien le hablaba su marido. – ¿Loconocían?  –preguntó un agente de lapolicía que se acercó a ellos al haber escuchado su conversación. El matrimoniolevantó la vista hacia la voz que le hizo la pregunta. –Sí–respondieron al unísono.  –Es BernardoSánchez –continúo hablando Rafael– trabajó para mí en SISCOM, laboratoriosfarmacéuticos. Se marchó voluntariamente para cuidar de su hermana enferma decáncer. Virginia nodaba crédito a lo que estaba viendo. “¿Qué le había pasado a Bernardo paraacabar así?”–Debenacompañarnos a comisaria –la  perplejidadinvadió el rostro de la mujer–. Es solo para que nos hablen de este hombre, silo conocían tal vez puedan ayudarnos. –después de esa aclaración las faccionesde ella se relajaron. –Claro, sinproblemas –confirmó Rafael.
***
Otra noche másque pasaba sin noticias de Lucía. Abrió lapuerta de la habitación de su hija; todo estaba exactamente igual a como lodejó el amanecer en que salió a navegar. La persiana a medio bajar, permitía laentrada de la luz de la luna llena que, esa noche, brillaba casi incandescente rodeadade un millar de estrellas. Se aproximó a la ventana para contemplar el foco deluz que hacía que la habitación se iluminara como si de un nuevo alba setratara. No pudo más que maravillarse al contemplarla. “Mi reina sequedaría prendada de esa imagen” su pensamiento sólo tenía una razón de ser. Junto a lapuerta de la habitación, Rafael observaba atento los movimientos  de su mujer. Dedicaba todo su tiempo a estar con ella, no la dejaba sola en ningúnmomento. Incluso, había reducido sus horas de trabajo a un par de ellas por lamañana; su esposa era más importante que cualquier negocio. Unos cuantoskilómetros de distancia de la casa de la familia Siscar, Gorka Alcorta,seguía  trabajando para lograr lo antesposible algún indicio que le indicara el paradero de la joven.  Sobre la mesa de su oficina, había desplegadotodo lo que tenía del caso.  Los emailsimpresos que recibió el empresario, las fotos del seguimiento de Lucía, todo biendispuesto como si una cronología se tratara. Un nuevocorreo electrónico llegó hasta su bandeja. El asunto rezaba: “Importante. Tengo algo paratí”. El remitente; un amigo  policía conel que había hablado del caso de Lucía.  En su contenido, le  pedía que en cuanto leyera el correo sepusiera en contacto con él. Era importante que hablaran, habían aparecidonuevas pruebas sobre el caso de la hija del empresario farmacéutico.  No tardó enreaccionar. Lo llamó al móvil y quedaron en que se reuniría con él en unosminutos. Aunque ladistancia entre la comisaria y la oficina del investigador,  no era muy extensa, aún lo fue más cortaaquella noche.  En escasos minutos,Gorka  ascendía las escaleras quellegaban a  la puerta de la comisaria dondese encontraba Javier; su amigo policía. –Gracias porllamarme, Javi. –estrecharon las manos–De nada. Pasadentro y te cuento, ahora que hay poca gente. Llegaron a lamesa donde se acomodaron uno frente al otro. –Gorka,hoy  ha aparecido un cuerpo en la orillade la playa de Retamar –como una alarma que se conecta con una palabra mágica,la mente del investigador se encendió de pronto–. Resulta que era un científicoque trabajó para Rafael Siscar durante un tiempo… –Javier lo puso al corrientede todo lo que habían descubierto hasta entonces, bajo la atenta mirada de Gorkaque no le quitaba ojos, ni oídos, de encima. – ¿Y qué tehace pensar que está relacionada con Lucía su muerte? –preguntó para ir algrano. –Mira, –buscódebajo de algunos papeles unas copias que tenía guardadas para él– estospapeles se han encontrado entre las ropas del cadáver del joven, bienprotegidos y envueltos en numerosas capas de plástico –se los acercó despacio. – ¿Puedollevármelos?  –preguntó esperando unaafirmación. –Son copiasque he hecho para tí. Pero ya sabes que yo no te he  dado nada. ¿De acuerdo?–No tepreocupes, amigo.  Te debo una y  yo a ti no te conozco –una mirada cómpliceentre los dos sirvió de despedida. No esperó avolver a su despacho. En un parque próximo se sentó para leer con impaciencialo que le había entregado Javier.  Ávido derespuestas que le ayudaran con sus interrogantes de los últimos días, leía sinterminar de comprender el contenido de esa carpeta. Folios y más folios llenosde números  y palabras que no lograbaentender. Aquello parecía la jerga médica que se empleaban para los análisis máscompletos, pero por mucho que leyera se perdía en ellos.  En algunas deesas hojas aparecía repetidamente el nombre de la joven desaparecida como posible donante; se hablaba de compatibilidades,de grupos sanguíneos. Detuvo sulectura,  sabía quién podía traducirletodo eso sin ningún problema. Pero no podíamostrarle donde aparecía Lucía, eso avivaría aún más la desesperación de lamadre. Antes de hacer nada, revisaría todo, intentaría atar cabos antes deacudir a  Siscar, no necesitaba conocerexactamente  de que se hablaban enaquellas hojas. Lo poco que había podido leer le dejaba muy claro para quequerían a Lucía;  de ahí que no pidieranrescate. Volvió sobresus pasos a su oficina,  retumbaba en sumente todo lo referente al caso, mientras el viento fresco que movía lashojas  de los árboles del camino,golpeaba su rostro manteniéndole la mente en estado en ebulliciónconstante.   De nuevo en suhábitat, se sentó en la mesa dondehabía dejado antes todo lo del caso, a lo que le unió ahora el extraño informemédico que le dio el policía. Sabía que enaquellos papeles estaba la clave y eran el motivo de la desaparición de lajoven.  Entre tantos datos médicosfiguraba al pie de cada una de las hojas un nombre, Luis Colmenar.  “¿De qué mesuena este nombre?” “Sé que te conozco” “¿Quién eres?”  Demasiadas incógnitasen torno a una misma persona. En su ordenador, directamente en google apareciósu respuesta.  Había cantidadde noticias acerca de él.  Empresarioinvolucrado en decenas de delitos relacionados con la medicina  de los que  salió absuelto por falta de pruebas. “Se cubre bienlas espaldas el muy cabrón” pensó Gorka mientras seguía leyendo. Indagando unpoco más en la red acerca de Colmenar encontró que entre sus posesiones habíaun barco “Grand Fortun”, una magnífica embarcación donde se podía albergarcualquier cosa imaginable.  Instintivamenteintrodujo los números recibidos en el segundo correo electrónico que le envíoRafael Siscar, en una página web y el resultado fue: 40° 58’ 48’’N 19° 9’ 37’’ W, coordenadas delatitud mar adentro en aguas internacionales entre Portugal ylas islas Azores. Un gran barco,unas coordenadas en aguas sin jurisdicción gubernamental y análisis médicoscuya firma relacionaba a un empresario corrupto interesado por el dinero másque por salvar vidas. –“¡Joder,no!”. –gritó atando todos los cabos que tenía delante. Y lo peor de todo es queencajaban en el patrón que se había formado en la mente.
***El batir delas aspas del helicóptero violentaba el penetrante silencio que invadía latranquilidad nocturna del océano Atlántico. Acompañado por una lancha de la guardia costera se aproximaban a unaembarcación tenuemente iluminada situada a unas millas más al oeste, el puntoexacto donde anclaban las coordenadas que Gorka entregó a las autoridades parainiciar la búsqueda del yate clandestino. Le habíacostado convencer al comisario que allí se encontraba la hija del empresariofarmacéutico y que su vida pendía de un hilo. Necesitaba los medios de los que disponían las autoridades para poderdar con ella. Aún no habíahablado con la familia de la chica, hasta que no pudiera devolvérsela con vidano le comunicaría nada.  Estaban tancerca que podía sentir el fin de aquella amenaza. Ojalá que no fuera tarde paraella.
– ¡Suéltenme!–gritó Lucía. Dos mastodontes con más músculo que cabeza la llevaban a rastrasdesde su camarote donde se encontraba desde que fue secuestrada de su yate enla costa de Almería. –Si no tecallas será peor para tí. –gruñó uno de ellos, impávido a su orden. Intentabazafarse de la fuerte sujeción que la tenía apresada entre las dos moles. Perosu fuerza era tan limitada que no pudo más que hacerse daño en su intento. Entraron enuna sala donde alguien, desconocido para ella, ataviado con una bata blanca sele aproximaba con una jeringuilla  en lasmanos. –No se meacerque. –volvió a ordenar, sin obtener el resultado deseado. –No tepreocupes chiquilla, cuando despiertes, todo habrá terminado y no te habrásenterado de nada –lejos de calmarla le produjo aun más inquietud dando patadasen el aire para impedir lo que se le avecinaba. Aquel lugar imitabaa la perfección a un quirófano. Una camilla; monitores, ahora apagados, y unamesa con instrumental quirúrgico aguardaban a que la chica estuviera dormida.
El sonido del helicóptero,justo encima de ellos, alertó al médico que estaba preparándose en una pequeñasala contigua. – ¿Qué diabloses eso? –protestó Luis Colmenar situado junto al médico. –No lo sé–respondió asustado–. Nos han encontrado. Maldito Bernardo. Te dije que no erade fiar. –Y ahoraestará con su querida hermana, paseando por el Olimpo. – ¿Qué le hashecho a Bernardo, cabrón?  Era un buenchico. –gritó Lucía que seguía en su vano empeño de zafarse de su opresión. –Eso no esasunto tuyo ¿A qué esperáis para tumbarla en la camilla? panda de inútiles.–vociferó Colmenar. –Yo me largo.No pienso ir a la cárcel para que tú te llenes los bolsillos. –argumentó el médico soltando lajeringuilla en un cubo de basura. Intentó salir por la puerta peroal abrirla se topó de bruces con Alcorta y varios policías. –Soltadla ahoramismo. –ordenó el investigador apuntando con una pistola a los sujetos quemantenían aún agarrada a Lucía. Encañonados, soltarona la chica que salió corriendo hacia la puerta,  siendo recibida por los brazos de Gorka. –Estamos enaguas internacionales, aquí no tienen jurisdicción. –espetó Colmenar mientrasera esposado por un agente.–Si conocierala ley del mar, –respondió Gorka– sabría perfectamente que en aguasinternacionales se está bajo la legislación de la bandera del barco. Y creohaber visto que en el mástil  de este ondeala española ¿me equivoco? –respondió jocoso al viejo. Entre sus brazosproporcionaba consuelo a la trémula joven. –Me laspagarás, acabaré contigo. –sentenció el viejo empresario. –Nos veremoslas caras dentro de cincuenta años, si es que logras salir vivo de la cárcel. Hayvarios juicios pendientes esperándote en tierra. Salió con lachica en brazos hacia cubierta  donde laesperaban los médicos que acompañaron a la patrulla de la guardia costera.– ¿Cómo estás,preciosa? –murmuró suave junto a su oído. –Creo que bien, –logró decir tras instantes de silencio–¿se ha acabado todo? ¿Qué querían de mí? –los temblores  de su cuerpo arreciaban sin darle tregua. – Sí, todo haterminado. Te lo contaré cuando hayan pasado unos días y quede como una malapesadilla, –andaba despacio con ella en brazos– ahora solo descansa y libera tumente de todo esto. Estas a salvo. –Gracias, porvenir a salvarme. Le debo la vida. –No me debesnada.  Mi recompensa es haberteencontrado viva. Una  débil sonrisa se dibujó en el rostro de Lucíamientras con sus brazos se agarraba laxa al cuello del investigador.
***
Conducíarápido por la autovía que, a esas horas, se mostraba desierta sin nadie que seinterpusiera en el camino  directo haciala casa de la familia Siscar. Había que comunicarles que habían rescatado aLucía con vida y quería ser él personalmente quien lo hiciera.Redujo lavelocidad lentamente, había entrado en el residencial donde tantos amaneceres,oculto por la escasa luz, protegía al miembro más joven de la familia.  Cuando ella salía de la casa para hacerfooting,  y tras dejarla correr unoscuantos metros, salía del coche para acompañarla desde la distancia yasegurarse de que nada entorpeciera  suregreso. En alguna ocasión cuando ella entraba en la casa, después de suentrenamiento, se percató  de supresencia en el coche, aunque siempre lo pasó por alto. Se acercó ala puerta y con un timbrazo sonoro se aseguró de que le escuchaban. En el pisosuperior, la luz de una ventana le avisó de que así había sido.– ¿Haynoticias? –preguntó Rafael una vez que abrió la puerta y se anudaba el batín.– Sí. Heencontrado a Lucía. Está viva. Sana y salva... – ¡¿Dóndeestá?!  -preguntó Virginia estentórea ala par que bajaba las escaleras a la velocidad de la luz. – En elhospital Torrecárdenas. Los médicos están atendiéndola en estos momentos y unosagentes de la guardia civil custodian que nada interrumpa su descanso. Yo mismopuedo llevarles.  Así fue.Pocos minutos después, los tres en el mismo vehículo, emprendieron el camino ala capital.
Los pasillosdel hospital estaban vacíos a esas horas, el único ruido que rompía el silencioeran los pasos de las tres personas que se dirigían hacía la habitación de laúltima persona que había ingresado esa noche. Virginia,  a punto de entrar, no podía esperar más. Seabalanzó sobre su hija que, somnolienta, entornó los ojos para recibirlos.  Solo podíaabrazarla y dar gracias de que estaba viva, la había recuperado. Su rostroreflejaba felicidad, bañado por  un marde lágrimas. Rafael, desdeel otro lado de la cama, agarraba fuertemente la mano de Lucía. Besó conextrema ternura sus dedos  dejándola reposardespués sobre la sábana.  De nuevo estabacon ellos. Miró haciaatrás. Allí, a unos metros de distancia, Gorka Alcorta observaba la emotivaescena. –Gracias.–murmuró Rafael despacio, ofreciendole su mano para estrecharla. –No tiene queagradecerme nada, –en voz cordial, aceptando la mano tendida, continuódiciendo– ella está donde debe de estar, con su familia.  Cuando pasen unos días, les contaré lahistoria. Ahora sólo decirles, que el peligro ha terminado. Los desalmados quela secuestraron están detenidos y pasaran muchos años a la sombra. –concluyó loque tenía que decirle y salió sin hacer ruido. Un esbozo dealegría se instauró en su rostro.  Su trabajo,ahora sí, había concluido  y de la mejorforma posible.  Había dado conella, estaba viva y sana.  Consiguióextirpar así, la espina clavada  en susentrañas con su desaparición. Aunque entendía que no era su responsabilidad, sísentía que el trabajo estaba a medio hacer y eso no casaba con su forma deactuar.  Sereno yreconfortado, abandonó las dependencias hospitalarias  y en su viejo chevrolet azul se dirigió haciasu casa, aunque era de día, necesitaba descansar y dormir unas cuantas horas.La noche anterior había sido devastadora.  
____FIN____
 

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