Ya estamos de vuelta.
Exactamente hace una semana que ando revoloteando por el mundo laboral y de rutina invernal a pesar del calor que aún achicharra los cerebros en Cartagena. Y es que yo no soy capaz de empezar septiembre sin sentir que el invierno ha empezado, porque por algo soy madrileña y por estas fechas allí ya había que ponerse la rebequita para andar hasta la boca del metro a las 7 de la mañana, luego los calores del mediodía y así llegaban los catarros de la vuelta al cole.
Mi novio, que es cartagenero de toda la vida, se ríe de mí y no me entiende, me dice que aún estamos en verano, pero cómo voy a creerme eso si me paso el día detrás del cristal de mi oficina mirando cómo la gente recoge sus cachiperres veraniegos, se mete en el coche y enfila de nuevo a sus ciudades polutas y nos dejan el aparcamiento libre y la playa vacía los próximos diez meses. Es imposible que sea verano si ya no venden horchata en el mercadona, si las cadenas de televisión ya están anunciando las nuevas temporadas, si ya tenemos los fascículos en los kioskos (por cierto, me he suscrito al de punto de cruz, sí, en serio), si ya me hecho el nuevo propósito de apuntarme a yoga……. Yo lo siento mucho, que no me cuenten cuentos, que para mí ya ha empezado el invierno.
Y, a lo que iba, pues eso, que como propósito esperanzador para este comienzo de año me voy a apuntar a yoga. A ver qué tal se me da. He encontrado un lugar superespirituoso y de mucha meditación a cinco minutos de mi casa, y eso me ha decidido. La verdad es que me ha costado bastante encontrar una actividad que me apeteciese hacer y que pudiera compaginar con el trabajo y que no me supusiera mucho trastorno por las tardes, coger el coche y todo eso…. Creo que el yoga me va a ayudar mucho a mantener el cuerpo sano y activo y sobre todo a aprender a relajarme y a relativizar las cosas.
Ojalá pueda vivir más tranquila y feliz. Tengo confianza. Feliz invierno.