Pues sí, tenemos un nuevo huésped en casa, un clon de los que ves en esta foto. Llevamos tres días sabiendo que convive con nosotros y aunque mi amor de vidas lo logró pillar ayer y consiguió meterlo en el transportín de nuestras tortugas, luego, al intentar sacarle unas fotos, brincó como un poseso y volvió a huir.
No sé si llamarle Venancio, Aquilino, Señor Pérez o Stuart. Ya veremos.
Obviamente no queremos matarle y tampoco que anide en nuestro hogar, así que mañana lunes, me pasaré por la ferretería y compraré tres o cuatro trampas para él/ella. No se trata de las típicas ratoneras, sino de unas cajitas de madera que se cierran de forma automática, en cuanto el interfecto entre a por los cebos que le pondré.
En una colocaré un par de almendras de la finca. He leído que las almendras son para ellos como la tortilla de papas para mí: bocato di cardinale. En otra de las trampas le pondré unos granos de mi muesli, en la tercera unos trocitos de queso y en la última, alguna ciruela de nuestros frutales. De este modo me enteraré también de lo que más les pierde gastronómicamente hablando.
Durante muchos años, en Barcelona, tuvimos hamsters roborowskiis. Este parece ser la mitad de aquellos -y mira que aquellos eran enanos, enanos- pero, claro, con la cola que se gasta su tamaño parece mucho mayor.
Me tienta pillarlo y prepararle una jaula-mansión, con su rueda, su casita y sus túneles. Pero no. Quien nace, crece y vive libre, ha de continuar siéndolo, así que, en cuanto lo tengamos a buen recaudo, nos iremos por algún sendero verde y le soltaremos allí.
A ver en qué queda todo...