Revista Diario

La biblioteca

Publicado el 10 diciembre 2013 por Mamenod
La bibliotecaA lo largo de mi vida (esto empieza como las grandes historias) he conocido a una gran variedad de personas. Como hacemos todos, y en mi caso por deformación profesional supongo que un poco más, tengo clasificadas a cada una de ellas, en ese esquema mental que es necesario para reconocerlas y reconocernos a la vez a nosotros mismos.
Creo que a veces el cerebro o probablemente el corazón funciona como una biblioteca particular, como un fondo histórico donde he ido colocando por baldas perfectamente clasificados: nombres, motes, anécdotas, a veces solamente imágenes de todos aquellos que han formado y formarán para siempre parte de mi vida.
En la zona que da más al interior, cerquita de mi mesa de despacho y donde el acceso es privado,  guardo a los miembros de mi familia. Tienen trato de incunable porque la sangre forma parte del patrimonio nacional de mi cariño. Con ellos me recreo en cada una de sus páginas, porque todas guardan tesoros de mí misma. A veces noto que algunos tienen polvo, acumulado por el tiempo en que no paseo por sus letras a causa de la vida atareada. Entonces, cojo el teléfono o me los encuentro en un evento, y disfruto restaurando el papel amarillo que me recuerda tanto tiempo compartido.
En la sala grande, una redonda donde no hay esquinas, es donde tengo a los amigos. No me gusta ordenarlos, quedan bien como están, rebosando estanterías unas veces, situados estratégicamente en el mostrador... da igual, porque son de uso cotidiano, de meter en el bolsillo y llevar al café de las sobremesas o al trabajo que ya no tengo.
Después, accediendo por una puerta pequeña, hay una salita que está más cerca del pasillo. Allí he colocado en orden a los conocidos, a los que trato con respeto. Andan en esa antesala, entre el saludo cordial y la posibilidad de pasar algún día para dentro. Con la mayoría, seguramente nunca leeré mucho más allá del prólogo, aunque a veces, han sido muchas las historias que me han dejado sorprendida ojeando con ellos el primer capítulo.
Y al final o al principio del camino, todo depende de si voy o vengo, justo al lado de la entrada he dejado los libelos, los plagios, la literatura negruzca que no merece la pena. A veces paso y miro con un  reojo poco disimulado, esperanzada con que algún ingenuo me haya robado alguno, y haya apartado de mí ese condenado maleficio.
Para alguien que ha vivido entre libros, a veces la vida se convierte en una biblioteca. Bueno, no sé, ¿como es aquello de..."en casa del herrero..."?
La biblioteca

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