«La técnica consistía en citarse vagamente en un barrio a cierta hora. (...)
Se citaban por ahí y casi siempre se encontraban. Los encuentros eran a veces tan increíbles que Oliveira se planteaba una vez más el problema de la probabilidades y le daba vuelta por todos lados, desconfiadamente. No podía ser que la Maga decidiera doblar en esa esquina de la rue de Vaugirard exactamente en el momento en que él, cinco cuadras más abajo, renunciara a subir por la rue de Buci y se orientaba hacia la rue de Monsieur le Prince sin razón alguna, dejándose llevar hasta distinguirla de golpe, parada delante de una vidriera, absorta en la contemplación de un mono embalsamado. Sentados en un café reconstruían minuciosamente los itinerarios, los bruscos cambios, procurando explicarlos telepáticamente, fracasando siempre, y sin embargo se habían encontrado en pleno laberinto de calles, y se reían como locos, seguros de un poder que los enriquecía.»Julio Cortázar. Rayuela, 6.
Para conocer y reconocer a un semejante no basta la cercanía física ni el mero conocimiento visual; y a veces, decisiones que nos parecen nimias —porque aparentemente no entrañan consecuencias— o estados de ánimo cambiantes —que alteran el sentido de dichas decisiones—, suelen marcar nuestras vidas. En ciertos hechos que no damos importancia, o ni siquiera recordamos, se deciden vidas que nunca viviremos.Sueño y azar, introito.