Revista Diario

La camiseta

Publicado el 17 agosto 2010 por Anabel
Javier saca la mano por la ventana de su habitación. Llueve. No mucho, sólo cuatro gotas gordas, de esas que ensucian mucho y no arreglan nada. Mira el reloj de la mesilla. Marca las dos menos diez. A las cuatro entra a trabajar. Entra en la cocina y busca el bote de lentejas; ese que saca y guarda de tanto en tanto. Tal vez hoy es el día. Mira sus cuatrocientos gramos de peso neto, da la vuelta al tarro de cristal. Demasiado grande, enorme para un hombre solo. Podía hacer lentejas para varios días. Desecha la idea. No quiere recalentar su soledad más de lo necesario. Asará unos filetes de lomo de cerdo, los meterá en un bocadillo con un poco de tomate, pimiento y comerá un montadito decente y caliente.
Busca en las estanterías, en los cajones, hasta en la panera: no hay pan. Tiene que ir a la tahona. Vuelve a su cuarto y mete la mano en el armario, sacando la primera camiseta que encuentra... Al dejarla caer sobre la cama también lo hace una intrusa: la camiseta favorita de Carmela. Javier recuerda el día en que se la robó. No debió hacerlo. Lo sabe. Entonces también lo supo, pero no pudo evitarlo. O tal vez no quiso. Fue cuando hizo las maletas casi seis meses antes. Ella no se dio cuenta. Ahí está la camiseta negra de manca corta, descansando sobre el edredón. Carmela estaba preciosa cuando se la ponía. Por las noches, él siente como la prenda protesta en el armario, se siente fuera de lugar entre tanta talla XL. Ahora, ese pedazo de tela negra le dice con claridad: ya no te quiero, este corazón es de otro. Sí, por mucho que Carmela lo negase, Javier está convencido de que aquel tipo no era su amigo: era un ladrón. Había decidido quedarse con lo que él más quería: su mujer y sus dos hijas. Javier se acerca la prenda a la cara , la aplasta contra su nariz antes de echarla a un lado.

Se viste deprisa porque la panadera, una gordita muy simpática, cierra en cuanto se le acaban las existencias y eso suele ocurrir a las dos y media. Deja abierta la ventana de su cuarto para que se airee. Pasa por el cuarto de baño, se lava la cara y quita las legañas, comrpueba que ha perdido peso y pelo. Huye de su reflejo. Cierra las puerta y con las llaves en la mano, baja los escalones de dos en dos. Al llegar al portal se da cuenta de que ha olvidado el paraguas. ¡Qué importa!, piensa, la panadería está a cien metros. De todas formas ha tenido suerte, escampa un rato.

Siempre hay gente en esa tienda. Javier está convencido de que las dos únicas empresas españolas que se han expansionado durante la crisis son Mercadona y esa panadería. No deja de tener gracia, porque venden el pan y los dulces más caros que nadie. Sin embargo, en pocos meses han abierto cinco panaderías. Su secreto: pan de pueblo y reinterpretaciones panaderas sobre los clásicos. Una chapata que no es tal, sino la interpretación del panadero sobre lo que ese tipo de pan debe ser: corteza antigua y miga compacta. Todos sus elaboraciones tardan varios días en endurecer.. Los dulces son la otra clave del éxito. Tienen más chocolate, más crema y nata que ningún otro. Los brownies son enormes, llevan tanto chocolate Javier no ha conseguido tomarse uno de una sentada.

Cuando llega a la puerta encuentra cola tal y como esperaba. Entra en el local amarillo, alargado con suelo de tarima flotante claro y barato, limpio y luminoso. Pide la vez “¿El último, por favor?” Una pareja se da la vuelta, Javier no puede creerlo. Carmela y el tipo. ¿Qué coño hacen aquí?, piensa, ni siquiera viven cerca. De inmediato se da cuenta de que ha pensado en ellos como algo conjunto: el estomago se le revuelve. En estos segundos les hadado tiempo a volver la cabeza y esbozar un nosotros. Se les ve sorprendidos, aunque ella trata lo saluda con naturalidad.

- ¿Qué tal?- dice Carmela.

- Bien- contesta Javier.

- Nosotros también.

- Sí, ya lo veo. ¿Ahora también vais juntos a comprar el pan?

- ¿Qué insinúas?- pregunta el tipo con la mosca tras la oreja.

- Nada, Dios me libre. Sólo que vuestra amistad parece no conocer límites.

- Carmela es una mujer soltera y puede ir donde y con quien quiera.

- Te equivocas. Carmela es una mujer divorciada, no soltera. De todas formas, el problema, es que le apetezca ir con según que gente- responde Javier.

- Javi –intercede ella- déjalo estar.

Los demás se vuelven a mirar, pero Javier no quiere darse cuenta. Fuera comienza a llover de nuevo. La gordita, previendo la pérdida de clientes, concede el turno a la pareja, pero una vieja, de estas que siempre llevan prisa se opone. Los otros no dicen ni pio. La dependienta, molesta, atiende a la mujer, mientras a Javier lo consume un fuego desde el estómago hasta el inicio de la garganta.

- ¿Dónde vas a ir con las niñas este fin de semana?- pregunta Carmela

- Eso es asunto mío- contesta Javier- sólo te incumbe saber que estarán perfectamente.

Carmela continúa hablando como si nada.

- Clara está enferma. Lleva dos días con fiebre.

- ¿Y me lo dices ahora? Si hubiera estado conmigo te habría gustado que te lo contara, ¿no?

- Perdona, no es nada grave, por eso no te llamé. Si quieres puedes ir a verla esta tarde.

- Entro de tarde hoy. Trabajo por turnos, ¿recuerdas?

Parece que el tipo va a decir algo. Javier lo mira desafiante. La gordita y los demás clientes están atentos. Hasta la vieja que tenía tanta prisa se ha quedado dentro, aferrándose a la lluvia que ahora cae a chuzos. Carmela aprieta imperceptiblemente los labios.

- No podemos esperar más. Nos vamos- dice- Me alegra verte bien, Javi. Llama a la niña si quieres.

- Lo haré- contesta seco.

Le dice adiós con la mano y le dedica una última mirada antes de salir de la tienda. Abren el paraguas y se pierden. El espectáculo se acaba. No escampa la lluvia, pero ya no merece la pena echar más tiempo allí. El resto de clientes va desfilando hacia la salida. Llega el turno de Javier. La dependienta le despacha los dos bocadillos.

- ¿Cuánto te debo?

- Un euro con veinte- contesta ella- ¿quieres una caña de chocolate? Son estupendas.

- No gracias.

- Llévate un par, te invito. Las penas con chocolate son menos.

Javier acepta la compasión y el regalo. Da las gracias y sale de la tienda. La lluvia arrecia. Está empapado pero no corre. Entra en el apartamento y deja las bolsas en la cocina. Acude de nuevo a su dormitorio. Busca ropa seca. Se pone cómodo. No puede dejar de mirar la camiseta de Carmela. Hay un charco grande al lado de la ventana. Va a por la fregona, para apañarlo. Antes de llegar a la puerta de la habitación, se vuelve y recoge la la camiseta. La tira al suelo, encima del charco. Así está mejor. Al menos, servirá para algo.


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