
Aquella amazona salvaje se me acercó cuando estaba en lo mejor de mi ensimismamiento, sacándome bruscamente de él, se acodó a mi lado con su bebida en la mano, rozando suavemente mi brazo. Me miró y me sonrió, con la sonrisa apareció una dulzura oculta que no había percibido cuando la miraba de lejos. No dijo nada y se quedó mirando con decisión, le dije hola y seguí con mi meneo. Cuando acabó el tema me dijo que a ella también le gustaba. Me dí la vuelta hacia la barra para pedir otra bebida para ambos y comprobé que era tan alta como yo, y sin tacones. Así, de cerca me fijé en sus pechos que hasta ahora habían permanecido ocultos por la chaqueta, apoyé los brazos en la barra tensando los músculos. Era tan tarde que la música comenzó a ser más lenta e íntima, hablamos de música y dando sorbitos a la cerveza fui quedando prendado de su atracción, movía las manos de una manera especial, como si manejara algún tipo de batuta o herramienta. Aretha Franklin nos hizo juntar los cuerpo y bailar, luego todos los temas fueron envolventes, no pudiendo separar ya nuestros cuerpos.
Apagaron la música y tuvimos que salir al frío de la noche, ella iba bien abrigada y yo en camiseta así que tuve que disimular el frío para no parecer blandengue. Le dije de tomar la última en casa, que era cerca. No sabía de qué hablar, intuí que no era de la ciudad y la llevé por la parte más bonita y se lo dije. Le gustaba pero no la deje entretenerse mirando por miedo a empezar a castañetear los dientes, ella se dio cuenta y me calentó las manos en su cuerpo, dándonos un absurdo abrazo calefactor que me hizo desear aun más llegar a casa. Allí, directamente nos abalanzamos a besarnos con desesperación, como si hiciéramos algo prohibido.
El lado derecho de la cama amaneció vacío, me vestí y bajé a desayunar, no quería estar sólo en la casa. El bar de la plaza estaba a tope, debería ser tarde, ojeé la prensa y vi la noticia de la concentración donde había pasado la tarde, frente a la carpa del circo. Poco más había de novedad.
Con el alma algo rehecha gracias al jugo y el bocadillo, torcí por la primera calle a la derecha y la vi, lucía potente y avasalladora sobre aquel elefante de porte magnífico. El cartel anunciaba la última actuación.