Revista Literatura

La estulticia de mayo: el discurso de Gaby Rivadeneira

Publicado el 07 junio 2013 por Kirdzhali @ovejabiennegra

Discurso de Gaby; se recomienda verlo completo solo si no tiene diabetes.

Demóstenes creía que la buena preparación era el secreto del éxito de un orador. Él, se dice, memorizaba al revés y al derecho el texto que iba a decir en un ágora porque consideraba un fracaso olvidar aunque fuese una sola frase.

La estulticia de mayo: el discurso de Gaby Rivadeneira

Demóstenes también quiso usar vaqueros rotos en el “cole”, pero el licenciado Guachamín lo amenazó con un cero en conducta si lo hacía.

¡Eran otros tiempos! La gente – más cool que la de hoy – se vestía con túnicas, hacía el amor con dioses y ninfas, iba al gimnasio desnuda y no la apresaban por hacer escándalo en estado de ebriedad, siempre y cuando fuera en honor a Dionisio.

Hoy, por otro lado, nos vestimos con vaqueros rotos y desteñidos, hacemos el amor con Viagra, vamos a Burguer King en vez de al gimnasio y retozamos ebrios en la acera de una zona roja donde Dionisio no pondría un pie por miedo a que le roben hasta los calzoncillos; en esas condiciones ¿a quién le importa hablar con conocimiento de causa?

Vivimos tiempos donde la clave no es ser culto sino un completo ignorante con mucha autoconfianza; no es necesario saber quién fue Homero, pero sí recitar los versos de la Ilíada en los que aparece Napoleón Bonaparte (¿?).

Los políticos son un ejemplo a seguir en este campo; sus bocas son matrices donde reposan cientos de fetos de idiotez prestos a salir y dar un zarpazo sobre las orejas del ingenuo que los escucha.

Considerando que la sociedad contemporánea, especialmente la hispanoamericana, está ansiosa por escuchar verborrea y banalidad adornada de la sabiduría de Perogrullo, he decidido crear una breve guía for dummies de lo que se debe hacer para convertirse en un orador capaz de hablar por una hora sin decir una sola cosa que valga la pena y, aun así, recibir todos los aplausos del mundo.

Maquiavelo sonriendo porque lo confundieron con Psy, el coreano que canta el Gangnam Style.

Maquiavelo sonriendo porque lo confundieron con Psy, el coreano que canta el Gangnam Style.

Igual que Maquiavelo, quien tomó a César Borgia y a Fernando de Aragón como modelos para El príncipe, yo decidí utilizar a Gabriela Rivadeneira como mi arquetipo de orador estrella (do).

Usemos la imaginación para ubicarnos en el salón del plenario del Congreso – quiero decir: Asamblea[1] –, el 24 de mayo de 2013; es una mañana soleada y varios mandatarios del mundo, resignados,  piensan que deberán soportar cinco horas de bobadas antes de ir a sentarse en el Palacio de Carondelet para engullir el almuerzo que ha preparado el chef belga – de Bélgica – en su honor.

La ceremonia de posesión del presidente Correa, de todos modos, probó ser cualquier cosa menos aburrida. Los gags aparecieron a cada instante, por ejemplo: la camisa de bordados Zuleta que usa el Posesionado – siempre con mayúscula como les gusta a los minúsculos – que no combinaba con su terno pero sí con el hermosísimo mural que hizo Guayasamín para el plenario y que, por un capricho morboso y cruel del hado, se salvó del incendio de hace diez años; la incapacidad de los presentes para comprender el significado del protocolo (mención aparte merece la bandera, pues fue la única que lo entendía); el teleprompter que era capaz de solucionar los problemas de memoria, pero no los de inteligencia; etcétera.

Luego de los sui generis eventos musicales – incluido el canto del Himno Nacional sin acompañamiento que dio el empujón a Paulina Aguirre para ingresar en el lista de desastres naturales –, Gabriela Rivadeneira, quien llegaba con los membretes de bella, culta, preparada – al terminar, se marchó sin membretes –,  subió al estrado para obnubilarnos con su verbo. No lo consiguió, sin embargo, los brillos de su blusa casi nos destruyen la retina, así que obtuvo un logro similar.

Gaby dice que aprendió en Coquito, que nunca hay que avergonzarse de ser uno mismo porque no hay que ser envidiosos.

Gaby dice que aprendió en Coquito, que nunca hay que avergonzarse de ser uno mismo porque no hay que ser envidiosos.

Se preguntarán qué es lo que dijo. Pues bien, habló de todo: pensadores ingleses del Renacimiento, decapitaciones, Macondo, discapacidades, héroes liberales, anti – liberalismo, socialismo, Simón Bolívar, Sucre, Neruda, largas noches, amaneceres, poesía, amor, odio, compañerismo, cooperación, bien, mal, proyectos educativos… Escrito de esta forma, parece que era un insulso galimatías y, en efecto, así fue. Mas, como expliqué anteriormente, el secreto no consiste en decir algo interesante sino en llenar horas, días, meses, años con cosas insubstanciales; es este el primer secreto de un orador del siglo veintiuno: NO PIENSE PARA HABLAR, SOLO HABLE MUCHO.

Algunos filósofos afirmarán que esto es un contrasentido porque para decir cualquier cosa, hay, necesariamente, que acudir al pensamiento, pero eso es porque ellos jamás han llegado al nivel de sofisticación intelectual de un político ecuatoriano joven, ese manantial de esperanzas para la nación.

El segundo secreto es HABLAR DE UN LIBRO FAMOSO QUE POCOS HAN LEÍDO. En esto, Gaby es una experta: trapeó el suelo de la Asamblea con cada página de Utopía y hasta se dio el lujo de mezclarla con Macondo, de manera que los cerdos incestuosos de esta última terminaron por ser los artífices de la felicidad de Tomás Moro.

El desastre natural Paulina Aguirre. Este es el momento en que desataba el Apocalipsis y hacía revolcar en su tumba a Juan León Mera.

El desastre natural Paulina Aguirre. Este es el momento en que desataba el Apocalipsis y hacía revolcar en su tumba a Juan León Mera.

La tercera clave, quizás la más importante, es SIEMPRE SONREÍR, eso le da al hablador la imagen de alguien noble, seguro de sí mismo y lleno de dulzura. Si está hablando de desastres naturales sonría, igual si lo hace de Dios, la guerra en Palestina, el amor, la sonrisa, el holocausto. Sonría, sonría, sonría ¡S – O – N – R – Í – A! E ignore siempre aquel adagio que dice la sonrisa abunda en la boca del idiota porque seguro lo dijo algún idiota (¿?).

En resumen, la receta para ser un gran orador es hablar mucho, decir poco, salpicar cada oración con referencias pseudo – eruditas, buscar en Wikipedia cualquier tópico manoseado que pueda servir para parchar los vacíos en el discurso, usar una que otra palabra griega o latina para fingir conocimiento y finalmente tener una bonita dentadura porque no hay nada más grotesco que ver una sonrisa nacarada y llena de caries por cincuenta minutos.

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[1] Este cambio de nombre ha incidido enormemente en el mejoramiento de la calidad; antes no se hacía nada, ahora se mucho pero es como si no se hiciera nada.


La estulticia de mayo: el discurso de Gaby Rivadeneira

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