Revista Diario

La fórmula de mi felicidad

Publicado el 21 febrero 2012 por Rizosa
Esta mañana, mientras estaba yo todavía medio dormida y sentada al sol  con mi taza de café, mi padre se me ha acercado con los ojos brillantes y una sonrisa gigante en la cara y me ha dicho: -"Beíta, ven que te quiero enseñar una cosa... ¿estás lista? Pues ¡prepara tu pituitaria!". Obviamente mi primera reacción fue extrañarme, aunque mi sorpresa duró poco porque estoy bastante curtida en este tipo de comportamientos paternos. Y así, me levanté cual zombi y le seguí por el pasillo hasta el salón, donde empieza su imperio vegetal y cuida de sus cactus, potos, cintas y orquídeas. Y allí estaba su nueva adquisición: una especie de arbusto redondeado que, hasta ahora, tenía tan sólo hojas verdes y brillantes y que hoy aparecía con una flor enorme y preciosa en un costado. Mi padre se plantó al lado de la flor, ufano, con la cara de un niño orgulloso que acaba de sacar su primer sobresaliente, y me invitó a olerla. 
Olía realmente bien. Era una mezcla de jazmín con nardo, (no sabría explicarlo mejor) pero cerré los ojos por un instante e inundé mis pulmones de aquella maravilla olfativa. Y la reacción de mi padre dejó de parecerme tan estrambótica.
Me gusta la gente sensitiva. Me he criado en un hogar donde se disfruta de los pequeños detalles, y  puede que por eso haya aprendido a valorarlos. Conozco la expresión extasiada (ojos cerrados, sonrisa tímida,  barbilla hacia arriba) del que disfruta de un buen postre o de un buen vino. Me resultan familiares esos minutos en silencio contemplando el mar, escuchando el murmullo de las olas sin necesidad de decir nada. He acompañado a mi madre en busca de la foto perfecta, perdiendo la mirada por el paisaje y encontrando belleza en lugares insospechados. He aprendido a ser capaz de disfrutar como una niña cada vez que cambio las sábanas de mi cama y al acostarme me deslizo por entre el algodón fresco, suave, limpio y aromático.   
Me gusta la gente sensitiva, sí. Quisiera rodearme tan sólo de gente capaz de disfrutar de la misma forma que yo de todo lo que nos rodea, y no tener que sentirme estúpida por emocionarme con cosas que los otros no son capaces de saborear.  Creo que es el secreto de la felicidad absoluta, de mi felicidad.
Busco a alguien con quien poder escuchar música en silencio, y notar cómo se nos eriza la piel al llegar al solo de guitarra. Alguien que conozca y practique la caricia perfecta, que disfrute de la suavidad de cada centímetro de mi piel. Una persona que note latir su corazón más fuerte mientras me escucha leerle un pasaje de mis libros favoritos, y que se pierda conmigo en las historias por las que paseo desde niña. Alguien que sonría al verme asustada en el cine, que me bese lentamente, que me regale sonrisas y brillo en la mirada además de flores. Alguien que me hable de colores que no conocía, que me enseñe a distinguir el sonido de los pájaros, que se pringue las manos cocinando conmigo, que me susurre melodías al oído cuando menos me lo espero. Que disfrute de un paseo sin prisas, de la brisa marina, del olor a césped recién cortado y a crema protectora de coco y aloe, del sabor de la fruta recién exprimida, del aroma a limpio al salir de la ducha. Una persona que, de pronto, se pare en el arcén de la carretera porque quiere hacerle una fotografía al atardecer para no olvidarlo nunca. Alguien que me regañe si estoy agobiada y arrugo el ceño y me haga ver lo que me estoy perdiendo.  Que haya descubierto, por fin, el secreto del verdadero lujo: el tiempo invertido con la gente que quieres. 
Busco a alguien que sepa vivir. 
Y vosotros, si os topáis con una persona sensitiva que muestre algunos de estos síntomas, no seáis tontos y no le dejéis escapar: merece la pena tenerle cerca. 
La fórmula de mi felicidad

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