Hace unos meses atrás, al retornar desde la sala de cine que proyectaba La habitación conmovida y conmocionada por la película, tenía la intención de escribir al respecto. Intención que se fue dilatando con los nuevos acontecimientos que la vida coloca día a día en el camino, hasta que el análisis de Víctor y su impulso me situaron nuevamente frente a las impresiones recibidas desde la pantalla, merced a las extraordinarias actuaciones de Brie Larson y Jacob Tremblay en la piel de Joy y Jack, madre e hijo respectivamente.
Emma Donoghue es la autora del libro que narra en primera persona la visión de Jack, encerrado por el Viejo Nick con su madre en la habitación que constituye el mundo que conoce desde su nacimiento. Nick secuestró a Joy y la mantiene prisionera desde hace siete años; producto de los abusos sexuales nació el niño a quien la madre protege, educa y defiende a punto tal que la prisión representada por el pequeño cuarto para la progenitora resulta un mundo seguro y acogedor para el hijo.
Urgida por la necesidad de encontrar una salida a la situación desesperante en que se encuentran, Joy concibe un plan y le da instrucciones precisas a Jack para el regreso al mundo real que el niño acata pese a su miedo: desde su visión, la madre es amor y poder, sustento y verdad, una presencia onmipotente que delinea el cosmos. Para Joy, impulsar a Jack hacia una salida cuyas consecuencias desconoce implica un acto de renuncia basado en el amor incondicional, ante los riesgos que encierra la decisión que ha tomado.
Jack consigue sortear todos los peligros y la historia parece tener un final feliz: su madre es rescatada y el Viejo Nick detenido, pero ambos deben adaptarse a las consecuencias no siempre felices de la vida real. Jack rechaza este mundo en el que habita, plagado de acontecimientos y personas: extraña la seguridad ominosa de la habitación, las certezas invariables de las cuatro paredes. La madre sostén y fuerza que conocía se desdibuja y por primera vez percibe que el estrés postraumático y la conciencia de lo vivido se apoderan de ella, quien ahora cuenta con otras personas que se ocupan de Jack. La heroína deja paso a la mujer agotada en cuerpo y alma en una brillante composición de Larson, y la mujer no puede más.
Y es aquí donde la dimensión de la relación madre-hijo se presenta en su aspecto más conmovedor, porque será Jack quien con las mismas premisas que le fueron inculcadas ha de rescatar a Joy de la cárcel interna en que se encuentra recluída. El niño intuye que debe enfrentar a su madre a los fantasmas que la acechan para rescatarla, y la única manera es que ambos digan adiós a esa habitación que ya no condiciona sus vidas. Así, Jack asume definitivamente el mundo real y Joy se libera de la prisión que le impusiera el Viejo Nick.
La habitación nos contrasta con las seguridades construídas a partir de lo conocido, aquellos lugares insalubres en los que permanecemos para no afrontar las contingencias que genera la incertidumbre: a veces es necesario adoptar la mirada de un niño para enfrentar al monstruo que habita nuestro propio laberinto.
La fotografía corresponde a la imagen publicitaria de la película.
Caminatas estimulantes
Es tiempo de otoño y las tardes invitan a quedarse en casa, a disfrutar mansamente del hogar mientras afuera la humedad y el aire del Atlántico reducen drasticamente la sensación térmica. Pero es difícil sustraerse a la conocida sensación posterior a la práctica de actividad física, ese bienestar que se expande sobre cuerpo y alma como una corriente vivificante a medida que las endorfinas se despiertan.
De la unión de los vocablos endógeno y morfina, el significado congloba el producto del propio organismo con el conocido opioide calmante. Así, la estimulación sobre la producción de endorfinas con la práctica regular de actividad física da como resultado una sensación de placer que reduce la ansiedad y genera efectos positivos sobre el ánimo.
El despliegue aeróbico que conduce a este estado no tiene por qué ser extenuante ni extrema, bajo pena de perderse los efectos positivos con las probables lesiones del cuerpo físico. Una caminata estimulante a buen ritmo varias veces a la semana durante una hora, es suficiente para garantizar saludables cambios en la producción de hormonas del bienestar que han de resultar beneficiosos para el ser en su conjunto.
En aquellos días en que mis músculos acusan recibo de las clases de yoga y pilates o de alguna sesión de running más intensa que lo acostumbrado, las caminatas saludables por el barrio teñido del color amarillo del otoño constituyen un bálsamo para el cuerpo y el alma. No tienen costo alguno, están al alcance de la mano y sólo requieren de la voluntad de abrir la puerta y sumergirse en el ritmo terapéutico que convierte al organismo en sanador de sí mismo.
Testeos antioxidantes
Originaria de la selva amazónica, la palmera de açaí se caracteriza por sus frutos similares a los arándanos en aspecto, pero a diferencia de estos últimos contienen un aceite rico en vitamina E, ácidos grasos y elementos antioxidantes que se emplea con fines cosméticos.
Natura ha empleado en su línea Ekos las propiedades hidratantes y nutritivas del açaí, elaborando esta pulpa exfoliante de grano fino, que potencia sin agredir la exfoliación de la piel y resulta una buena aliada en la renovación cutánea.
Y si de aceites se trata, Universo Garden Angels ha enriquecido con aceite de lima y manteca de karité la crema para manos Wake Up, aromatizada con extractos florales que la dotan de un aroma energizante para los futuros días de invierno que se aproximan.