Revista Literatura

La hora de las brujas.

Publicado el 08 noviembre 2011 por Raulaq
Era las doce; la hora de las bruja; era su hora. No volaba en escoba, ni tenía una verruga en la nariz, tampoco fabricaba pócimas del amor, ni conjuros para el mal de ojo.Salió de su casa, que no era una cueva; era un chalet adosado, y se montó en su moto.Llegó a la calle Claudio Coello y se metió en una conocida discoteca. Todos los hombres la miraban cuando pasaba, levantando la envidia de las mujeres.Sonó su canción y subió a la pista a bailar.Él era un príncipe azul, no tenía un blanco corcel, ni una larga espada, ni luchaba contra dragones.A las doce se montó en su 911 carrera, metió primera y salió dirección al centro en busca de guerra. Llegó a Claudio Coello; saludó a los porteros y entró en el local. Las mujeres le miraban con deseo; los hombres con rabia.Subió a la última barra, pidió un Rob Roy y se acodó en la barra mirando dirección a la pista. Sus miradas se cruzaron un segundo, para volver a encontrarse al instante. Ella mostró una amplia sonrisa, y él alzó su copa a modo de brindis. Los hombres que pasaban por el lado de la muchacha intentaban bailar con ella, pero ella los reusaba de forma despectiva.Las chicas se acercaban a la barra para ponerse cerca de él y ver si conseguían sacarle una copa y algo más, pero él ni siquiera las miraba.Ella se acercó a la barra; él se acercó a la pista; él era un príncipe; ella una bruja, y era la hora de las brujas. Era su hora.Salieron de la discoteca abrazados y comiéndose a besos. Se montaron en el coche y fueron a casa de ella.Al entrar; en el suelo había un pentagrama pintado de rojo; él se acercó, la pintura parecía fresca. Pasó uno de sus dedos por encima y pudo comprobar que no era pintura, si no sangre. Se giró sobre sus pies y miró a la chica sorprendido. Ella estaba situada detrás de él con una daga en la mano, susurrando unas incomprensibles palabras y con los ojos en blanco.Él se asustó e intento retroceder, pero cayó de espaldas dentro del pentagrama; ella, de un salto casi felino se echó encima de él con la daga en alto. Él intentó zafarse de ella, pero tenía una fuerza sobre humana. Bajó rápidamente el puñal hacia su pecho, y repitió la misma acción cinco veces más. La sangre recorría el pentagrama repintándole nuevamente. Cinco sombras salieron de las puntas del pentagrama agarrando el cuerpo inerte del muchacho, mientras ella reía con una risa cuasi histérica.Todo oscureció unos segundos; de repente una fuerte luz blanca iluminó toda la instancia.La mujer rezaba al borde del dibujo de sangre, mientras las sombras desaparecían por donde habían venido.Era la hora de las bruja; era su hora. No volaba en escoba, ni tenía una verruga en la nariz. Tampoco fabricaba pócimas del amor, ni conjuros para el mal de ojo.Pero sí hacia sacrificios humanos.  

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