Beatriz Benéitez Burgada. SantanderNo se si porque las cosas no van bien o sencillamente por nada. Pero lo cierto es que hay quienes parecen incapaces de ser amables. Y es una pena. Porque su día mejoraría muchísimo y el de las personas con las que se encuentran tambien. Nunca he entendido qué gana un vendedor siendo seco; un teleoperador enfadando a un cliente; o por qué un empleado de banca que trabaja ocho horas al día en la caja, de cara al público, se empeña en no ayudar a las personas a las que atiende; Cuesta lo mismo ser amable. Cuando doy con alguna de estas personas, a veces me pregunto si son así, o si cuando salen de trabajar se convienten en unos tipos super simpáticos. Nunca he conseguido aclarar esta duda. Para compensar, están aquellos a los que les encanta rizar el rizo. También me ponen de los nervios. Los ademanes exagerados y la cortesía que deja de serlo porque empieza a parecerse más a una especie de servilismo fingido.
Es importante guardar las formas, pero lo natural es siempre mejor que lo edulcorado con artificios. Me refiero, por ejemplo, a la actitud del personal de algunos restaurante ¨elegantes¨ (esa palabra cuyo significado no acabo de tener claro). Esa amabilidad tan exagerada que a veces raya en la ridiculez. Cuando viene el maitre de turno, envarado como el sólo, con el plato que has elegido para comer. Y dice: ¨la señora va a tomar un magret de pato al aroma de naranja de primera cosecha, con hierbitas de nuestro jardín y mousselina fina de patata¨. Y yo pienso, ¨ya se lo que voy a tomar; lo he pedido yo¨. Y es entonces cuando me dan ganas de recordarle que él mismo me ha traido la carta, de la que yo he seleccionado lo que más me apetecía, aunque tuviera un nombre de dos kilómetros de largo. Otra cosa que me exaspera es cuando, después de cada plato el maitre se acerca para preguntar si estaba todo a nuestro gusto, y que nos han parecido las delicias del chef. No puedo evitar acordarme de la abuela, cuando después de comer decía: ¨¿A qué me ha quedado bueno el arroz?¨ ¡A ver quien dice que no! A veces, esos restaurantes tan elegantes, tiene carrito de cafés. Lo suele traer un señor o señora que nos ofrece una miniconferencia sobre el retrogusto de los mejores arábigos de de distintas regiones del planeta. Me parece bien, pero preferiría que preguntaran antes de traerlo, si deseamos un café especial. Porque puede que se ahorre la exposición.Valoro a los buenos profesionales. En hostelería o en lo que sea. Agradezco infinitamente la amabalidad con los clientes. Pero todos debemos estar en nuestro sitio. Y la prudencia de algunos deja mucho de que desear. Un buen camarero, un buen maitre, un buen jefe de protocolo... tienen que parecer invisibles. Y hacer su trabajo a la perfección, esto es, estar sin que se note su presencia. Y jamás ser protagonistas, sino parte del decorado. Y a veces, por querer rizar el rizo, cometen graves errores. Como en todo, lo mejor suele ser el equilibrio. También hay grises.