Revista Diario

La máquina Magritte. Pintura.

Publicado el 04 octubre 2021 por Elcopoylarueca

MAGRITTE

«Las imágenes pintadas que evocan el misterio afirman la belleza de lo que no es ni sentido ni sinsentido.»

La máquina Magritte. Pintura.

La perspectiva amorosa, óleo sobre lienzo, 1935.
(¿Y la puerta, está abierta o está cerrada?)

«No te canses de mirar. No te canses de pensar». Este es el enunciado con el que resumiría la obra de Magritte. Magritte, un artista que parece un mago sacando de una chistera animales y objetos para, alternándolos, ir creando escenarios en sus lienzos. 

¿Te gustaría formar parte del juego que nos propone el belga que resumió el mensaje de sus creaciones en una pipa…, que no lo es? ¿Quieres llevar como antifaz una manzana, una paloma blanca o un manojito de flores? ¿Quieres crecer y mermar, como la Alicia de Carroll? ¿Quieres dejar que el cielo coloree tu piel o quieres verte de espaldas en un espejo cuando estás frente a él? ¿Sí…? ¡Anda, pues ahora entiendo por qué tu figura es un rompecabezas de piezas que encajan y por qué las nubes viven en tu cara!

Hubo una vez un pintor que parecía un mago y que versaba títulos para sus cuadros. Títulos que poco tienen que ver con las paradojas que representaba, puesto que Magritte se propuso incorporar a su obra al mirón que la contemplaba — ¡Contemplar…!, palabra que encierra una de las condiciones necesarias para entender lo magrittiano.

La máquina Magritte. Pintura.

La mano feliz, óleo sobre lienzo, 1953.
(«He tratado el problema del piano de cola, y su solución me hizo comprender que el objeto secreto, predestinado a unirse con el piano, es un anillo de compromiso», Magritte.)

¿Es lo que veo, realmente, lo que es? Mirar no basta. Hay que pensar y hay que sentir. Hay que despertar a la conciencia y hay que dar espacio a las impresiones. A Magritte hay que verlo alejado de la lógica de nuestra cotidianidad, la que mecaniza nuestro intelecto. Hay que enfrentarse a su narrativa con una mirada literaria, filosófica, metafísica… Con ojos que arañan la superficialidad —no sirve «el ojo falso, inerte» que desdeñaba Delacroix—. ¿Y por qué razón? Porque Magritte anula la línea que divide el mundo exterior del interior y, por tanto, reta al sentido común y a los tópicos de cada día.

Son los sentidos los que nos acercarán a sus cuadros. Pero nada nos ayudará a encontrar respuestas concluyentes. No las hay. Son obras con final abierto. Magritte fue un convencido del poder de la imaginación, que consigue hacer posible lo que parece imposible. Y la imaginación es cambiante, de modo que el espectador que se asoma a sus lienzos puede sentir impresiones distintas cada vez que los observa —a mí me pasa.

La máquina Magritte. Pintura.

Clarividencia, óleo sobre lienzo, 1936.
(Aquí está Magritte pintando lo que el modelo —el huevo—, le sugiere —el ave.)

«¿Qué está pasando en estos cuadros de piezas tan ordenadas y que parecen no cazar unas con otras?», te preguntas. Y ya estás detenido frente a su lienzo. Ya te tiene el pintor observándolo. En Notas de una biografía, Max Ernst afirma que Magritte es «un provocador óptico».

Pero, realmente, ¿qué nos ofrece esa pintura figurativa y tan poco apegada a la objetividad? Pues…, ¡una experiencia sensorial! Sus figuras humanas, sus paisajes naturales, sus animales y sus objetos—elementos que aparecen reiterativamente en su obra— tienen la misión de recordarnos que el misterio existe y que forma parte de la vida. Magritte afirmaba que «el arte evoca el misterio sin el cual el mundo no existiría».

La máquina Magritte. Pintura.

El príncipe del placer, óleo sobre lienzo, 1937.
(Fíjate cómo la luz, de la que se espera que lo alumbre todo, transmite la sensación de que oculta más de lo que revela.)

Los lienzos de Magritte son invenciones poéticas, como los nombres que los representan. Pero hay un cuadro que encierra la clave que define la idea que, como lava de volcán vivo, se expande por toda su creación. Ese cuadro es La traición de las imágenes.

En La traición de las imágenes, Magritte combina palabras con figuraciones —recurso utilizado por otros «ismos»—. Magritte pinta una pipa y nos avisa que lo que estamos contemplando NO es ese objeto. ¿Por qué? Sencillo, porque no puedes fumar en él. Habrá quien cavile: «¡Vaya parida!» ¡Ah…!, pero el que así discurre es porque está usando el «ojo falso». No está haciendo asociaciones. El que así razona no está receptivo y, por ende, su conciencia no transfigura lo que ve.

La máquina Magritte. Pintura.

La traición de las imágenes, óleo sobre lienzo, 1929.

Cuando Magritte dice que la pipa no es una pipa está reivindicando el papel de la pintura como pintura. Es decir, el carácter irreal del arte. Está afirmando que el arte no es copia. Está advirtiendo que el arte tiene un sentido que va más allá de lo objetivo. Está proponiéndonos un viaje hacia nuestro interior. Está regalándonos un ejemplo claro de un término que es difícil de explicar con palabras. Me refiero a la Metapintura —el cuadro dentro del cuadro.

Es la imagen visual la que nos regalará la experiencia sensorial. La imagen visual que ha sido creada con juegos pictóricos —volumen, espacio, perspectiva, línea…— y con materiales pictóricos —pigmentos, paletas, pinceles, soportes…—. El historiador de arte Lorenzo Pericolo (1955) nos dice que en Metapintura «la pintura escenifica su ficcionalidad». Lo que Magritte crea es atmósfera, no una narración evidente. 

La máquina Magritte. Pintura.

Las vacaciones de Hegel, óleo sobre lienzo, 1958.
(«Creo que a Hegel le habría gustado este objeto que tiene dos funciones opuestas: repeler y recibir agua», Magritte.)

Hay también en la obra de Magritte una influencia literaria importante. Magritte fue ávido lector y también fue admirador apasionado de las cintas de Fantômas, el aventurero criminal, de rostro oculto, en el que algunos ven al personaje de bombín que nunca muestra su cara en los lienzos.

Pero hay un autor inglés, uno que adoro, que está muy presente en los cuadros de Magritte. Es Lewis Carroll (1832-1898), quien puso en manos de su Alicia un brebaje que la agrandaba o empequeñecía —el juego de tamaños es otra de las características del pintor. Puede apreciarse en sus manzanas y piedras, formas redondeadas atrapadas en espacios cuadrados. 

La máquina Magritte. Pintura.

Ilustración de John Tenniel para la edición de Alicia en el país de las maravillas, 1869.
(Alicia creciendo, ya no cabe en el espacio.)

La máquina Magritte. Pintura.

La habitación de escucha, óleo sobre lienzo, 1958.
(La fruta creciendo, ya no cabe en el cuadro.)

Magritte, como hemos visto, crea composiciones geométricas inspirado en las aventuras de Alicia. Pero también fracciona figuras humanas. Las parte y las encaja —como las matrioshkas—. Sin embargo, esas figuras fragmentadas recuerdan el dibujo que hizo John Tenniel (1820-1914) para el personaje de Carroll.

La máquina Magritte. Pintura.

Ilustración de John Tenniel para la edición de Alicia en el país de las maravillas, 1869.
(Dividida en tres partes.)

La máquina Magritte. Pintura.

Delirio de grandeza, óleo sobre lienzo, 1962.
(Dividida en tres partes.)

Además del juego de proporciones, el extrañamiento es otra característica que está muy presente en Magritte —el extrañamiento consiste en sacar de su contexto algo y colocarlo en un lugar que haga que resulte extraño. Es una técnica que usaron los artistas surrealistas.

Y, como no hay dos sin tres, tenemos el mimetismo. Magritte crea semejanzas a partir de una relación directa con la naturaleza. Hay cuadros donde animales y cosas adoptan el color de los fondos, fundiéndose en ellos.

La máquina Magritte. Pintura.

La firma en blanco, óleo sobre lienzo, 1965.
(Mimetismo.)

La máquina Magritte. Pintura.

El arte de la conversación, óleo sobre lienzo, 1963.
(Extrañamiento.)

Como puede verse, Magritte lo mismo engrandecía hasta el absurdo una cosa, que la dotaba de materia para que se fundiera en el entorno. Son dos maneras de percibir la naturaleza. Sin embargo, ambas representaciones tienen un hilo conductor que las anuda: el extrañamiento y el mimetismo despiertan nuestra imaginación. Siempre he creído que puedo atravesar el espejo de Alicia, pues el arte es ficción y en la ficción no hay reglas.

«Mi pintura es un pensamiento que ve, sin nombrar lo que ve», afirmaba el pintor. Miren ustedes estas dos obras. Una es de Manet y la otra es una versión que sobre la de Manet hizo Magritte. ¡Cuántas cosas nos dice el belga sin tener que explicitar su narración!

Te digo lo que percibo en el cuadro de Magritte. Creo que representa el enterramiento del Impresionismo y un guiño al Barroco y a su misión de advertirnos de que la vida es fugaz —en el Eclesiastés leemos Vánitas vanitatum, et ómnia vánitas. Pero, claro, volvemos a lo mismo, la imagen real será la que conciba tu mente.

La máquina Magritte. Pintura.

El balcón, Édouard Manet, óleo sobre lienzo, 1868.

La máquina Magritte. Pintura.

Perspectiva: el balcón de Manet, óleo sobre lienzo, 1949.
(Las figuras humanas del cuadro de Manet han sido reemplazadas por ataúdes.)

Me pasaría tiempo escribiendo sobre el universo magrittiano porque me apasiona, pero en algún momento tengo que poner punto y final. Sin embargo, no quiero cerrar mi entrada sin hacer mención a la atemporalidad que se respira en los cuadros de Magritte. Atemporalidad que me recuerda a otros dos pintores que, igualmente, trazaron un camino entre lo evidente y lo oculto.

El primero, y con el que Magritte se reconoció en deuda, es el italiano Giorgio de Chirico (1888-1978). El segundo es Paul Delvaux (1897-1994), aunque en Delvaux el aire que se respira no es el metafísico, sino el de los sueños. Los tres son teatrales, los tres son poéticos, los tres tienen espacio en mi blog y los tres consiguieron inventar una simbología para el silencio.

La máquina Magritte. Pintura.

Golconda, óleo sobre lienzo, 1953.
(Si lo miras sin más, todos los personajes parecen idénticos. Pero no, son figuras diferentes igualadas por las vestimentas que llevan. Interesante reflexión sobre cómo el hombre-masa renuncia a su identidad.)

Y ahora doy paso a la galería que he preparado para que puedas disfrutar de la maravillosa exposición que el Museo Thyssen-Bornemisza ha inaugurado bajo el título La máquina Magritte. He añadido a la introducción obras que no están en la muestra —las que no llevan marcos—. Lo he hecho porque me gustan mucho y porque creo que son interesantes para comprender el mensaje del artista belga.

La máquina Magritte es un antídoto contra la rutina y contra el sentido común. Magritte nos revela la evidencia de lo incierto.

La máquina Magritte. Pintura.LA MÁQUINA MAGRITTE

La máquina Magritte. Pintura.

El gran siglo, óleo sobre lienzo, 1954.
(¿No te parece que ese señor de espaldas eres tú mirando el cuadro?)

La máquina Magritte. Pintura.

La llanura del aire, óleo sobre lienzo, 1940.
(El juego de los tamaños.)

La máquina Magritte. Pintura.

El terapeuta, gouache sobre papel, 1936.
(«Los títulos de los cuadros no son explicaciones, y los cuadros no son ilustraciones del título. La relación entre ambos es de naturaleza poética», Magritte.)

La máquina Magritte. Pintura.

La magia negra, óleo sobre lienzo, 1934.
(¿La naturaleza absorbiendo parte del cuerpo o la piel fundiéndose en ella? ¿Y la sombra que parece una figura masculina amenazante? ¿Y la paloma blanca en el hombro desnudo? ¡Cuántas interpretaciones admite una pintura como esta! ¿A que sí?)

La máquina Magritte. Pintura.

La llave de los campos, óleo sobre lienzo, 1936.
(El cristal de la ventana es transparente, pero las piezas rotas que están en el suelo son espejos que reflejan trozos del paisaje que contemplamos. Dentro del marco hay unas cortinas rojas. No es el horizonte sin más. No es un paisaje renacentista, de esos tan bellos que adornan los fondos de obras con narrativas claras. ¡Es metapintura!)

La máquina Magritte. Pintura.
Las maravillas de la naturaleza, óleo sobre lienzo, 1953.
(El mimetismo.)

La máquina Magritte. Pintura.

El seductor, óleo sobre lienzo, 1950.
(Me encanta este lienzo donde el camuflaje hace que el barquito parezca hecho de cielo, nubes y mar.)

La máquina Magritte. Pintura.
Rostro del genio, óleo sobre lienzo, 1927.
(Los cuerpos huecos que dejan ver el fondo.)

La máquina Magritte. Pintura.

El aniversario, óleo sobre lienzo, 1959.
(El objeto ocupando todo el espacio. El juego de geometrías.)

La máquina Magritte. Pintura.
Panorama popular, óleo sobre lienzo, 1929.
(Planos recortados crean espacios diferentes.)

La máquina Magritte. Pintura.
El regreso, óleo sobre lienzo, 1940.
(¡La poesía…! El ave lleva en sus alas un cielo matutino, aunque en el lienzo es de noche. Pero es que la paloma… ¡tiene vidas en su nido!)

La máquina Magritte. Pintura.
El rostro oculto, óleo sobre lienzo, 1936.
(El rostro oculto de las figuras de Magritte. Esta pintura me trae a la mente la atmósfera de Delvaux.)

La máquina Magritte. Pintura.

Las galas de la tormenta, óleo sobre lienzo, 1927.
(El «collage» fue una técnica utilizada por las vanguardias. Magritte la recrea en su pintura creando siluetas recortadas y planas.)

La máquina Magritte. Pintura.
El palacio de las cortinas, óleo sobre lienzo, 1928.
(Los cuerpos ahuecados por los que asoma el paisaje.)

La máquina Magritte. Pintura.

In memoriam Mack Sennett, óleo sobre lienzo, 1936.
(«Cada cosa que vemos cubre otra, y nos gustaría mucho ver lo que nos oculta lo visible…», Magritte.)

La máquina Magritte. Pintura.

El mundo despierto, óleo sobre lienzo, 1963.
(«Yo veía el mundo como si tuviese una cortina delante de los ojos», Magritte.)

La máquina Magritte. Pintura.
La lámpara filosófica, óleo sobre lienzo, 1936.
(«Las reflexiones de un filósofo maniático y distraído nos recuerdan un mundo  espiritual cerrado en sí mismo, tal como el fumador es aquí prisionero de su pipa», Magritte.)

Y hasta aquí voy a llegar. ¡Vayan al Thyssen a disfrutar!

La máquina Magritte. Pintura.

ENLACES RELACIONADOS

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Balthus, el tiempo y la fugacidad.

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La entrada La máquina Magritte. Pintura. se publicó primero en El Copo y la Rueca.


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