Revista Literatura

La mayor de las valentías

Publicado el 26 mayo 2009 por Chaimon
¿Se puede reflexionar ante lo inevitable?
Tal vez el bienestar se logra a partir de la calma, la mesura y sensaciones corporales emparentadas con creer que uno puede detener el tiempo.
¿Se puede ser calmo ante la desgracia?
Tal vez el misterio se revela ante la recepción del cuerpo con hombros caídos más allá de la línea de la buena postura y la cabeza balanceándose sólo tres veces hacia los costados, respirando profundo, exhalando con un poquito de dolor, dejándose invadir el cuerpo por cierto calor y explotar en soledad. Nada más.
¿Se puede reflexionar y ser calmo ante el amor?
Seguramente la ansiedad y la desesperación no sean buenas consejeras, pero ¿qué hacer ante el amor? ¿Cómo dominar el cuerpo, los ojos, las fantasías, el principio, el desarrollo y el “nunca final” de la historia?
Suelo creer que si el amor no es desesperado no vale, no sirve, no es amor, es apenas un amorío. Si no hay ansiedad, no hay sensación de pérdida. Si no hay sensación de pérdida ¿Qué otra cosa nos hace reaccionar?
Las revoluciones son reacción ante la opresión y si el pecho no está oprimido y lleno de adrenalina no es amor. Y me permito creer que esa es la verdadera revolución.
Y no me importa lo que opinen los demás. Aunque suene al típico autoritario y absolutista contra el que se reacciona. Si hay acción y hay reacción, hay explosión; si hay explosión el corazón se hincha, late, rebota contra el cuerpo a una velocidad incontenible y la sangre corre a borbotones (me encanta decir, escribir y repetir la palabra borbotones).
Y acá la reflexión nada tiene que ver con el amor cuando está naciendo en el pecho. Llevando altas temperaturas a lugares que hasta ese momento desconocíamos.
La calma nada tiene que hacer ante al amor explotando en las venas.
La desesperación es mucho más romántica que la ansiedad. Moviliza a pensar, actuar, nos aúlla que el momento es ahora, que las cosas deben dejar de ser místicas para convertirse en reales. En definitiva nos dice al oído en un tono lejano al susurro que lo mejor que puede pasarnos, es que le demos vida a eso que nos desespera.
Y con los olores ¿qué hacemos? Feromonas, feromonas, feromonas!
Me cuesta entender el amor sin transpiración, sin saliva torrentosa, sin memoria de amaneceres con caras descansadas, de ojos entreabiertos y aromas, que sólo una cama devuelve.
A la vez me permito creer que la revolución tiene millones de gritos desesperados que dejan salir esa música que nos grita en el oído a volumen demencial, que no hay mayor adrenalina que la de no saber como decirle a una chica que nos gusta, que nos gusta.

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