Como todos los años, durante la jornada del dos de noviembre, hemos celebrado el recuerdo de nuestros familiares y amigos difuntos. Cada uno lo ha hecho de la forma que consideraba más oportuna. Unos, han acudido a los cementerios a poner flores en las tumbas, de los que fueron sus seres queridos. Otros, han ofrecido oficios, misas y plegarias por sus almas, y el resto de seres vivientes, han recordado hechos concretos vividos con el fallecido, durante su estancia común en esta vida.Ismael, sentado ante la tumba de su novia, meditaba este hecho. Para él, era raro el día que no se cruzaba con la Señora. Veía a sus convecinos, que en su caminar por la vida, pasaban por el lado de ésta sin apenas mirarle la cara. No era de extrañar. La sociedad actual pretendía ocultarla, haciendo como si esta no existiese, y sin embargo, jamás había estado tan presente. La Muerte, esa Señora, en su vagar día y noche, recogía a cuantos por una circunstancia u otra acudían en su busca. A veces, alguno había pretendido huir de ella y al hacerlo, había resultado que su refugio, era el lugar natural donde la muerte le tenía que encontrar.Nacemos, pero al hacerlo ya caminamos a su encuentro. Cuando alguien muere, a veces solemos escuchar que “la muerte ha ido en su busca” y no es así, ya que es nuestra naturaleza guiada por una secuencia no visible, la que nos conduce hacia el final de nuestra existencia.