Revista Literatura

La náusea

Publicado el 02 mayo 2015 por Rogger
LA NÁUSEA
Comenzó con la televisión. Se quedó perplejo viéndola con sus amigos en distintos lugares. Café de por medio, la noticia pasó dificultosa, como un sorbo de espinas. Luego de que la noche anterior -como tantas noches- saliera atosigado de bullicio y de preguntas, se dio de bruces con los periódicos, que la mostraban oronda en la barra de algún local miraflorino. Llevaba la indudable sentencia de la soltería y la obvia mueca del disfrute.
El hombre se apoyó en una pared, como si buscara en ella la estabilidad emocional. No podía creer que en dos meses y medio anduviera en mil portadas sin intentar una conversación, una llamada, por absurda y banal que fuera.
Eso dejaba claro que había venido a sellar el final. No podía entenderse de otra manera. No cabía otra posibilidad.
Su rebeldía y su orgullo se batieron en sus adentros y lograron una mezcla decisiva y radical. Ya no había razón para escribirle palabras codificadas ni mensajes subliminales. Ella había firmado el final de la historia. Él tendría que hacer lo mismo esta misma mañana, mientras comenzaban el día y el mes. Sin arrepentimiento. No sólo había guardado el sentimiento profundo, sino también las formas de la lealtad y fidelidad, pero hasta aquí. Ahora, después de saberse ignorado por casi tres meses, todo quedaba en blanco. No era malo, sin duda. Cada proceso necesita un punto final. Ella lo hizo, ahora le tocaría a él.
Se detuvo en el paradero y decidió regresar hasta la escalera que se alzaba hacia el edificio. Una vez más buscó apoyarse -esta vez en una grada- y extrajo su teléfono. Y sí, tal como lo esperaba, también en sus cuentas de Facebook y Twitter ella daba luces sobre su mediática escapada hasta el país de los incas. Fotos, risas y sonrisas, bares, almuerzos, caballos, autos, playas, comentarios, likes y bendiciones por doquier.
Guardó su teléfono y caminó indeciso. Sin saber adónde ir.
De pronto han cambiado los tiempos. Su serena espera ha derrapado. La avalancha de noticias lo ha desconcertado. Esta vez no habrá reencuentro ni despedida. No habrán lágrimas, dolor. No habrá náusea. Ella pasó ya. Muy cerca y demasiado lejos. Ya no importa.
El hombre se toma tiempo para crear la realidad, su nueva realidad. Y su firma tarda, demora, resiste, pero finalmente sucede. Ha firmado el final, sin posibilidad de retorno. Haber sido ignorado terminó siendo una invitación al olvido. Tiene que echarse a andar.
Ya en la calle, comenzando el lunes. Le aturde el olor a mar que por estos días anuncia la llegada del otoño, ese olor salino, tosco, dañoso, lacerante, que es más que un olor: es la náusea que apaga los sentidos, es la sal del adiós, la sal del insomnio, la urgente sal de la libertad.
Cambia de acera, cambia de sentido. Ahora va al norte. Al encuentro de sus adioses.
Siente que atravesará la cortina del pasado. Se quita el abrigo. El sol está disparando un halo de luz que se cuela por el cielo nublado. El bullicio se acentúa, las bocinas, los motores, el desorden, parecieran invitarle un abrazo. Lima es una ciudad mágica, donde todo se transforma en fiesta.
La virtud de esta ciudad caótica está en su alegría sin par. La gente canta, ríe, silba, bromea. No hay buenas noticias, pero sí vasta esperanza.
No hay como vivir en Lima. No es una ciudad ausente, de calles perfectas; no es el mundo ideal y vacío. Aquí todo es roce, contacto, intimidad. Un abrazo, un beso, una mirada, un apretón de manos, un palmoteo, un hola, son motivos para comunicarse sin palabras. Nadie pasa desapercibido. Todos tienen un lugar en esta sociedad mestiza, en este cuadrante variopinto. Lima es profundamente emocional.
El hombre se aleja de la náusea y se une a la multitud.
De: El Juego de la vida Copyright © 2015 Rogger Alzamora Quijano

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